Pues, bueno, para efectos de esta pieza corta, permítanme aterrizar en una versión de feminismo que estaría compuesta de dos elementos centrales: primero, el reconocimiento de que el estado del mundo es producto de una longeva configuración prohombre en los espacios de toma de decisión; y segundo, el convencimiento de que, dado el desequilibrio de género estructural resultante, debemos todos actuar en concierto a fin de que el estatus social de los hombres y las mujeres recupere su punto de equilibrio natural.
¿Cómo lograrlo? Puede haber muchos caminos. De ahí los feminismos que conocemos hoy. Yo, en particular, tengo una convicción muy honda. Pienso que una de las medicinas más importantes para sanar a este mundo tan opresivo y desigual es una reconfiguración de las relaciones de poder desde un enfoque de género. En suma: más mujeres con más poderes. En lo familiar, en los espacios sociales y, sobre todo, en lo político.
Creo también que, si los hombres nos comprometemos a abanderar las grandes causas feministas, veremos un mundo más justo más pronto. Porque las luchas de emancipación y empoderamiento femenino nos atañen a todos. Eso parece indiscutible, ¿no? Además, el hombre es privilegiado en relación con la mujer por el simple hecho de nacer hombre. Eso obliga, me parece a mí.
Podríamos empezar, cuando menos, por reivindicar el derecho de las mujeres víctimas de violencia sexual a interrumpir el embarazo, particularmente cuando son niñas o adolescentes. Si hablamos de más mujeres con más poderes, el derecho a decidir es entonces un poder fundamental. Posiblemente el más fundamental porque representa el derecho a ser libre.
Mientras escribo, la diputada Sandra Morán y las nutridas redes de activistas pro equidad de género están impulsando una reforma a la ley penal en ese sentido. Si los cambios a la ley son aprobados, las excepciones al delito de aborto (hasta ahora, únicamente al aborto de carácter terapéutico) se ampliarían a casos de embarazos forzados por violación de menores. Este sería un muy buen primer paso. Pero está claro que no debería ser el último, pues, aunque el aborto es hoy un delito, no es necesariamente un crimen, y eso debe corregirse con urgencia nacional.
Así pues, y considerando que los embarazos por abuso sexual son una realidad inescapable, es importante que exista una respuesta institucional adecuada que cumpla con cuatro requisitos esenciales: a) que el derecho humano de la mujer embarazada a decidir sobre su propio cuerpo sea respetado, b) que se fundamente cuidadosamente en la ciencia médica, c) que se encuentre protegido por un constitucionalismo laico, sin la injerencia de criterios religiosos, y d) que ofrezca una solución integral al tema de embarazos forzados, incluyendo educación sexual, métodos de anticoncepción fácilmente accesibles y centros de salud capacitados y habilitados para responder a la demanda real.
Porque demonizarlo —calificarlo como malo sin escuchar la opinión de la mujer embarazada o de la ciencia médica— o dogmatizarlo —verlo desde una perspectiva religiosa, no como lo que es: un proceso biológico— de forma irreflexiva equivale a no abordar el tema.
En definitiva, dentro de todas las dimensiones de este tema tan delicado y complejo, resulta crucial enfatizar que, aunque el embarazo forzado es un problema que afecta principalmente a las mujeres —evidentemente—, es también un tema de familia y de sociedad, por lo que los hombres tenemos que empezar a entenderlo y abordarlo adecuadamente, conjuntamente con las mujeres y respetando siempre su derecho a decidir por sí mismas.
Así podremos ir derrumbando los muros de injusticia y opresión paso a paso. Y los hombres feministas estamos dispuestos.
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