Hay una pérdida de identidad que he visto en mis contemporáneas y que es complicada de explicar de forma satisfactoria cuando una quiere hacérsela ver a los hombres a su alrededor. Permea todos los aspectos de la vida, hasta la forma en la que una se arregla. Tengo amigas de más o menos mi edad con las que tratamos de examinar la pérdida de interés en lo propio de muchas mujeres. Esa queja de sus parejas cuando dicen «es que se descuidaron en cuanto se casaron» o «las mujeres solo se arreglan para otras mujeres». Lo común allí no es una convención social de cómo debe verse una señora de cierta edad. O no solo. El elemento más profundo que determina cierta actitud ante la vida es ese sentimiento no necesariamente reconocido de no tener derecho de ser una persona propia, solo para una misma.
Durante un año de pandemia en el que nos hemos visto obligados a retomar una domesticidad que tal vez no teníamos, también hemos tenido qué replantearnos el espacio que habitamos dentro de nuestras vidas diarias. ¿Qué tanto de nuestro tiempo está dedicado a actividades exclusivamente nuestras? Seguro comparto con muchas mujeres esa sensación de no tener derecho de desperdiciar mi tiempo. Cada minuto que transcurre sin asignarlo a tareas se siente como una afrenta a la vida y me da cargo de conciencia. No he visto a los hombres cuestionarse esto.
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Desde pequeñas nos enseñaron a hacer cosas en función de otras personas, a quedarnos en un molde muy estrecho y, básicamente, a desvanecernos entre los papeles asignados. La que sobresale incordia y generalmente es la loca del grupo. La mujer que decide dejar familia para buscar algo mejor para ella es la egoísta. Nunca he escuchado que a un hombre se le tache de serlo mientras aporte económicamente. Tal vez de descuidado, pero no se cuestiona su derecho de perseguir metas propias.
Soy consciente de que hay muchas consideraciones antropológicas y sociales que corren muy profundo dentro de la composición social. Desde tiempos antiguos en los que las mujeres eran parte de la propiedad de los hombres hasta avances (perdón, pero me parece aberrante llamarle un avance a una declaración mínima) como permitirle el voto a la mitad de la población, los espacios van abriéndose. Pero no dejan de ser limitados por más que los estemos ensanchando.
El 8 de marzo se conmemora el Día de la Mujer como una señal de lo mucho que aún falta por alcanzar. Entiendo que se persiguen metas enormes como la educación igualitaria, la alimentación no discriminatoria, la apertura de las mismas condiciones. Pero, a la par de todo esto inmenso, creo que también vale la pena revisitar los espacios íntimos que moldean nuestras cosmovisiones personales. Soltar la culpa de querer algo propio, que no sea de beneficio tangible, más que una satisfacción personal. Algo como aprender a cantar bien para no desafinar en la ducha. Darnos permiso de querer cosas superfluas porque nos dan placer. Y seguir con la vida de todos los días.
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