Encendí un cigarro. Me ayudó a despertarme. A estar alerta. Nunca he sido bueno para levantarme temprano, así que decidí no dormir. Ya podría hacerlo mientras andábamos en la carretera.
Afortunadamente, mis colegas llegaron puntuales. Subí al pickup. No hablamos mucho, a esa hora no hay posibilidad. Además, serían cinco horas de viaje hacia las Verapaces. El objetivo era realizar allanamientos para encontrar evidencia en un caso. Un tipo había abusado sexualmente de unas adolescentes y lo había grabado todo en vídeo. Había subido algunos vídeos a una página web. Así que el tipo listo había dejado evidencia por doquier.
Pronto quedaron atrás mi condominio, la ciudad y los pueblos aledaños. Seguía estando oscuro y sin asomos del amanecer. En la carretera circulaban muchos camiones, tráileres y uno que otro vehículo pequeño.
Así pasamos la mitad del camino. Hasta que amaneció sobre las colinas rocosas de oriente. Montañas de laja amenazando con caernos encima, empezando a calentarse con el sol que luego las haría arder.
Era hora de comenzar el ejercicio. De meditar acerca del caso. Empezar a pensar dónde podríamos encontrar evidencias. Y eso significa preguntarse: ¿si yo fuera este tipo, cómo hubiera cometido el delito? ¿dónde? ¿por qué? Hasta que uno se convierta en el criminal.
La escena del vídeo del abuso una y otra vez reproduciéndose en mi cabeza, como algo estéril. Ya no estaba asociada a ninguna emoción salvo la curiosidad de saber dónde hallar las pruebas de que lo cometió.
Pensé en los sitios que allanaríamos. Pensé en qué buscar, cómo explicárselo a los policías y el tiempo que nos tomaría. Así hasta que caí dormido. Cuando desperté estábamos entrando al municipio a donde nos dirigíamos.
Empezamos a circular por las calles, ubicándonos. Era un pueblo pequeño, con calles de adoquín. Encontramos una choza de madera y lámina, que funcionaba como cine improvisado. Teníamos información de que ahí habían proyectado el vídeo del abuso. Así que sería un lugar a revisar.
También encontramos los sitios de internet donde habían alquilado una computadora al procesado y desde ahí se habían subido los vídeos. Estábamos listos. Pero antes fuimos a la Alcaldía a gestionar algunos detalles, para recibir el apoyo de la gente de la localidad y que todo se desarrollase con normalidad.
Al parecer celebraban algo. Eran ya las nueve de la mañana. La plaza frente a la municipalidad estaba llena. Una tarima improvisada, recibía a grupos de niños que actuaban y bailaban celebrando los símbolos patrios. Yo seguía pensando en el vídeo, en el abuso, en el hotel, la cama, la sábana, los detalles para averiguar más sobre el delito, el procesado, qué quería, qué lo movía, ser él.
Una niña muy frágil, muy pequeña, menuda, vestía un impecable vestido de la región. Esperaba tras una columna que sus compañeros terminaran su actuación. Todos aplaudían emocionados a los niños, entre ellos seguro, los padres de aquellos actores. La niña parecía concentrarse en algo, igual que yo.
Fue su turno y se dirigió a la tarima. El sol brillaba y alumbraba el parque, con un pequeño kiosco en el centro. A la gente mirando la tarima. A los heladeros haciendo sonar sus campanas y los muchachos apostados cómodamente sobre la acera.
La niña tomó el micrófono y empezó a recitar un poema. Hablaba de Centroamérica y se detenía en cada país. Lo hacía de memoria y con una soltura admirable. Era un viaje hermoso y la niña frágil parecía poseída por una valentía que le salía de las entrañas. Lo sostuvo todo el poema. Hasta que terminó y le aplaudieron, tímidamente, algunos de los presentes.
Ella se despidió de la maestra y se bajó de la tarima. Luego caminó entre la multitud. Yo me acerqué a mirarla perderse entre la gente. Nadie la esperaba. Siguió de largo con su cuerpo menudo, hasta doblar por la primera esquina y perderse para siempre.
Yo ya no podía ser el abusador. Aquella niña me había vuelto frágil de nuevo. Quién podría tomar una de estas niñas y tener la frialdad de abusarlas mientras son filmadas. Subir el vídeo a la red. Proyectar el vídeo en el cine del pueblo.
Parecía un sitio perfecto para demoler mujeres. Pero la niña se sostuvo valiente todo el poema. Sin que nadie la ayude, ni le aplauda. Sólo por la misma fuerza, que de por sí, es ya también es un espectáculo hermoso y salvaje. Tanto que me dejó petrificado.
Me di un respiro. Luego nos subimos al auto y fuimos a cada punto a hacer los allanamientos. Todo el tiempo estuve mirando si volvía a ver a la pequeña en la calle, pero no. Sólo encontramos pornografía local en los discos duros.
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