A partir de los años 70 del siglo pasado las condiciones mejoraron. El asfalto llegó al norte del país y con ello la disminución de los tiempos de viaje, porque la utilización de vehículos más pequeños y rápidos así lo permitieron. El promedio de horas para arribar de una ciudad a otra era de cuatro horas y fácilmente se podía ir y volver en un mismo día.
No dejaba de hacer presencia la nostalgia, hasta la fecha recordamos las cuestas de Cachil y Quililá en la Sierra de Chuacús, el descenso a Salamá, el ascenso a la actual Cumbre de Santa Elena por la cuesta de San Lorenzo y el descenso a El Rancho, El Progreso, por el municipio y la cabecera de Morazán. Sí, eran 12 o 14 horas de ver paisajes entre cumbres, ríos, valles y arboledas que hacían de cada viaje un aprendizaje geográfico, histórico y climatológico.
Pasados esos años, el aumento del transporte pesado hizo presencia con todas sus consecuencias. El lapso de viaje aumentó a seis horas (sin detenerse en algún sitio) y los riesgos se convirtieron en mucho mayores que cuando la carretera no era asfaltada. Los accidentes por imprudencia, impericia y falta de sueño (en muchos pilotos de transporte pesado) comenzaron a dejar huella física, emocional y psicológica.
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Pero nunca imaginamos que en pleno siglo XXI, en su tercera década, el tiempo de viaje aumentara a ocho horas. Alcanzó su máximo la semana anterior, cuando, el jueves 7, quienes corrieron con suerte, se tardaron diez horas en llegar de Cobán a la capital y sin ver aquellos ríos, valles y cumbres que en el siglo XX provocaban que el viaje fuera relajante. En vía contraria el humo, los bocinazos, las tensiones entre algunos pilotos y la impotencia de la Policía Municipal de Tránsito (porque humanamente nada podían hacer) fueron la seguidilla en todas esas horas de espera.
El tapón comenzaba a la altura de la entrada a Palencia (en el carril que va hacia la capital) y desde allí hacia la zona 1 fueron necesarias cuatro horas para poder llegar a destino. Debe darse por descontado que, quienes iban en bus, tenían que abordar taxis u otro tipo de vehículo para llegar a sus residencias o a sus lugares de hospedaje.
Yo me di cuenta del fenómeno porque iba viajando de la ciudad capital hacia Cobán y nunca, tal como se lee, nunca había visto una cola de vehículos que, rumbo a la gran ciudá, comenzara a la altura del entronque entre la carretera de Palencia y la del Atlántico.
El congestionamiento se atribuye principalmente a los trabajos de renovación de asfalto que se está llevando a cabo en la Calle Martí. Se supone que finalizarán alrededor del 15 de agosto. Pero, independientemente de que dicha fecha límite esté muy cerca, ¿es válido aceptar –sin decir ni pío– semejante acometida al derecho de transitar libre y rápidamente en una carretera como la CA-14 que forma parte del complejo conocido como Carretera Panamericana?
Que los trabajos en la Calle Martí son necesarios, ni dudarlo; que a corto plazo beneficiará el tráfico entre la CA-14 y el centro de la ciudad pues, se supone cierto. Que la urbe citadina necesita remozamiento en todas sus vías es innegable, pero estamos en el siglo XXI y se pudo haber contemplado rutas alternativas para evitar riesgos, fastidio, molestias y, principalmente, los peligros que implicaron —y aún implican— para el rápido y libre paso a vehículos como ambulancias y otros que se utilizan en las emergencias.
Reitero, estamos en la tercera década del siglo XXI y esta desagradable experiencia debe de servir a las autoridades respectivas para evaluar si solo el recapeo (o como se llame la técnica de mantenimiento usada) es la causa de semejante congestionamiento vial o hay otras condiciones que deben solucionarse de manera urgente. Debemos recordar que entre Palencia y la urbe capitalina hay muchos núcleos poblacionales desde donde, muchas personas, van a trabajar a La ciudad del futuro. Ni qué decir de niños y jóvenes que deben utilizar esa vía para llegar a sus centros de estudio.
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