No para sumirse en una depresión sin remedio. Porque, como bien dice la canción, «ya lo pasado, pasado». Es para recolectar herramientas que nos ayudarán mañana, cuando volvamos a estar en la misma situación y podamos reaccionar mejor. Lo que hicimos, si bien ya es incambiable, sí nos interesa, pero como campo de aprendizaje.
En los últimos años se ha incrementado el ejercicio de analizar eventos históricos con puntos de vista modernos, como si nuestras escalas de valores y nuestras ap...
No para sumirse en una depresión sin remedio. Porque, como bien dice la canción, «ya lo pasado, pasado». Es para recolectar herramientas que nos ayudarán mañana, cuando volvamos a estar en la misma situación y podamos reaccionar mejor. Lo que hicimos, si bien ya es incambiable, sí nos interesa, pero como campo de aprendizaje.
En los últimos años se ha incrementado el ejercicio de analizar eventos históricos con puntos de vista modernos, como si nuestras escalas de valores y nuestras apreciaciones de la naturaleza humana fueran hoy completamente superiores a las utilizadas antes. No por nada la ignorancia es atrevida. Desdeñar y condenar actos de hace cientos y hasta miles de años porque no corresponden a lo que ahora es aceptado, sin tomar en cuenta la realidad de la época en cuestión, solo sirve para sentirse moralmente superior.
Pongamos por ejemplo el concepto de niñez que tenemos. Pocos nos damos cuenta de que es un invento demasiado reciente en la historia. Antes, a los 13 los niños ya eran hombres, salían a cazar y hacían rituales de entrada a la tribu y tantas cosas más que indicaban su aptitud para asumir responsabilidades de adultos. Las niñas, con la primera menstruación, ya podían casarse y tener una familia. Esta prolongada adolescencia de nuestra gente, que ahora resulta extenderse más allá de los 20, sería inconcebible y hasta irrisoria para generaciones anteriores cercanas (nuestros bisabuelos no podrían entender por qué un hombre de 18 no genera suficientes ingresos para encargarse de una familia, por ejemplo), no digamos las personas de la prehistoria. Si nos despojamos de la emotividad y analizamos fríamente ambas situaciones, se pueden encontrar ventajas y desventajas en ambas. A partir de allí, lo único que sirve es decidir cómo vamos a proseguir hacia adelante. Venir y condenar a padres y adultos de otros tiempos por darles a sus hijos un trato distinto de lo que aceptamos ahora no ayuda ni a esos hijos ni a sus padres.
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Hay demasiados elementos que conforman las reglas sociales de lo aceptado como para dispararse juicios de valor en blanco y negro. Conceptos como la privacidad han sufrido cambios drásticos por cosas tan sencillas como la disposición de espacio en las viviendas. Tener un cuarto propio en el que nadie entrara era una cosa simplemente impensable. Ni los reyes podían contar con lo que ahora consideramos privacidad básica, y parte de sus días era recibir a gente desde el momento de despertar. Esto, obviamente, crea un sentimiento de comunidad y de pertenencia distinto. Las casas no estaban divididas en habitaciones y todos dormían juntos, hasta con los animales. Tal vez, a lo sumo, existía una división hecha de pieles para separar a las parejas, pero nada ni remotamente aislado acústicamente. Esto obligadamente otorgaba una actitud distinta a las relaciones próximas, al respeto del espacio personal, a ese concepto en sí mismo.
Lo que realmente tiene valor al estudiar comportamientos pasados es identificar cómo algunos cambios en el mundo físico han permitido evoluciones culturales y cuáles son los valores que exaltamos hoy. Condenar a individuos comunes y corrientes solo porque se comportaron como se esperaba de ellos en su época es miope. En 50 años, seguro harán lo mismo con nosotros. No quiero decir que no sea útil analizar qué ya no debemos repetir, llevar a nuestra sociedad a lugares de mayor tolerancia, mejores relaciones, más compasión y empatía. Y eso se comienza al ver hacia atrás. Porque creernos con derecho de juzgar todo lo que ha sucedido solo nos posiciona en una plataforma perfecta para que nos apedreen en el futuro. La superioridad moral se traslada muy fácil de una generación a la otra.
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