El sábado comencé lo que espero se vuelva una tradición de juntarnos con los patojos a matar gente en internet. Jugando en internet, los chicos se burlaban de mi falta de habilidad y yo me hacía el chistoso, comentando el juego. No sabía yo que era un foro abierto y que los demás jugadores podían oírnos.
Fue cosa de diez o quince segundos para que una bola de gringos incultos comenzaran a insultarnos en un español rudimentario. Vamos, que ni siquiera eran insultos.
Era más bien como una colección de palabras inconexas en español, salpicadas de algun insulto. Algo asi como “Taco, taco, burrito, mierrrrda, cabrrrrón, chimichangaaaaaa, pene pequeño, Mexican”.
Estamos a miles de kilómetros de distancia, riéndonos de los esfuerzos de ese tarado por ofendernos. Es un momento de mucha intimidad, de broma secreta.
Vemos nuestras personas verdaderas en el Skype mientras nuestros cuerpos virtuales juegan a ser soldados sanguinarios en el Call of Duty. Ellos por un lado, en un sofá, juntos riéndose. Yo en otro sofá, riéndome. El tarado, quién sabe dónde, participando -siendo instrumento, más bien- de un momento familiar sin siquiera saberlo.
Es de esos momentos que perduran. Una diminuta fracción de tiempo, que se queda allí y permanece. Que no tiene materia, que no pareciera trascendental pero que por alguna razón está destinado a quedarse.
Eso de la intimidad, de la complicidad, de los recuerdos compartidos es un poco como el Bosón de Higgs. No lo podemos ver, ocurre en el brevísimo lapso en el que parimos un pensamiento y luego se ha esfumado. Y aún cuando no hay pruebas exactas de su existencia sabemos que está o estuvo, por la huella que deja tras de sí.
Y los medios se esfuerzan en hacernos creer que se trata de la partícula de Dios, con la esperanza de que nos compremos la noticia, de vendernos la basura que empaquetan junto con las noticias.
Actúan como si todavía estuviéramos en 2003, cuando los ángeles eran la sensación. Quizá si fuera la partícula de los vampiros, tendría más pegón. ¿O será que eso es muy 2011?
Pero es un esfuerzo vano, ya no es 1977, cuando los humanos -los humanos de lo que conocemos como primer mundo- se maravillaban con las posibilidades de lo que podía hacer la humanidad. Fue cuando a Carl Sagan se le ocurrió que sería una chingonería enviar un disco con música humana y fotos de humanos a bordo de una sonda espacial con rumbo al infinito.
La esperanza era que algún día, en algún lugar a millones de años luz de acá, alguien se topara con el Voyager y viera que allí, dentro del aparato caído del cielo (o hallado por una nave en el espacio, vaya usted a saber), había un disco con información sobre los humanos.
Recuerdo haber leído de eso, hace décadas, en una barbería en la plaza 626. Seguro era una de esas revistas semipornográficas que tienen los barberos junto con los Condoritos y los chistes de Hermelinda.
Era una de mis primeras veces sólo en el barbero, cuando aún tenía pelo. No sé que año habrá sido. Recuerdo que se vivía con miedo en Guatemala, que era peligroso salir de noche, que había que estar dentro de la barbería, esperando que pasara mi mamá en el carro y salir corriendo para que tampoco estuviera mucho tiempo esperando, porque era peligroso estar mucho tiempo parado en la calle. Pero supongo que esos detalles tampoco dan mucha referencia en cuanto al año que sería.
Era un mundo distinto y supongo que hay algo inspirador en leer que a alquien se le ocurrió unir tantos esfuerzos y recursos para mandar ese mensaje en una botella al vasto océano del espacio.
Es de esos momentos en los que uno, a pesar de que sabe que vive con la mierda al cuello, tiene motivos para la esperanza.
Y por eso la semana pasada, no sé, me entró un poco de desazón al ver que el descubrimiento del dichoso bosón no pasó de ser un eructo en la cobertura noticiosa y que casi ni hubo menciones sobre que un grupo de científicos busca la cura del cáncer descifrando el genoma de los tumores.
Iba a decir que es como si viviéramos en una época de maravillas en la que hemos perdido la capacidad de maravillarnos, pero luego me acordé del “hombre de Guatemala”.
Es un cortador de caña al que habrán retratado para alguna colección de imágenes de Naciones Unidas en los 70 y es una de las imágenes que Carl Sagan mando al espacio a bordo del Voyager. Supongo que será interesante saber si al hombre le inspira saber que su imagen va rumbo a lo desconocido, que han encontrado la partícula que confirma el modelo estandard, que los científicos están curando el cáncer a partir de conocer su estructura genética, o si sus preocupaciones son otras.
Porque aunque por motivos distintos, supongo que al cortador le importa lo mismo todo esto que a los estadounidenses que no le tiraron ni un pedo al bosón.
Después de todo a quién le importa el futuro cuando el presente es cortar caña o tragarse galones de cocacola mientras se mira American Idol en la tele.
De plano debe ser que Carl Sagan lanzó una mano a tocar el infinito y en algún momento nos dimos cuenta de que al final del camino solo hay una pared. Estiramos la mano y nos dimos cuenta que lo que hay es hoy, que el futuro no promete nada y que lo unico que alcanzamos a tocar es una pared.
Para eso, le hubieran preguntado al hombre de Guatemala en el 75. Ese ya lo sabía entonces.
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