No es sorpresa; en el desierto no hay marmotas que vean sus sombras ni cambios dramáticos en el clima para anunciar el fin de ese remedo de invierno que suele traer apenas unos copos de nieve cada diciembre. La primavera en estos pagos llega como esos divorcios que se ven venir en la distancia, ineluctables.
Hace días comenzó a hacer más calor. Fue subiendo el mercurio y una mañana ya no hizo falta el suéter para salir de casa. Una tarde me animé a abrir la puerta para que se oreara el departamento y hoy, mientras iba a cubrir una nota, vi un retoño en el costado de un árbol.
Era una cosa insignificante, tres hojitas. Pero es de esas ocasiones en las que un retoño, tres hojitas apenas, delatan lo que está pasando, lo que está por venir.
Me di cuenta de eso cuando iba saliendo de la oficina para cubrir una nota sobre un candidato a alcalde de un pueblito acá cerca que decidió tender una trampa a su contrincante, contratar una desnudista para que se le atravesara en el camino, le bailara sin ropa, dejara que el hombre metiera su cara en medio de sus pechos y restregara sus cachetes mientras hacía un sonido similar a Blrblrblrblr. Todo esto mientras lo filmaban para armar un escándalo sexual y luego chantajearlo para que se retirara de la contienda. Al menos eso cree la policía.
Tuvo su audiencia en una corte en Las Cruces, a unos 50 kilómetros de acá. Parece mentira que hace un año recorrí ese camino para ir a otra audiencia, una mucho menos divertida. Hacía frío, la primavera aún no estaba por llegar.
Con el cambio de estación, también llega un cambio de residencia. Me iré a vivir a una casita en un barrio tranquilo, cerca de la universidad. Es más grande que donde vivo ahora, tiene pisos de madera y la renta es más barata -un respiro, luego de un año en que no he podido ahorrar nada-.
A pesar de que la casita pareciera ser una ganga, hubo 80 o más personas que llamaron interesados en la vivienda y la señora se decidió por dármela a mí. Dice que le inspiré confianza.
Yo sospecho que a los demás les espantó una casa sin instalación para máquina lavaplatos, con un aire acondicionado antiguo, calentadores como los que se usaban en los 50´s y, sobre todo, por la dueña. Es una de esas “dulces” abuelitas, una señora que me recuerda a mi tía Mercedes por su pelo teñido de rubio a los 75 años y sus remilgos exagerados. Sospecho que será una batalla constante la relación con esta mujer.
Y mientras la primavera trae cambios en el clima y en mi vida, hay cosas que permanecen constantes. Después de todo, hace falta tener referentes, cosas que continúen inmutables con el paso de los años.
Para eso tengo a Guatemala.
“El país donde pasa de todo, pero nunca pasa nada”, como lo definió un cuate hace años. Y no deja de ser una burla irónica que los mismos que andan proponiendo la Guate-morfosis de Pepsi, los que nos piden que cambiemos para cambiar lo que no nos gusta de Guatemala, nos quieran vender gaseosas con el pretexto de cambio pero se aferren a la tradición de hacer las cosas como siempre en Guatemala.
Digo, el viernes me enteré de que a los chavos del Grupo Intergeneracional les cancelaron un programa que tenían en Radio Nuevo Mundo porque, dicen ellos, la gente que dirige la radio recibió presiones de la Pepsi para que un programa titulado “¿Guatemorfosis o Guatesicosis?” no saliera al aire.
Y no me extraña. Ya lo decía el título del programa, “Guatemorfosis o Guatesicosis?”. De plano iban a echarle mierda a la iniciativa de la Pepsi de querer hacer que los chapines se sientan orgullosos de vivir en la tierra del quetzal. No me extraña porque no sería primera vez que una empresa en Guatemala, por telefonazo de un gerente o mediante una llamadita de su agencia de publicidad, logra recordarle a un medio de comunicación quién tiene la sartén por el mango.
