Unos kilómetros al oriente de la desembocadura del río Lempa, la costa de El Salvador se fragmenta en decenas de islotes: es la bahía de Jiquilisco. La bahía es amplia, de color azul intenso, salpicado del verde de los manglares. En la mayor parte de las islas solo hay mangle, no gente.
La península de San Juan del Gozo es el enorme brazo de tierra que abraza y cierra la bahía. Pedaleamos por una carretera larga, plana y nueva. Es la única evidencia de la presencia del Estado salv...
Unos kilómetros al oriente de la desembocadura del río Lempa, la costa de El Salvador se fragmenta en decenas de islotes: es la bahía de Jiquilisco. La bahía es amplia, de color azul intenso, salpicado del verde de los manglares. En la mayor parte de las islas solo hay mangle, no gente.
La península de San Juan del Gozo es el enorme brazo de tierra que abraza y cierra la bahía. Pedaleamos por una carretera larga, plana y nueva. Es la única evidencia de la presencia del Estado salvadoreño en esta zona, pues los pozos de agua que la gente tiene en sus pequeños ranchos llevan el logotipo de la Cruz Roja, y las letrinas y la escuela son obra de otras ONGs. La E12 fue la última de las tormentas que arrasó esta delgada llanura pegada al mar.
Hasta el principio de la península todavía hay azúcar, luego aparecen unas piscifactorías de camarones, y luego ya solo amplias extensiones de marañón, mangos y bastantes vacas. El refresco de semilla de marañón huele a tostado.
Viajamos hasta Isla de Méndez que, en verdad, no es una isla, pero recibió su nombre del hecho de que durante mucho tiempo sus habitantes vivieron aislados, hasta que se rellenó con tierra y se habilitó el camino de acceso. En Isla de Méndez tuvimos la fortuna de pinchar un neumático a escasos metros de un sitio de turismo comunitario donde pudimos comer pescado y descansar.
A un lado de este delgado brazo de tierra descubrimos una larguísima y desierta playa abierta al Pacífico. No se tiene muy a menudo la oportunidad de disfrutar de una playa así para uno solo. Aunque eso sí, el océano, en su lenguaje, nos dejó muy claro que mejor pensarse dos veces eso de meterse en él. Al otro lado, en la bahía, el agua en cambio es tranquila. Fue un baño estupendo. Eso mismo debieron de pensar las dos enormes y rosadas cerdas que vinieron a refrescarse con nosotros.
Al día siguiente continuamos nuestro camino hacia la punta de la península, hasta un lugar llamado Corral de Mulas (la gente debería pensar en que cuando comienza a nombrase así a un determinado lugar es muy probable que acabe teniendo ese nombre). En Corral de Mulas, como en el resto de la península, el tiempo discurre lento y nosotros esperamos en la playa a que acabaran las clases. A las 12 del mediodía los maestros salieron de la escuela y nosotros aprovechamos el jalón en su lancha para cruzar a Puerto Triunfo, el puerto de acceso principal a la bahía de Jiquilisco.
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