Es un valor abstracto y, en su búsqueda concreta, se le encuentran mecanismos, se lo reviste de tradición, de norma, de institucionalidad. Es una aspiración constante de bienestar, de plenitud y de equidad. Pero, si me toca pensar en la justicia de Guatemala, la que conocemos y a la que nos acostumbramos, pienso en una serie de compras y ventas de favores, en los intereses mafiosos que se defienden y se hacen pasar por actos justos. La justicia en mi país sigue siendo constantemente sinónimo ...
Es un valor abstracto y, en su búsqueda concreta, se le encuentran mecanismos, se lo reviste de tradición, de norma, de institucionalidad. Es una aspiración constante de bienestar, de plenitud y de equidad. Pero, si me toca pensar en la justicia de Guatemala, la que conocemos y a la que nos acostumbramos, pienso en una serie de compras y ventas de favores, en los intereses mafiosos que se defienden y se hacen pasar por actos justos. La justicia en mi país sigue siendo constantemente sinónimo de impunidad.
El 4 de octubre de 2012, en el kilómetro 169 de la carretera Interamericana, siete hombres fueron asesinados por miembros del Ejército de Guatemala. Más de 30 personas fueron heridas en la que reconoceríamos como la primera masacre en tiempos de paz, durante el gobierno del general Otto Pérez Molina. Estaban allí, junto con otros miles de comunitarios de Totonicapán, exigiendo educación accesible para los jóvenes en el ámbito magisterial, denunciando los abusos de la empresa de energía eléctrica y rechazando las reformas a la Constitución de ese momento. Mientras todo esto sucedía, una delegación encabezada por Carmen Tacam —una mujer joven de 27 años— estaba en reunión con empresarios (el verdadero poder nacional) y con el presidente. Humillación y dolor. El 11 de octubre, nueve militares fueron detenidos sindicados de ejecución extrajudicial. Luego se cambió el delito y se limitó a un cínico «incumplimiento de deberes», a un «homicidio en estado de emoción violenta» de los soldados.
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Siete años después aún no se hace justicia y pareciera que cada vez nos alejamos más de esta posibilidad. El camino parece más largo, más complicado, como si se quisiera dejar de hablar de ello, olvidarlo de a pocos. La justicia no ha respondido ni está interesada en hacerlo: ha buscado la manera de aminorar las responsabilidades y, por lo tanto, las penas. Hace ocho días la jueza Claudette Domínguez liberó a los señalados, entre ellos el general Juan Chiroy. Dicen que son medidas sustitutivas, que deben firmar un libro cada 15 días, que no pueden salir del país, pero están libres. Los abogados reclaman que es mucho tiempo, que se deben garantizar los derechos humanos de los sindicados. ¿Y la justicia? ¿Y las familias que siguen esperando que se sepa la verdad?
No olvidamos. No queremos olvidar. Vuelvo a decirlo: en la cumbre de Alaska, el 4 de octubre de 2012, fueron asesinados siete hombres de manera violenta y dirigida. No se olvida. Nunca se olvidan la mirada de esa mujer y el cansancio de los normalistas. Regresará cada cierto tiempo el verlos caminar sobre la sexta avenida de la insensible ciudad de Guatemala. Eran las ocho de la noche e iban a encontrarse con el sufrimiento y el dolor, con la indiferencia, con el camino tan peleado de la justicia. Un encuentro de años, de lucha contra el olvido.
Si quieren hacernos pensar que a la vuelta del kilómetro 169 habrá impunidad, se sorprenderán de la profunda dignidad que reside en la necia búsqueda de la justicia y de la verdad. Allí, en ese lugar, somos más de los que creen.
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