Todos sabemos que en Guatemala el gobierno no se mete con la prensa, no osa decirle lo que puede o no puede publicar. Pero también sabemos que la presión, la censura y la tijera vienen del otro lado.
Como una vez me explicó un mi ex jefe, hacer periodismo en Guatemala se trata de ir defendiendo la libertad de expresión no en Suecia, sino en Guatemala. Con todo lo que eso implica.
Pero cuando hablaron de Guatemorfosis, yo pensé que iba a tratarse de hacer cambios. Por ejemplo, derribar esa cultura de callar al opositor, de oscurecer al contrincante, de ningunear al que piensa distinto.
Probablemente el del problema soy yo. Y es que no supe escuchar lo que dijo Arjona en su discursito. Cuando lee el texto que le prepararon los de la Pepsi y dice “dividirnos es abrirle la puerta a la desgracia… Cuando estés tentado de fallarle a Guatemala acordáte que es tuya y que es fallarte a vos mismo. Igual que vos esta es mi tierra, esta es mi gente, mi país” tiene dos lecturas.
Una la que sirve para vender aguas gaseosas, la de que estamos orgullosos de todos esos volcanes, lagos, ríos y mares que no nos han costado, que no representan un logro colectivo como sociedad pero que nunca está de más que nos los chuleen.
Y la otra lectura que el mensaje es: miren patojos, hay que jalar todos parejo. Pensar diferente, cuestionar, preguntar si ese es el camino correcto, hacer todo eso es dividir, “es abrir la puerta a la desgracia”. Viendo los hechos, queda ese sabor de boca que cuando la Pepsi dice “mi tierra, mi gente, mi país” es un “mi” de propiedad, no de pertenencia ni de correspondencia. Un "mi" de mío, no de nuestro.
Y Arjona que no joda. No es ni barrio, ni tienda de la esquina, ni doña Marce, ni don Beto, ni don Chava. Es un cantante que no encontró oportunidades en Guatemala y tuvo que irse a hacerla a un país que no es su país. Es uno de los millones de chapines que han tenido que irse, porque el tamaño del pan en Guatemala era infinitamente más chico que su hambre.
Es un tipo que de tanto vivir lejos perdió el acento chapín y ahora habla el castellano con un dejo que es mezcla de mexicano, español y argentino. Ese acento de mexicano cosmopolita que resulta tan insoportable en Paulina Rubio.
No digo que esté de más que los chapines se unan, si algún día encuentran un hilo conductor de lo que significa ser guatemalteco. Si Dios los ilumina y descubren nexos comunes que sean más trascendentales que comer paches los jueves, admirar el volcán de agua y pensar que la Gallo es, por mucho, la mejor cerveza del universo, que se junten todos en la plaza central y canten el segundo himno más bonito del mundo.
Si algún día los chapines pueden sentarse todos a la mesa y encontrar un punto, un tema en el que no haya guatemaltecos de primera y de segunda, canchitos e indios, choleros y burgueses. A lo mejor.
Lo que sí se hace difícil de tragar es cuando en lugar de unirnos, nos piden que nos aliniemos. Cuando nos piden que nos pongamos la camiseta sin habernos preguntado si quiera si estamos de acuerdo y cuando alguien quiere preguntar, cuestionar, plantear una duda, la respuesta es tajante, inmediata y avasalladora. Si no, que le pregunten a los del Grupo Intergeneracional, o a todos los que en los 70's y 80's se atrevieron a preguntarse si el modelo trazado más o menos por los mismos que hoy proponen la Guatemorfosis era el más válido. Al menos a los del Grupo Intergeneracional no los fueron a tirar a una fosa en Comalapa.
Y mientras más cambian las cosas, más permanecen iguales. Guatemala es de esos referentes que uno puede estar seguro que van a permanecer a lo largo de las décadas. Qué mierda de referente, pero es lo que hay.
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