Muchas veces, esas normas no corresponden al sentimiento real de la población sobre la cual se imponen y hay un vacío de conformidad porque la gente no se siente con obligación de seguirlas. Miremos el consumo de drogas, por ejemplo. Está penalizado, pero eso no impide su comercialización masiva. Por otro lado, se agradece que las normas sociales más restrictivas, como ciertos comportamientos íntimos, no estén legisladas, pues, si por algunos grupos fuera, seguiríamos con el delito de adulter...
Muchas veces, esas normas no corresponden al sentimiento real de la población sobre la cual se imponen y hay un vacío de conformidad porque la gente no se siente con obligación de seguirlas. Miremos el consumo de drogas, por ejemplo. Está penalizado, pero eso no impide su comercialización masiva. Por otro lado, se agradece que las normas sociales más restrictivas, como ciertos comportamientos íntimos, no estén legisladas, pues, si por algunos grupos fuera, seguiríamos con el delito de adulterio en nuestro Código Penal (nótese que solo se aplicaba a mujeres).
En el caso de la presión que ejerce el grupo donde uno vive, su principal fuerza viene de la vergüenza. En tiempos de tribus pequeñas, donde todos se conocían, era esencial ser parte uniforme del grupo. Comportarse para bien de todos significaba la propia supervivencia. Hay algunos antropólogos que aseguran que el lenguaje se utilizó primordialmente como medio de dar noticias de otras personas a terceros, o sea, de chismear. Claro, eso servía cuando un jefe se juntaba con otro y tenía que asegurar que Juanito Cazador fuera valiente y que lo podían integrar a su equipo esa tarde. La falta de aceptación en el grupo, la expulsión, era una condena a muerte.
En nuestra sociedad moderna, ser excluido de un grupo social no es necesariamente tan dramático, pero sí impacta en nuestra salud mental como tal. Somos seres que evolucionaron en grupo, y parte de nuestro desarrollo exitoso está en el contacto con otros humanos. Un bebé necesita del cuidado personal y cercano con un adulto para que terminen de madurar funciones tan esenciales como la vista, por ejemplo. Nuestras habilidades emocionales solo se ejercitan respecto a los demás, y no dejamos de comportarnos de una manera tal que cacemos dentro del grupo con el que nos identificamos. Romper las reglas no escritas tiene consecuencias y las debemos tomar en cuenta cuando decidimos salirnos del marco.
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Ahora, en un país como el nuestro, en el que hemos tenido poco respeto por las reglas más simples, como el no robar en puestos de gobierno, y seguimos poniéndoles énfasis a lineamientos absurdos como el tipo de ropa que se debe usar, es difícil ejercer una presión que nos ayude a avanzar. El miedo al verdadero escarnio público debería ser un aguijón constante en el cuello de nuestros políticos. Ni qué decir del sano terror a ser encarcelados. Pero para eso nosotros mismos debemos hacer énfasis en las cosas que verdaderamente importan.
La vergüenza es probablemente el arma más poderosa que tenemos como ciudadanos para hacer presión contra quienes ejercen un poder estatal. Y no solo en redes, sino también en nuestras relaciones personales, en la forma en que se les atiende en lugares públicos, en el rechazo que podemos demostrarles al momento de entablar alguna conversación. Decirle al próximo que comente «¡qué cabrón!; ¡cómo se llevó tanto pisto!» que no, que no es nada cabrón, que es una vergüenza haberse robado el dinero, y dejarnos de meter en la vida privada de los demás como protesta legítima al mal uso de la vergüenza. Al final del día, es otro tipo de castigo que sí podemos aplicar independientemente de lo que diga un juez.
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