Es más: en algunas ocasiones te mandaron a traerlo de la cantina. No pasaba seguido, pero te sirvió para aprender, sin que nadie tuviera que decírtelo, que eso él lo hacía porque podía. Vos sabías que tu mamá se enojaba por eso, pero que luego se le pasaba, que se le tenía que pasar. Al fin y al cabo, es tu viejo. Cuando te preguntan, decís que creciste «sin violencia», que tu mamá y tu papá eran felices. Porque, en realidad, lo que hacés es repetir el discurso que te enseñaron. A mí me gustaría saber: ¿alguna vez le preguntaste a tu mamá cuál era su proyecto de vida?; ¿será verdad esa historia que repetís en la cual ella fue muy feliz criándote a vos y a todos tus hermanos, abandonando su carrera para dedicarse a ustedes? (A esta altura te ofrezco una disculpa por vosearte, pero calculo que somos de la misma generación y por eso me permito hacerlo).
¡Claro! Fuiste crítico con muchas cosas que hizo tu viejo y te comprometiste a no repetirlas. Te dijiste varias veces que, cuando tuvieras tu propia familia, ibas a ser un poco más cariñoso, más presente, menos mandón y más amigo de tus hijos.
Te llegó la etapa de la U, te emborrachaste una y mil veces, pero te jurabas que no eras como él, que era porque te ibas con los cuates y no ibas a andar de maricón diciendo que no a otra copa. Y llegabas a tu casa hasta las chanclas. Tu mamá te regañaba, se enojaba un par de días y luego se le pasaba. Se le tenía que pasar. Al fin y al cabo, sos su hijo.
[frasepzp1]
Después conociste a una chava, te enamoraste y querías que fuera la madre de tus hijos. Y así fue. La primera en nacer fue niña. Vos estabas tan ocupado que te desentendiste rápidamente de la cuestión. Después nació el varón. Aunque te repetías que querías ser un buen padre, las cosas no fueron tan fáciles. Se te olvidó (no pudiste) estar cuando le apareció el primer diente a la nena, tampoco cuando dio el primer paso ni el segundo. Estabas trabajando, te decías. Para las piñatas era la mamá la que preparaba todo. A andar en bicicleta también les enseñó ella, igual a sumar sílabas, la tabla del 9 y a usar el compás. Te perdiste la primera presentación de ballet de la nena y del futbol del niño. En todos estos años en el colegio te han visto solo un par de veces. Te seguís diciendo que no es tan malo, que nunca les pegaste y que sos muy amigo de tus hijos, que el domingo van a pasear y se la pasan muy bien.
Pero ¿sabés cuál es el color preferido de tus hijos, su sabor de helado favorito, el nombre de su maestra de grado, la canción que más le gusta del grupo del cual es fan tu princesa, el jugador preferido de tu varón? ¿Sabés cuándo menstrúa, qué champú usa, qué tipo de desodorante prefiere, qué quiere de regalo para su próximo cumpleaños, con qué sueñan?
Te pregunto todo esto porque seguís creyendo lo del buen padre, que nunca les faltó nada, que has hecho un buen trabajo, aunque ya le empezaste a decir a tu hija que al primero que se aparezca diciendo que es su novio lo sacás con escopeta y que, obvio, es broma. También le celebrás a tu varón que mire porno con sus compañeritos en el colegio. Porque, ¡obvio!, para vos todo eso es normal.
Te seguís negando a ver cómo has repetido el molde de la paternidad hegemónica, ese que sigue formando hombres violentos y mujeres que deben ser protegidas, hombres como vos, que quizá no golpean, pero que se desentienden de la crianza con afecto. Si eso te resulta muy complicado y te saca de tu lugar de comodidad, siempre existe la salida por la tangente. Podés repetir, como hasta ahora, que la culpa es de la madre, que los parió y crio así.
Más de este autor