Desde que ya no vivo en el condominio, tengo que ir a un laundromat cerca de casa. Cada domingo, me toca ver el desfile de personajes de lavandería. Hay gordas, tatuados, viejos seniles, familias numerosas, soldados y soldadas, hay una señora mayor que no para de hablar mientras una muchachita 15 años menor hace como que escucha pacientemente mientras textea frenéticamente en su teléfono. En un principio pensé que eran mentora y pupila, ahora pienso otra cosa.
Somos todos aves de paso. Gente que no puede o no quiere comprar una lavadora y secadora porque el dinero está escaso o porque hay planes de irse pronto a otra parte. Somos ese subconjunto que comprende a quienes no tienen acceso a una lavadora. Y mientras veo mis calzoncillos hacer su danza circular de todos los fines de semana, un amigo me pregunta en el chat si conozco a una persona X.
Con una dosis de sarcasmo injustificado le pregunto si esta persona fue víctima de un secuestro o si le pegaron un tiro. Luego de unos segundos en los que, estoy seguro, mi amigo ponderó si contestarme -incluso si valía la pena seguir siendo mi amigo- me escribe:
-Estás cerca, la mataron hace unos días. Me da el nombre, no me suena. Luego me da más señales, me traza un vago perfil de quién era esta persona y, por deducción y descarte, creo saber quién es.
-Mataron a esta persona, me dice.
-Supongo que la policía debe tener varios equipos trabajando doble turno para esclarecer el caso. Si no, pues no te preocupés, a lo mejor el asesino se arrepiente y confiesa en unos años. Pero acordáte, solo funciona si confiesa al pastor de su iglesia y por casualidad el pastor gringo que es dueño de la franquicia se entera y ve un potencial escándalo.
-¿Te impacta que maten a alguien en Guatemala?, le digo de nuevo con sarcasmo.
-Me impacta si la conocía (entiendo entonces que sí la conocía de algo), pero ya no me sorprende, me contesta.
Me explica que me estaba preguntando para averiguar si yo sabía algún detalle de la tragedia, si había escuchado algún rumor. Mi amigo es un tipo inteligente. Y creo que eso ayuda a que admita que pasemos a discutir por qué quiere saber detalles sobre la muerte de una persona a quien conocía de lejos. Supongo que se ubica en esa zona gris donde no hay duelo, pero si interesan los detalles.
Nos rehusamos a pensar que pueda ser morbo y buscamos explicaciones a su curiosidad. Piensa él que es saber cuáles son los detalles podría servirle para proteger a su familia, para tomar acciones que, por distintas a la de la víctima, le coloquen en una zona de no-elegibilidad para el asesinato.
Yo creo que él busca un talismán.
Nos interesa saber el detalle para racionalizar algo tan incomprensible como un asesinato. Y racionalizando, encontramos lo que nos diferencia de la víctima, lo que nos hace distintos y, por lo tanto, seguros. La diferencia es sutil. El propone acciones concretas para pasarse a la casilla de quienes no serán víctimas. Yo creo que, en un contexto donde la única acción concreta que queda es encerrarse a cal y canto en una catacumba, la gente pasa a buscar características mágicas que expliquen por qué a él sí y a mi seguro que no.
A lo lejos me acuerdo de la víctima. Si es que es quien pienso, compartimos amigos y entorno en algún momento de los noventa. Pero ya de esto hace tantos años. Supongo que algo mal hay en mí, que no sufro cuando me cuentan estas cosas. Supongo, igual, que algo mal hay en mí porque no logro sentir esa euforia que veo en todos mis conocidos al enterarse que un señor de Alta Verapaz ganó una medalla de plata en Londres.
No es que no me alegre que alguien gane una medalla, tampoco soy tan mezquino. Me causa alegría y admiración que una persona haga tantos sacrificios para lograr una meta.
Lo que no termino de entender es la conexión que hacen entre este señor de Alta Verapaz y ellos. Más allá de haber nacido todos dentro de los límites geográficos de una misma entidad política, no hay mucho que una a estas personas con el marchista.
Al final de cuentas, es poco lo que el Estado de Guatemala aportó al atleta en términos de infraestructura, calidad de vida, educación de calidad y acceso a instalaciones deportivas, como para decir que es un triunfo del país. Es, en todo caso, un triunfo a pesar del país.
Es cierto que son guatemaltecos uno y otros, todos nacieron en la tierra del quetzal, de las guapas mujeres y de la marimba. Es una conexión bastante tenue en un país en el que la identidad nacional se fundamenta en accidentes geográficos, platos típicos y figuras mitológicas, no en gestas históricas o pactos que abarcan transversalmente a toda la sociedad. Pero, más que eso, son pocos los puntos en común que comparten.
En un símbolo de que aun en Guatemala, partiendo de donde partió, se puede lograr cosas grandes. Que aun habiendo empezado a correr usando los zapatos de su mamá, cuando ella no se daba cuenta, se puede ir a Londres y volver con una medalla. Que aun durmiendo en el piso de la casa de su entrenador y compartiendo la poca comida que había, puede derrotar a los chinos que gozaban del apoyo de un estado totalmente enfocado en la dominación del medallero mundial.
Supongo que hay un poco de lo mismo, el atleta se convierte en un Talismán. Se busca el común denominador con el atleta, los detalles que hacen le hacen similar al que postea “Orgullo Nacional en Facebook”. Pero más que hechos concretos, el vínculo es una idea difusa.
A mí lo que me inquieta es que pareciera ser que, de nuevo, el talismán es pasivo. No es un símbolo de lo que se va a poder hacer si tomamos acciones para ir más lejos. No es un acicate que obligue a los guatemaltecos a exigir más apoyo al deporte -el masivo y el de élite- y que haya niños lo suficientemente nutridos para poder pensar en el deporte.
La interpretación que se hace de la victoria más pareciera que sirve para explicar que los que no lo logran es porque no quieren. Que si él pudo, todo lo que se haga para apoyar el deporte (y la ciencia y la cultura) es un lujo del que se puede prescindir. Porque aún sin nada, se puede.
Y es cierto que, como dijo el atleta, si uno quiere triunfar, no tiene que esperar que el Sol le despierte, tiene que ir a buscarlo. Pero supongo que a Guatemala le iría mejor en los juegos olímpicos -y en general- si los atletas, los jóvenes, que salen todas las mañanas a encontrar al Sol, lo hicieran en mejores instalaciones, con mejor equipo, con más oportunidades de triunfar.
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