A lo mejor ni uno ni otro, sino más bien ambos se dan y determinan simultánea y mutuamente. Lo mismo puede uno preguntarse si parte de la sociedad captura al Estado para sus fines políticos valiéndose de acciones reprobables (corrupción) o si es el Estado el que determina las condiciones para que la sociedad permita que la élite hegemónica secuestre al Estado. Igual, pienso que ambas acciones se dan al mismo tiempo y determinan dialécticamente.
Lo que quiero señalar es que la realidad no se puede entender y explicar de manera lineal: una cosa antes que otra y así ad aeternum. Porque eso dificulta entender las causas de los fenómenos sociales, económicos, culturales y políticos, que en el caso de Guatemala son complicados y complejos y por ello difíciles de explicar conceptual y teóricamente y, por lo tanto, de resolver. Pero esa interpretación lineal es la que aprendemos en el sistema educativo, que nos desmantela la capacidad crítica, la iniciativa social, económica y política; que nos vuelve sumisos ante los factores de poder tradicional, los de la clase social económicamente poderosa; y que se complementa con la manipulación religiosa y con los intereses ideológicos y económicos de los medios tradicionales de comunicación.
El caso guatemalteco es especial, pues la sociedad no ha tenido incidencia en el diseño del Estado. Sin embargo, ese Estado instalado desde la visión y la acción externas de los colonizadores sí ha tenido hondas repercusiones en los imaginarios sociales y en la actitud colonizada de los diferentes estratos o clases sociales, que hemos sido capturados por estos y somos sus mejores reproductores. Por eso es difícil entender y cambiar el estado de cosas.
Se habla, como consuelo, de un Estado fracasado o fallido. Creo que es todo lo contrario: el Estado es eficiente y fuerte. Hablo, por supuesto, del Estado colonial, que aún perdura cinco siglos después. Es decir, el Estado guatemalteco, desde su estructura colonialista, es fuerte para lo que hace y débil para lo que debe hacer. Simple: el colonialismo predomina sobre la democracia. Sin embargo, vivimos felices, dicen los sondeos y las encuestas sobre la materia.
Por eso es importante cuestionar, no por erróneas, las apreciaciones y los comentarios del jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, que plantea un lado del problema: «Yo creo que Guatemala ha sido diseñada para la impunidad. Es decir, todo se pensó para que la justicia no funcionara». Según mi argumento, la sociedad ha sido diseñada al mismo tiempo para permitirlo y alentar que nada funcione para el pueblo, solo para las élites de poder. Igual, el presidente de Transparencia Internacional (TI), José Ugaz, aborda únicamente el otro lado al decir, respecto a la corrupción, «que los ciudadanos de los países latinoamericanos han hecho de esto algo normal al permitirla y sumarse a ella».
También Luis Mack ve un lado del problema al plantear que tenemos «un sistema que garantiza la corrupción».
No estoy en desacuerdo con las afirmaciones vertidas por los mencionados. Simplemente considero que tenemos que hacer el esfuerzo desde la academia, los medios alternativos, las universidades, la sociedad civil, etcétera, de entender las causas simultáneas de la problemática y su mutua interrelación a efecto de plantear soluciones no lineales, sino articuladas, simultáneas, integrales y profundas. Tanto la institucionalidad del Estado como la diversidad cultural, económica y política de la sociedad deben aportar, al mismo tiempo, acciones y soluciones para la consolidación, ahora sí, del Estado democrático, plural e incluyente.
Edelberto Torres-Rivas plantea que «Guatemala es una sociedad violenta porque así fueron los factores que estuvieron presentes en el momento de su fundación […] la violencia estuvo en la guerra que provocaron [los conquistadores] para apoderarse de estos territorios [… que eran de] otra civilización que fue dominada con crueldad, como sucede siempre […] Los conquistadores de Guatemala mataron sin control en la primera época a cuanto indígena quisieron. Posteriormente algo cambió: la violencia primitiva dejó de utilizarse, pero la violencia brutal siguió presente en las relaciones con los indígenas». Parafraseando lo dicho por él concluyo que Guatemala es una sociedad corrupta, ya que así fueron los factores que estuvieron presentes en el momento de su fundación. Y la violencia es uno de los rostros de la corrupción. Sociedad y Estado somos víctimas y victimarios.
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