¿Guatemala o La Ley de Herodes?

En tan solo década y media,  Guatemala se ha logrado desprender de empresas estatales, del manejo de sus recursos naturales, ha cedido el país a canchitos y morochos en distintas dimensiones, vaya, ahora hasta los narcos locales ceden plaza a los foráneos. Todas estas acciones tienen múltiples  coincidencias entre las que resaltan la fuerza y la avaricia.

Por supuesto, los males no nos vienen del exterior. Aquí hemos desarrollado una impresionante habilidad para el despotismo, la ambición y la usura, no en balde pasamos siglos profesionalizándonos y creando nuestro propio sistema, un círculo vicioso perfecto. Todavía recuerdo cuando se hablaba con sorpresa de lo que sucedía en Colombia, en donde la violencia provocada por el narcotráfico había superado lo racional. Medellín era el mismísimo infierno según nosotros, ufff, lo mirábamos tan lejano a nuestra realidad y ahora, ¿quién se asusta de quién?

Salir a trabajar cada mañana, es para la gran mayoría de guatemaltecos un verdadero suplicio, especialmente para los capitalinos. Situaciones que se supondrían reconfortantes, como desarrollarse y moverse en comunidad, son hoy día en nuestro país la peor cruz que alguien puede cargar. En este lugar, al parecer nos indigna indignarnos, preferimos sufrir en silencio. Comentamos algún hecho de violencia callejera todos los días, hablamos de los vapuleados por los grupos encapuchados, de los mareros, hablamos de que ahora ya hay más policía… pero no baja la violencia, medio hablamos de la reforma fiscal, ah perdón, del pacto fiscal,  del que lo único que entendemos es que nos va a llevar más debajo de donde ya estamos… comentamos tantas cosas en voz baja, casi en secreto, luego nos damos la vuelta y seguimos nuestro camino, como si eso resolviera algo.

En la edición de noviembre pasado de la revista “El Malpensante”, Hérnando Gómez, citando un famoso artículo publicado por Paul Collier y Anke Hoeffler sobre las causas de las guerras civiles o los conflictos armados internos en distintas regiones del mundo, señala que los profesores antes mencionados “examinaron 68 guerras que tuvieron lugar entre 1960 y 1999, y concluyeron que la “avaricia” (greed) es mucho más importante que la “convicción” (creed) como motor del conflicto: la gente no pelea por ideales políticos sino ante todo por hacerse al control de la riqueza”.

Si esto último es cierto, podemos inferir que quienes están en el Gobierno no pelean por convicciones políticas o ideologías, si no simplemente por lograr hacerse de los grandes negocios que les provean de un dinerito extra. Los conflictos, en todos los niveles, se dan cuando hay riqueza de por medio, cuando el Estado es débil o ha sido debilitado, cuando los problemas no son resueltos a cabalidad dejando cabos sueltos, heridas abiertas y crecientes. El conflicto en Guatemala no ha terminado, la Paz se firmó entre unos cuantos, sin embargo, el resto de quienes habitamos en este lugar, seguimos viviendo una guerra que ni siquiera comprendemos, caminando a ciegas, callados.