Educado en la época de los regímenes militares, de tanto jugar a los soldaditos asumió como real y única la idea de que quien gobierna tiene que hacer como que manda, aunque sean otros los que piensen y decidan por él. Su paso por las aulas universitarias y por los sets de televisión no le permitieron conocer al menos los rudimentos de la teoría política, por lo que en su magro vocabulario la palabra democracia apenas si tiene el sentido que los militares autoritarios de los regímenes de los años 1970 y 80 le dieron, es decir, un vocablo para ser dicho al criminalizar las luchas ciudadanas, falto de todo sentido y contenido político.
Pero resulta que, de cuando él se fascinó de las prácticas autoritarias a la fecha, la sociedad guatemalteca ha librado duras batallas y ganado tenues pero sólidos espacios democráticos. Uno de ellos es la conciencia de que la división de poderes permite recortar, y en mucho, la tendencia autoritaria del presidencialismo. No hemos logrado siquiera discutir la importancia y la necesidad del parlamentarismo, pero el Congreso es ya para los guatemaltecos el espacio del debate, de la negociación política y, en consecuencia, de la construcción y reforma del Estado.
La débil pero significativa reforma electoral finalmente fue aprobada por el Congreso, por cierto, con la férrea oposición de los representantes y aliados del actual presidente de la república. La propuesta, elaborada por el TSE y apoyada con bombos, platillos y cohetes por distintos grupos e individuos que ahora hacen coro con el presidente diciendo que es inocua, solo fue considerada una reformita por los pocos que hemos insistido en que la democracia guatemalteca necesita ser profundizada. Con pocos dientes, maltrecha y limitada, esa fue la reforma que la llamada plaza pidió a gritos.
Cierto. Se exigía también la no reelección inmediata de todos los diputados de entonces, pero sí la manutención de los alcaldes eternos. Los más antidemocráticos vitoreaban la reducción del Congreso a la mínima expresión y que con candidaturas localistas el hemiciclo se convirtiera en un virtual gallinero, en centro de todos los ilícitos habidos y por haber, en fuente de total ingobernabilidad. Todos esos cambios, como didácticamente lo hizo ver el magistrado Pérez Aguilera apoyado por el pleno de la CC, resultan inconstitucionales, además de antidemocráticos.
Entre viaje y viaje, paseo y paseo y comidas en el mercado, Jimmy Morales posiblemente no se ha tomado la molestia de leer la resolución de la CC, pero hay que decirle que no es muy aburrida; que, si son más de 300 páginas, alguno de sus lacayos que sí sepa leer le puede hacer un resumen de muchas menos páginas y con trocitos y moralejas explicarle la propuesta del TSE, la resolución de la CC y la forma como votaron los representantes de sus negocios en el Congreso. Porque, si bien el presidente Morales estaba posiblemente grabando los últimos episodios de La Tropa Loca cuando en medios, cafés, bares y plazas se discutían las reformas a la Ley Electoral, ahora, antes de ponerse a hablar, debe conocer el proceso al menos someramente.
Ridículo resulta que Morales, que ni con su partido (FCN-Nación) ni con su grupo de interés (Avemilgua y organizaciones satélites) ni mucho menos con su bancada de fichajes caros e impopulares (tránsfugas de Líder) pronunció alguna propuesta progresista cuando la reforma se discutió en el Congreso, venga a ahora a intentar imponer las reformas que a él y a sus mandamases les interesa bajo el pretexto de que esta reforma nada cambia.
Es solo ver quiénes, al momento de votar las reformas, se opusieron a las pocas cuestiones clave en la democratización de la vida política del país para tener claro que los que dirigen al excómico y ahora presidente ni siquiera desean aceptar esta reforma, que apenas si tiene dientes de leche.
Apoyarlo en su negativa a aprobarla es o mucha ingenuidad o contubernio explícito con los autoritarios enemigos de la democracia. ¿Acaso la reforma no es la transformación del sistema político nacional? Eso estaba más que cantado desde el día que el TSE presentó su propuesta, pero no se quiera alcanzar el cielo encaramándose en una broca que lo que busca es profundizar el agujero de la antidemocracia. No hay que dejarse apantallar con poses y discursos. Su práctica política de estos pocos meses indica claramente adónde se dirige y quién lo orienta.
Los que le negaron a la plaza liderazgos y acciones más contundentes son los que hoy, supuestamente amparados en ella, quieren mantener las cosas tal como están, pensando ya en sus negocios electorales de 2019.
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