Ese día, la sombría presencia de soldados con armas rompió para siempre el encanto de las vacaciones familiares. Tendrían que pasar muchos años para que escenas como esta se fueran alejando de nuestra cotidianidad, y muchos más para que las memorias empezaran a limpiarse y a ser sustituidas por otras más amables.
Últimamente, sin embargo, este miedo ha vuelto a mí con la misma sensación de desesperanza del pasado. Mientras manejaba a Quetzaltenango recientemente pude observar cóm...
Ese día, la sombría presencia de soldados con armas rompió para siempre el encanto de las vacaciones familiares. Tendrían que pasar muchos años para que escenas como esta se fueran alejando de nuestra cotidianidad, y muchos más para que las memorias empezaran a limpiarse y a ser sustituidas por otras más amables.
Últimamente, sin embargo, este miedo ha vuelto a mí con la misma sensación de desesperanza del pasado. Mientras manejaba a Quetzaltenango recientemente pude observar cómo un grupo de soldados bajaba a las personas de un bus extraurbano y revisaba sus papeles y pertenencias. Días más tarde un muchacho de un pueblo cercano a Quetzaltenango relataba cómo un grupo de soldados se había llevado a algunos jóvenes para hacer servicio militar. Las memorias de los horrores de la guerra todavía están frescas en gran parte de la población, es por esto que la presencia militar en nuestras calles podría tener duros efectos sociales y psicológicos.
El razonamiento de esta presencia militar, por supuesto, es una violencia fuera de control que ha permeado todos los espacios de la sociedad. Pero habría que preguntarnos si esta es la mejor solución para la reconstrucción de un tejido social tan lastimado, dentro del cual la violencia es la manifestación de otros males más profundos. Seguramente esto revelaría una estrecha relación entre la violencia y la injusticia, la impunidad, la corrupción, la inequidad, la marginación, la constante violación de los derechos humanos de las poblaciones más desfavorecidas, y sobre todo la falta de planes de gobierno verdaderamente efectivos y de largo plazo, que aporten a la solución de los problemas más urgentes en temas de salud, educación, acceso a la tierra, etc.
Cierto, podemos hablar de poderes paralelos y de muchas otras cosas más, pero tengo la certeza de que un niño al que no le falta nada, que ha sido educado para la paz, la tolerancia y la justicia, y que cuenta con opciones para su realización personal difícilmente optaría por la violencia.
Solo un certero análisis y una cabal comprensión de las verdaderas causas históricas de los fenómenos sociales de nuestro presente, podría apoyar la búsqueda de soluciones efectivas. Pero esta no es una tarea del gobierno solamente, en este país ese análisis y esa comprensión nos hace falta a todos. Hemos olvidado con demasiada rapidez, y sobre todo hemos olvidado incluir las lecciones aprendidas del pasado en nuestro legado para las generaciones más jóvenes.
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