El mismo fue la base para el genocidio contra el pueblo tutsi y población moderada hutu, en Ruanda, en 1994. Las radios transmitían constantes mensajes repitiendo expresiones de odio y desvalorización del pueblo tutsi, a fin de justificar su exterminio. Discurso de odio difundió el gobierno militar de Efrain Ríos Montt para justificar el genocidio contra los pueblos mayas.
Discurso de odio fue la base de la propaganda nazi, dirigida por Joseph Goebeels, para sustentar el holocausto del pueblo judío, la militancia de izquierda y las personas con discapacidad. Discurso de odio es el eje de la propaganda del régimen Ortega Murillo en Nicaragua, para arremeter contra la disidencia social y política, así como contra la prensa independiente.
Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), el discurso de odio se disemina por medio de “cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, —o también comportamiento— , que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad". De acuerdo con la ONU, este tipo de discurso es discriminatorio o peyorativo, ataca componentes de la identidad de las personas. Tiene como propósito alimentar una opinión prejuiciada, estigmatizante y destructiva, al grado que puede dar pie a la agresión.
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Y discurso de odio es lo que ha nutrido la narrativa de la presidenciable de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), Sandra Torres, en su campaña para la segunda vuelta electoral. Así se aprecia lo externado en un mitin en San Martín Jilotepeque, Chimaltenango, la semana anterior. En su arremetida contra el Movimiento Semilla, su contrincante en la contienda, Torres se sintió cómoda con usar lenguaje de odio. «Todos esos de Semilla son unos homosexuales, unos huecos», afirmó a gritos frente a su auditorio. Es decir, al igual que el sistema patriarcal y machista, ella utiliza la referencia a orientación sexual como criterio de valentía de la cual, según ella, adolecen sus oponentes.
Con anterioridad, en un absurdo chauvinismo, se jactó de ser guatemalteca ciento por ciento, en alusión a que su adversario, Bernardo Arévalo, hijo de padres guatemaltecos, nació en el exilio. Ya anteriormente se había burlado del ingeniero y empresario Luis Von Ahn, al decirle que es un “dizque guatemalteco”. En esa narrativa, hijas e hijos de migrantes por economía o exilio, no merecen pertenecer a Guatemala.
Con estas expresiones, la aspirante a la presidencia –por tercera ocasión– pone en alto riesgo a quienes hacen parte de los colectivos estigmatizados. La comunidad de la diversidad LGBTTIQ+, cuyas luchas llevan décadas reivindicando derechos inalienables, que ya de por sí es constantemente agredida. De igual forma, personas no nacidas en Guatemala que quieran luchar por los derechos de connacionales, pueden también sufrir ataques o intimidaciones.
Aunque la candidata está desesperada, esto no justifica sus expresiones de odio contra sector alguno de la población. Si bien se trata de maniobras electoreras, al repetirse desde distintos ángulos, denotan una forma de pensamiento. Misma que se dispara ante la evidente desesperación por una casi certera derrota apabullante en las urnas. Además de aliarse con cuanta alimaña se le acerca para proteger el sistema, Torres se apropia de los elementos de odio y agresión de sus aliados. Sin embargo, al navegar entre la desesperación y el odio, corre el enorme riesgo de morderse la lengua y terminar intoxicada con su propio veneno.
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