Mientras varias ciudades alrededor del mundo vuelven a reconfinamientos severos y algunos de sus ciudadanos se resisten a usar mascarillas, ya sea por razones políticas o simplemente por el deseo de embriagarse —aporto como prueba las imágenes de la reapertura de los pubs en Londres—, la clase política latinoamericana aprovecha cada centímetro de espacio en las leyes de contratación de emergencia para engordar sus bolsillos.
En ese contexto de Gobiernos que acaparan medicinas, laboratorios médicos que hacen pactos leoninos y noticias alentadoras sobre los avances con las vacunas, un viejo conocido de la escena internacional volvió a tomar protagonismo en estas semanas.
El pulso político entre Washington y las capitales de la Unión Europea, Rusia y China es una constante de las relaciones internacionales. Sin embargo, el espionaje era uno de los elementos que le hacía falta a la pandemia.
Las acusaciones sobre los intentos de hackear los servidores de los laboratorios y universidades que llevan la delantera en la carrera por la vacuna tuvieron ese tono diplomático y amenazante que se usaba cuando los SS-22 y los Pershing se apuntaban mutuamente en las Europas. Tal vez por eso la negativa de Moscú a estar detrás de esos ataques, seguida de la advertencia de estar listo a responder a cualquier acto hostil, me recuerda un poco la imagen austera de Brézhnev.
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En el caso de China, la disputa con Huawei alrededor del 5G y la guerra de los aranceles ya estaban ahí cuando el manejo de la crisis de Wuhan nos puso en el punto en el que estamos ahora. El cierre del consulado de China en San Francisco, penúltimo capítulo de esta trama, tendría como objetivo la captura de Tang Juan, científica china acusada de espiar para el Ejército de su país mientras trabajaba en una universidad de California.
Nada nuevo bajo el sol para un liderazgo político en deuda con una ciudadanía lamentablemente poco dispuesta a hacer algo más que opinar en redes sociales.
Mientras el mundo mira hacia otro lado, o en todas direcciones sin saber exactamente a qué mirar, una flota de más de 200 barcos chinos está faenando en los límites de las islas Galápagos. Las imágenes tomadas por pescadores artesanales y confirmadas por los satélites dan cuenta de una enorme línea de pesqueros depredando en altamar.
China es el mayor acreedor del Ecuador gracias a la pesadilla izquierdista de la Revolución Ciudadana. Su flota pesquera está jugando en los límites del derecho internacional con la seguridad de que ninguna protesta diplomática ni ninguna medida de ningún tipo será tomada. En las últimas horas, un tiburón ballena, habitante de las aguas de la reserva y monitoreado a través de un dispositivo electrónico, dejó de transmitir. Tal vez una tragedia menor en estos tiempos desafiantes.
Otra lección no gratuita de realpolitik en la cual nosotros salimos sobrando, ya que el poder se protege a sí mismo protegiéndose de los ciudadanos.
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