Pasaban las noticias. Afuera todo parecía moverse en un ritmo vertiginoso salvo el tráfico. Mucha gente circulando en las aceras, negocios con artículos de todo tipo de formas y colores, como demostrando lo polifacético que es el plástico. Entre los negocios, muchos hoteles, de bajo costo, con nombres exóticos. Una galera que sirve como parqueo entre semana y Arena de Lucha Libre, los domingos. Vaya ironía. A tres cuadras de Tribunales, un Coliseo.
El locutor leyó los avances noticiosos y mencionó nuestro caso. El de Ana, una mujer a quien a punta de pistola en su negocio, unos hombres le arrebataron a su hija. Devastador. La recuerdo cuando recién había pasado, la angustia que vivía y la entendía a la perfección. Trabajábamos a ritmo acelerado pero aún así no era suficiente, porque no le habíamos devuelto a su hija.
Para Ana fue un largo calvario, que incluyó una lucha sin tregua junto a Loyda, Olga y Raquel, madres a quienes también les sucedió un caso similar y Norma Cruz, la incansable representante de la Fundación Sobrevivientes. Tanto así, que realizaron una huelga de hambre, para que en la Procuraduría General de la Nación, requirieran la presencia de los niños entregados en adopción cuyo proceso estaba en trámite, en vez de sólo revisar las partidas de nacimiento sin nunca conocer al niño o niña.
En esas revisiones, Ana reconoció a su hija y se le pudo rescatar. Había sido introducida a una red de adopciones ilegales, cuya función incluyó tramitarle documentación de identidad falsa, incluida una mujer que se hizo pasar por su madre, la falsificación de un ADN y un sinfín de anomalías, que ahora se juzgarían en Tribunales, porque habíamos detenido a los responsables.
Cuando contaron el caso en la radio, abrieron el micrófono a la gente, para que llamase y externara su opinión al respecto del caso. Los primeros se mostraron consternados y se solidarizaban con la madre de Sulamitha, la niña. Pero luego llamó una mujer, de unos treinta años, que luego de saludar atentamente al público, expuso que le parecía un caso difícil, porque si bien era cierto que la niña había sido robada, la verdad es que seguramente, conociendo las condiciones de la madre, la niña hubiera estado mejor en Estados Unidos, a donde iba, porque allá hay tantísimas oportunidades que no va a tener.
Luego se le unió el hombre que seguía, diciendo que entendía lo del robo, pero que también pensaran que la niña iba a ser condenada a ser pobre y hasta de marera podría parar. Bomba. Apagué la radio. Estábamos llegando a Tribunales y tenía que bajar de inmediato para subir a la sala de audiencias.
Hacía un sol intenso. La puerta al exterior del edificio estaba llena de vendedores. Me detuve un momento en la plaza de entrada. Quería repasar mis argumentos antes de entrar. Pero tuve problemas. No dejaba de pensar en la crueldad de la gente.
Si algo no he olvidado es el sufrimiento de Ana buscando a su hija, día con día. Su desesperación, su angustia. Fueron más de seiscientas noches sin que supiera donde estaba su hija a la que la última vez que vio, estaba en poder de un tipo que la había intentado abusar.
Los niños estarán mejor. Vaya. No entiendo con qué ligereza podemos juzgar eso. Cómo será para un adulto, enterarse que uno fue adoptado y que encima la adopción fue contra la voluntad de tu madre biológica. Cómo será descubrir que tu identidad es falsa. Cómo será ignorar todo acerca de dónde vienes o quién te dio a luz.
Y con Ana, por favor, cómo será escuchar a la gente decirle que no tiene derecho a tener a su hija porque es pobre. Por favor, además de toda la irracionalidad contenida en esa afirmación, en ella estamos aceptando algo: que quien nace pobre se queda pobre. ¿O acaso no es el patrimonio, algo que puede ser incrementado? Justificar un secuestro con esos motivos, es bastante perverso. Digo, si a la señora la raptara un millonario, que bien podría ser un narco, ¿lo justo sería dejarla con él?
Quizá lo más terrible del asunto es percatarse que la gente prefiere que tengamos niños sin identidad, arrancados de sus hogares, que plantear los cambios necesarios para que la gente pobre deje de serlo. Para estas personas, es más fácil exportar gente que reformar un sistema político y económico.
No lo sé. Además la gente que llamó a la radio estoy seguro que también son pobres, como yo, que no tengo propiedad ni poder. Soy un asalariado. Si me enfermo y decido ir a un hospital privado, seguro me quedaré en bancarrota y saludable, en el mejor de los casos. Y aún viviendo en la mejor zona de la ciudad, vivimos en la tercera ciudad más peligrosa del planeta. Es decir, todos deberíamos ser adoptados por extranjeros, siguiendo la teoría de estas personas.
Fui interrumpido por un grupo de abogados, entre ellos, los defensores de los acusados en el caso. Me di cuenta de que era hora de la audiencia. Subí las gradas para entrar al edificio y encuentro a Ana, junto a las otras madres, sosteniendo un cartel con la foto de su hija pidiendo Justicia. La mirada firme y decidida, como si nada de esto la tocara.
Es una mujer valiente, como las mujeres que la acompañan; están reclamando algo que debería darse por sentado: el amor a sus hijos, su cariño. Están allí siendo madres incólumes, enfrentando a los criminales que las despojaron de sus hijas y a la crueldad de la gente. En silencio. Con toda su ternura. Vaya motivación la que uno encuentra para entrar a una audiencia.
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