Son hombres y mujeres de diferentes edades, procedencias, oficios… Algunos dejaron toda una vida de trabajo y familia. Otros fueron aprehendidos en la frontera tras unas semanas de duro trayecto por México. Todos comparten la frustración de volver de manera forzada a un destino incierto.
Según datos de la Dirección General de Migración de Guatemala (consultados en línea el 10 de agosto de 2017), a junio de este año recibimos 27 233 personas forzadas a retornar procedentes de México y Estados Unidos. De ellos, el 75 % son hombres adultos, lo cual indica que la migración sigue siendo predominantemente masculina. Sin embargo, recibimos un 10 % de menores no acompañados, que representan una cifra importante en relación con los servicios que debe prestar el Estado para su atención.
Según el diagnóstico de González y Pellecer sobre población forzada a retornar, la mayoría de las personas proviene de departamentos del occidente del país, especialmente aquellos cercanos a la frontera con México: Huehuetenango, San Marcos y Quiché. Son personas jóvenes, entre 15 y 40 años, y con baja escolaridad, pues un 62 % tiene algún grado de educación primaria y solo el 7 % terminó la secundaria. Su ocupación principal es la agricultura (44 %) y la construcción (16 %). Un 40 % de dicha población indica que quiere quedarse en Guatemala, mientras que el 34 % intentará volver a Estados Unidos. Ello da cuenta de lo compleja que resulta la decisión de permanecer o no en el país, dadas las condiciones estructurales de violencia y las pocas oportunidades económicas.
El retorno forzado tiene diversas implicaciones en los niveles individual, familiar, comunitario y nacional. Es una remoción violenta y abrupta que limita la capacidad de las personas de movilizar recursos, erosiona el capital social del migrante y constituye una experiencia traumática que vulnera a las personas, fragmenta familias e impide la consecución del proyecto migratorio.
A los impactos en el ámbito individual y familiar se suman los retos para los Estados de origen frente a la población forzada a retornar. Orozco y Yansura[1] indican que los países de Centroamérica enfrentan retos importantes para la atención de la población forzada a retornar. Existen pocos programas de reintegración, con escaso presupuesto y sin coordinación interinstitucional. Estos priorizan la recepción básica (atención al arribo con alimentación, llamadas telefónicas y otros servicios) y la reinserción laboral, pero no cuentan con un enfoque integral que aborde la diversidad de perfiles de personas retornadas. Por ejemplo, los programas no consideran el tiempo de haber permanecido fuera, las redes sociales con las que cuentan las personas en su lugar de origen, la acreditación de formación y competencias y las necesidades de atención psicosocial, entre otros. A ello se añade la poca información disponible en Estados Unidos sobre los programas de apoyo en el retorno, lo cual muestra el bajo interés de los Gobiernos centroamericanos por el tema.
En ese sentido, es necesario indicar que el retorno de los guatemaltecos está lejos de ser sostenible, tal como proponen Koser y Kuschminder[2]. Para los autores, un retorno sostenible se concibe como el proceso de reintegración de la persona en los ámbitos económicos, sociales y culturales del país de origen, acompañado de una sensación de seguridad y protección.
En conclusión, mientras no exista una política migratoria articulada y coordinada institucionalmente, que atienda de manera integral las necesidades de la población migrante y retornada, continuaremos recibiendo personas de México y Estados Unidos que narran experiencias humillantes, que aterrizan frustradas y con sentimientos de fracaso, aturdidas por volver a un país que ya no conocen y que no les ofrece mucho más en el ámbito económico o laboral, tal como narra José Antonio[3]:
Lo primero que hacen es enchacharlo a uno de las canillas, de las manos, y ya lo llevan a uno a una cárcel de migración para ser deportado a Guatemala. Y si no hubiera sido eso allá, estuviera trabajando. Yo hubiera seguido. Mi intención era echarle ganas porque uno va por un futuro, que no sabe uno cuánto de vida le va a dar Dios a uno, y poder tener uno algo cuando ya no pueda tanto trabajar. Que allá sí se hace sabiendo uno pensar, pero aquí no…
José Antonio, ladino, 45 años, educación primaria, casado
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[1] Orozco, M., y Yansura, J. (2015). Removed, Returned and Resettled: Challenges of Central American Migrants Back Home. Inter-American Dialogue.
[2] Koser, K., y Kuschminder, K. (2015). Comparative Research on the Assisted Voluntary Return and Reintegration of Migrants. Génova: IOM-Universiteit Maastricht.
[3] Martínez Rodas, A. (2015). Yo, migrante. Guatemala: DBuk Editores.
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