Pero no solo en el Gobierno central celebran a lo grande estas fechas. También el alcalde de Palestina de Los Altos otorgó tres días de asueto a sus empleados para la realización de un convivio con un costo aproximado de 9 000 dólares estadounidenses en un centro turístico.
Por su parte, el sector privado no se queda atrás. Así como organiza festivales de árboles navideños en la metrópoli y en las cabeceras departamentales, presentó un árbol valorado en 2.5 millones de quetzales.
No, señores. No estamos en Dubái. Estamos en un país que con Honduras y El Salvador conforma una especie de Somalia en América Latina. En «el club de la miseria», como diría Paul Collier. En un país habitado por un millón de niños que padecen desnutrición crónica y aguda. Da asco ver cómo en estas fechas los guatemaltecos sabemos sacar a relucir nuestra indiferencia.
En estos tres países hay 6.2 millones de niñas y niños fuera de la escuela. Cuatro millones de ellos son guatemaltecos.
Ante la ausencia de sistemas de protección social, entre enero y septiembre de 2016 estos tres países han obligado a migrar a casi 47 000 adolescentes a los Estados Unidos sin protección alguna, pues han sido encontrados solos entre la frontera de este país y México. Adicionalmente, junto con sus padres viajaron otros 211 221 ciudadanos del Triángulo Norte, mientras que 147 823 adultos y menores fueron deportados. Se está hablando prácticamente de un éxodo hacia el norte en busca de mejores condiciones de vida, lejos de la violencia, el hambre, la enfermedad y la ignorancia.
¿Y así queremos atraer inversión extranjera directa? ¿Dándole la espalda al recurso más valioso que este país tiene: su gente?
En buena medida, esta vergüenza nacional de la desnutrición podría disminuirse haciendo un uso probo y eficiente de los recursos públicos, pero francamente es ridículo creer que Guatemala, con una inversión diaria per cápita inferior a un dólar estadounidense en cada niña o niño, pueda disminuir los vergonzosos niveles de desnutrición infantil, embarazo adolescente y mortalidad materna que ostenta. Así como se necesitan efectividad, transparencia, eficiencia y sostenibilidad en el gasto público, igualmente es imperativo hablar de la suficiencia de los recursos públicos para los niños y los adolescentes.
También en este contexto podrían considerarse nobles las donaciones que realiza el sector privado como caridad para los niños, pero es preciso recordar que, para que esta tenga valor, es imprescindible que exista la miseria. De hecho, la miseria le da razón de ser a la caridad.
En otras palabras, hay que acabar con la miseria ya no entendiendo la política pública como caridad, sino como un instrumento sostenible, garante de derechos humanos, no sujeto a querer o no querer donar, sino que obligue a hacerlo y a exigir una correcta utilización de los recursos.
Para acabar de fastidiar, el actual presidente de la república se dedica a otorgar exoneraciones fiscales a quien se las solicite (a 216 empresas para ser exactos). A la fecha no se sabe cuáles son. ¿Cuánto dinero se dejó de pagar para disminuir la desnutrición? Por lo visto, Jimmy Morales está más interesado en garantizarles a las empresas evasoras que no pagarán multas e intereses por no haber reportado impuestos que en garantizar el pan en la mesa de las niñas y los niños pobres del país.
La indiferencia de Guatemala por sus niños y adolescentes no parece tener punto final, sino puntos suspensivos en una historia de horror.
No quiero ser dramático, pero, en estas cenas de Navidad y Año Nuevo, acuérdese de ese millón de pequeños guatemaltecos que tienen hambre. Ojalá en 2017 le apostemos a construir un mejor país.
Más de este autor