Rosa es una chica que solía vivir en una comunidad rural lejos de cualquier acceso vehicular. Ella y sus hermanas sobrellevaban un aislamiento en su comunidad porque su familia se había atrevido a hacer una denuncia legal contra un docente que golpeaba a los niños hasta hacerlos perder el sentido. La comunidad cree que golpear niños está bien y está agradecida con este maestro por ser el único que ha perseverado caminando por más de un año la larga distancia hasta la escuela.
Para evitar que ella y sus hermanas sufrieran persecución de toda la comunidad, el año pasado les ofrecimos un espacio para vivir y educarse bajo nuestro resguardo. Las niñas y sus padres aceptaron. Esto, adicionalmente, nos permitiría intentar evitar que Rosa fuera perjudicada por la idea colectiva de que las jovencitas de 15 años ya están en edad casadera. El día que tenían que venir caminaron bajo la lluvia buscando el amanecer. Su adaptación fue difícil porque tenían que enfrentar vacíos de años anteriores en su formación educativa, dejar a la mamá y adoptar nuevas costumbres, diferentes normas de comportamiento, extraños alimentos, otras dinámicas y muchas ausencias.
Hicimos el trato de que durante tres meses todos haríamos nuestro mejor esfuerzo por conseguir el esperado acomodo. Quien más sufrió fue Rosa, la mayor. Por eso pactamos que, pasado ese tiempo, ella sería la que decidiría si se daba a sí misma la oportunidad de estudiar o si volvían a casa. El 1 de marzo, Rosa resolvió que, a pesar de las lágrimas derramadas en momentos de nostalgia, merecía la oportunidad de cambiar el destino de su vida. Dos semanas después, con el dolor de mi alma, tuvimos que enviarlas de regreso a su hogar a causa de la pandemia.
Las instituciones educativas no estaban preparadas para lo que venía. Las diferentes condiciones económicas de las familias hacían prácticamente imposible unificar herramientas para llevar conocimiento a todos. El colegio donde estudiaban adaptó la metodología con flexibilidad, pero la distancia, la inaccesibilidad y la ausencia de personas cercanas con el conocimiento mínimo para apoyarlas hicieron imposible avanzar en el aprendizaje.
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Al final del ciclo, el colegio ofreció nivelar a las niñas para que aprobaran y pasaran al grado próximo, pero tuvimos que rechazar esta oferta porque consideramos que ese año ni siquiera habíamos logrado nivelar el atraso que traían de años anteriores.
En 2020, en un par de ocasiones en las que tuvimos la oportunidad de verlas, Rosa, que estaba por llegar a los 15 años, le confesó a una amiguita que había «alguien» que había pedido su mano. Los padres de Rosa se negaron rotundamente y decidieron que lo mejor para ella era que aprovechara la oportunidad de venirse este 2021 a continuar sus estudios. Aparentemente, ella aceptó. Unos días antes de venirse retrocedió. Les dijo a sus padres —como amenaza de suicidio— que, si ellos insistían en traerla, ella prefería ir a tirarse en un siguán.
—No puedo obligarla —lloraba la madre con angustia— porque a la fuerza ni la comida es buena. Si la mando a la fuerza contigo y ella decide irse un día, no sabemos ni por dónde comenzar a buscarla.
En GuateMALA, si las niñas tienen suerte, afrontan una vida de contrariedades. En el mejor de los casos son obligadas a encajar en sociedades machistas. Estoy asqueada de leer, cada vez más, noticias de niñas que son asesinadas por sujetos degenerados, de escuchar supuestas acciones oficiales horas después de los asesinatos de menores. Estoy enferma de ver funcionarios misóginos y represivos que se dedican a atender agendas de poderes ocultos en lugar de crear planes de prevención y de seguridad. Estoy harta de esta sociedad machista que, además de ser inhumana, las culpa.
Me repugna que creamos que lanzar infamias en redes sea lo único que podamos hacer. Creemos que no poder dormir a causa de la indignación es suficiente. No. No vale de nada pedir una justicia que jamás llegará. Nada hará que el Estado o la sociedad valoren o garanticen la vida de las niñas. A pesar de lo que digamos o hagamos, nada devolverá la vida de su pequeña a una madre incompleta.
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