Este año 2023 estamos viviendo otro movimiento popular que tiene símiles y diferencias con el primero que bien vale la pena identificar. Se trata de tener elementos de juicio para discernir mejor. En medio, quedó la revolución de 1944, un movimiento muy urbano y muy de clases medias que instauró una primavera democrática que duró diez años.
Entre los símiles históricos documentados entre los movimientos de 1920 y el actual identificamos:
1. El mal manejo y el vil aprovechamiento de pandemias anteriores a los movimientos.
2. El hartazgo de la población con relación a las felonías de un mandatario y sus adláteres.
3. El violento despertar de muchos segmentos urbanos empobrecidos sumiéndose cada vez más en la miseria material, moral y espiritual a causa de los desgobiernos en el Estado.
Entre las diferencias históricas documentadas tenemos:
1. No hubo participación de los pueblos originarios.
2. Los grupos urbanos del interior del país, excepción hecha de Quetzaltenango, no tuvieron participación alguna.
3. La participación actual de muchos sectores sociales, empresariales y religiosos que habían permanecido callados ante las afrentas.
Vale decir que en ambos casos hubo una basa premonitoria de la naturaleza: «Los movimientos llegaron signados por los terremotos de 1917 y 1918, la peste actual llegó marcada por la erupción del volcán de Fuego (3 de junio de 2018) y por las tormentas Eta y Iota (1 y 16 de noviembre de 2020), todos ellos cimbrados por un pésimo manejo del impacto aunado a la atmósfera de corrupción que lo rodeó»[1].
Entre las muy importantes diferencias que sin duda quedarán documentadas para la historia está el caudillaje del movimiento actual. Por primera vez, el liderazgo está en manos de los pueblos originarios. Al frente, los 48 Cantones de Totonicapán. No persiguen logros para sí. Son muy puntuales al informar que: «No venimos a representar a ningún partido político, el momento es de defensa a la democracia en representación de los pueblos originarios indígenas»[2].
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Por esa razón, terrible fue el error de Alejandro Giammattei al adjetivarlos de «acarreados». Ello provocó la inmediata respuesta de una veintena de asociaciones representativas de los pueblos originarios. En el primer párrafo de una carta enviada al mandatario el día 11 de octubre recién pasado se lee: «Con mucha indignación y repudio, a través de los medios de comunicación nos hemos enterado de que circula una carta signada por su persona, en la que al igual que en su mensaje de la cadena nacional de fecha 9 de octubre de 2023, insiste en que somos “acarreados” por políticos, con el fin de deslegitimar nuestras protestas pacíficas y peticiones que surgen por el hartazgo generalizado del pueblo de Guatemala por tantos abusos que ha cometido el Ministerio Público en contra del Tribunal Supremo Electoral y nuestra democracia, que es el pilar fundamental del Estado de Derecho; abusos de los cuales su silencio lo han hecho cómplice». La misiva se dio a conocer por medio de las redes sociales.
Sin duda alguna, esa adjetivación fue muy desafortunada.
Ese liderazgo de los pueblos originarios ha permitido que el pueblo retome sus espacios. En las calles se baila, en las calles se canta, en las calles hay abrazos, incluso, entre ciudadanos y policías a quienes se les nota su buena voluntad. También se canta el himno nacional y se loa a la vida. Y quién sabe si no, este despertar de identidades nos traiga de vuelta aquellos saberes atávicos que podrían dar soluciones a los problemas que nosotros, como sociedades occidentalizadas, no sabemos resolver.
Así pues, el liderazgo de los pueblos originarios está de vuelta. De muchos de ellos provenimos los guatemaltecos, en parte o totalmente. No desperdiciemos la ocasión de salir al encuentro de la verdadera democracia sustentada en la verdad y la justicia como lo sugieren nuestros ancestros.
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