Hay un cielo impecablemente azul. El cono del volcán de agua se ve con detalle, alumbrado por un sol tibio que dejó olvidado en la mitad del año ese brillo que lastima. El tránsito es fluido. Hay poca gente en la calle. Es una tarde de domingo espectacular.
Me detengo en un café y ordeno. Quiero tomar notas para escribir en el blog. Resumir lo que pasó esta semana. Pero las cosas parecen demasiado borrosas, densas, una vorágine de la que aún no logro salir.
El tema de conversación sigue siendo lo que pasó en la cumbre de Alaska. Uno tras uno, se repiten los mismos comentarios. Que lo que pasó fue porque se provocó a los soldados, que eso pasa cuando se bloquea la carretera, que si no se controla a la gente habrá un levantamiento.
De no ser por los artilugios electrónicos, podría decir claramente, que estamos en la Guatemala del siglo XVI. Hay una capacidad enorme para sostener las ideas intactas que asombra. Y sobre ello, lo primero que pienso es en la educación. No somos un país que destaque por sus investigaciones científicas. La gente que se dedica a la ciencia, ha podido sobresalir más por el esfuerzo de universidades extranjeras que por las nacionales. Así que por ese campo, las ideas no son empujadas a una renovación.
Se supone que entonces, tendríamos que destacar al menos en las ciencias humanas. Pero con tal nivel de racismo y odio por la vida, creo que eso tampoco se nos da. ¿Para qué nos estamos educando entonces? Supongo que para mantener el estatus, para ser unas máquinas que repiten una y otra vez la letanía que no es más que la construcción vertical del poder.
Lo siguiente que pienso es en el fracaso de la política. No se ha logrado cohesionar a la gente en torno a una idea de nación. Mucho tendrá que ver, la ausencia de liderazgos naturales en los partidos políticos. La dirección artificial promovida por la capacidad económica de quien la financia esos liderazgos, es al final tan sólo un reflejo de la misma construcción vertical de poder.
A qué me refiero con ello: a que hay momentos en los que me parece ver claramente que toda la idea de progreso se resume en probar el origen europeo y en poseer, es decir, se ha colocado a los bienes por sobre las personas. Una imagen me lo explica: digamos que en la cima está la abundancia, con la gente que la posee. Luego está la idea de alcanzar la abundancia mediante el esfuerzo individual. Para mí que esto no es más que colocar un palo encebado. Abajo, está la mayoría de nosotros, esperando una oportunidad de subir al palo y burlar el cebo, para alcanzar la abundancia. Mientras abajo unos aplauden, más bien con ganas de que uno caiga y ellos tengan su oportunidad.
Olvidadas en esta imagen, quedan la ética, la solidaridad, la idea de comunidad. Basta con pensar en lo que la mayoría de gente ha dicho estos días. Que este caso es un asunto político, de izquierdas. Que la Fiscal es de izquierda. Que la gente estuvo movida por la izquierda. Que pedir que haya justicia es una cosa política, de crear mártires, de izquierda.
¿Acaso la vida es un valor que sólo debe importar a la izquierda? ¿En qué momento se convirtió la vida en algo que desprecie la derecha? Mientras, al final el discurso busca justificar un asesinato. Incluso de seguir su propio argumento, y si hubieran estado delinquiendo los asesinados, lo que tendrían que haber hecho era detenerlos y presentarlos a un juzgado. Darles muerte es en esencia un linchamiento, aún más grave, porque fue ejecutado por una autoridad.
Y aquí es donde la idea de Justicia se desvanece, junto a la de igualdad o libertad, cuando se trata de población indígena, para el discurso conservador. Que no, que fue porque eran delincuentes. Que no, porque ellos provocaron a la autoridad. Que no, que no, que no. Negar la vida. Una y otra vez. Negar la existencia. Una y otra vez. Asumirse en el poder de decidir cuándo una persona puede morir y por qué. Para subir al palo encebado y esperar a jugar a alcanzar los sueños y no poder.
Quizá al menos, ahora se habla de ello. Y no son pocas las voces que reclaman una transformación en el discurso, una depuración del imaginario en el que nos construimos distintos, unos sobre otros.
Aún así hay luz saliendo de entre la oscuridad. Habrá que resaltar la facilidad con la que los fiscales pudieron acceder a la información. A que la Fiscal aún y cuando dentro del imaginario parece representar una idea distinta a la que la política central proyecta, ha podido ejercer su cargo sin que se le haya cesado caprichosamente en el mismo, como sí lo hizo Berger y Colom con los Fiscales que encontraron al asumir el poder.
Me parece un avance que se procese a los que dispararon, que haya una actitud de parte del gobierno que evita la confrontación o legitimar el discurso de “ellos tuvieron la culpa” al declarar el duelo nacional y pedir disculpas. Habrá que dejar fuera, claro está, las vergonzosas declaraciones del Canciller, quien al final de cuentas me parece representar dignamente, en elocuencia, profundidad e inteligencia al sector conservador.
Cómo son las cosas: desde este café y en esta tarde dominical, esta parece otra ciudad. Con esta calma uno puede fácilmente olvidar que está parado sobre un polvorín. Hace unos días, Arnoldo Gálvez preguntaba en un conversatorio que sostuvimos en una librería, si el holocausto hubiese sido posible sin Hitler. Yo no dudé en responder que sí.
Cambian los gobernantes, las autoridades, los representantes de los grupos de poder; pero el que permanece intacto es el discurso, y es al final esa actitud racista, hiper individualista y hegemónica la que permanece. Porque las instituciones socializadoras han fallado en empujarla hacia otros límites. Porque los límites al final no han sido marcados por el respeto a la vida, a la libertad, a la igualdad.
Sin embargo, como en toda época oscura, la luz brilla más. Basta mirar la energía con la que la gente dedicada al arte, sigue exponiéndonos como lo que somos: atroces, voraces, violentos. A que no ha cesado ni por un segundo ese deseo de devolvernos un reflejo, por mucho que lo odiemos. A que aún entre tanto odio hay gente proclamando un discurso distinto, humanista, al que me aferro con esperanza.
Quién al final quiere seguir viviendo en una patria dominada por el odio. Quién quiere ver cómo mueren sus amigos y sus hijos. Quién quiere vivir con los sueños rotos todo el tiempo. Quizá las generaciones más adultas pueden. Pero nosotros no, ni nuestros hijos. Y así como ahora brilla el sol en esta ciudad, como lo hace todos los días, alumbrando las esquinas donde ha muerto gente asesinada, donde la pobreza carcome la esperanza, así, de claro, esto va acabar.
Por que la vida, se impone, aunque no les guste, aunque la nieguen, aunque la traten de eliminar. Porque la vida los supera y es la imagen de un volcán alumbrado por el sol, con una voz de fuego que permanece callada. Porque mientras haya alguien esperando un futuro mejor, lo habrá. Ofrezco mi corazón de prueba.
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