Y de allí para acá no ha hecho más que demostrarnos cuán furioso está porque osamos pensar que podíamos quitarlo de su comodidad y cuestionarle sus privilegios. Y, ¡claro!, hubo mucho ruido, se despabiló y luego no se supo cómo lidiar con él. Un poco por seguir lo conocido, por pereza o porque la mayoría creyó el cuento de la legitimidad del orden constitucional, se tomó la decisión de seguir el camino correcto, el de los mandatos aprendidos. ¡No fuera a ser que nos descarriáramos! Y, muerto el orden, ¡viva el orden! Y aquí no ha pasado nada.
Por creernos el cuento, el dinosaurio desató con lujo de hostilidad sus mejores estrategias, nos recordó todo el miedo que es capaz de hacernos sentir y nos puso en nuestro lugar para no moverse él del suyo. Y para ello cualquier método se vale, incluso actuar rompiendo las reglas, pero, eso sí, resguardando la apariencia del respeto a nuestros libros sagrados… ¡ejem!, perdón, a la Constitución Política de la soberana república (no fuera a ser que pensemos que es un fósil que apoya la ruptura del orden). Y así, en estos últimos años lo hemos visto aplicar viejas fórmulas del terrorismo del Estado, solo que ahora lavaditas de cara, bien peinadas y con colonia after shave. Se valen las muertes, las intimidaciones, las amenazas, las mentiras vueltas verdad. Asistimos a la legitimidad del mundo al revés.
En su mundo es obligación defender la patria de la amenaza extranjera, conjurar a quienes desobedecen, esgrimir las banderas del anticomunismo y poner en su lugar a quienes impulsan la rebeldía. Ni hablar de las mujeres desobedientes: esas son las peores y sobre ellas hay que caer con más fuerza. ¡Cómo se les va a ocurrir que ellas son dueñas de su vida! ¿En qué cabeza cabe?
Cualquier movimiento que presente reivindicaciones que se salen de lo que el dinosaurio está dispuesto a aceptar se tilda de comunista (como antes se decía subversivo). Y alrededor suyo hay un coro de fieles que dispersan el mensaje: ¡cuidado con el monstruo comunista que quiere acabar con nosotros! Claro, cualquiera un milímetro a la izquierda del monstruo se transforma inmediatamente en el enemigo que hay que conjurar. Lo más terrible son quienes defienden al monstruo, es decir, aquellas personas que nunca podrán tener el estatus del reptil fósil, pero que actúan a su imagen y semejanza. Lo defienden y legitiman.
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Por eso tampoco quieren que recordemos. Tampoco quieren nuestros eslóganes de la memoria contra el olvido. Porque, si el dinosaurio recuerda, no puede evitar ver tras de sí el hilo de sangre que ha dejado. Por eso tiene memoria de corto plazo. O se hace el loco. Total, lo hace porque puede. Porque de todas maneras a él no se le ha olvidado quién es el que manda y está convencido de que nadie es mejor que él para hacerlo. Lo peor es que quienes se atrevieron a despertarlo y a querer sacarlo de su reconfortante siesta parecen narcotizados, no se inmutan. ¿Se habrán dado por vencidos?
En 2015 se habló del despertar, pero fue demasiado el ruido y se logró el efecto opuesto. Se despertó el monstruo, lo pusimos en alerta y hoy asistimos con estoicismo a la escenificación de su impresionante despliegue. Impavidez y división. Parece que en su contra no es posible la suma de fuerzas. Se pierde demasiado tiempo en pequeños obstáculos que impiden ver lo prolongado del camino y hay un incesante vanagloriarse en egos y en protagonismos que restan fuerza. Mientras tanto, seguimos sin poder resolver el problema de la tierra, de la desigualdad, de las enormes brechas, del despojo de las empresas extractivas, de las vidas que se nos van entre las manos.
¿Seguiremos viendo al dinosaurio desplegarse o por fin nos indignaremos? ¿Despertaremos para hacernos cargo de pensar lo estructural o seguiremos conformándonos con los parches?
Usted (sí, usted, quien está detrás de esta pantalla), ¿ya se dedicó a pensar qué preguntas se hará en los próximos meses mientras nos vuelven a llenar del ruido ensordecedor de la contienda electoral? ¿Qué preguntas cree que son las primordiales? No deje que el grito apabullante del dinosaurio decida por usted. Recuerde: grita porque está asustado, acorralado. Depende de usted que gane nuevamente.
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