Cuando Eva se dejó seducir por la serpiente y comió de la manzana prohibida, entregó por primera vez su coño al diablo. Después vendrían Adán, Caín, Abel y las doce tribus. Total, quién se detiene en esos detalles.
La historia de Eva y de todas las Evas del mundo es la misma a lo largo y ancho de la historia. Las mujeres somos vistas como un objeto sexual, como un artículo de placer. La parte pasiva de la ecuación, que recibe la acción del sujeto. Por eso aquella frase de que «el hombre nos posee» para indicar que hubo penetración. Pero no solamente el hombre como individuo nos posee. También nos poseen la sociedad y el mercado.
El dominio del coño se da en la esfera pública y en la privada. En la esfera pública lo vemos a cada rato en la publicidad machista que coloca a la mujer como un pedazo de carne, en los videos musicales que des-pa-ci-to ponen a la mujer a rozar su cuerpo contra el macho que canta y en la pornografía machista, centralizada en el placer del hombre y que denigra y agrede a la mujer. El mercado nos coñonizó. Nos domina y explota a diario hasta el absurdo de que nosotras mismas consumimos sus productos misóginos y generamos ganancias a costa nuestra.
En la esfera privada, la coñonización es más directa y puede ser de dos tipos. Una es violenta y se nos muestra a diario en las alarmantes cifras de mujeres víctimas de violación y de femicidio. Pero también ocurre en el silencio de una habitación, cada vez que nuestro compañero nos penetra con la misma habilidad con que se destapa un desagüe. Los estudios de Kinsey revelan que solo un tercio de las mujeres en el mundo experimentan un orgasmo en sus relaciones sexuales.
También están los hombres que nos coñonizan a partir de halagos y regalos. Es una coñonización moderna y sofisticada que ofrece incentivos a la mujer (joyas, ropa, viajes y regalos) a cambio de tener control absoluto sobre sus genitales. La mujer cree que es libre, pero en el fondo es un objeto, un artículo de lujo que el hombre muestra a sus amigos para ganar estatus.
Como ven, los métodos de coñonización son variados, pero la base es la misma. Es una relación de poder en la cual el coñonizador nos domina y controla.
La lucha debe ser en los dos planos: el público y el privado. Pensar globalmente y actuar localmente, como dicen los ambientalistas. La pelea es cotidiana y tenemos que darla cada una desde nuestras trincheras, apoyándonos entre nosotras, como si fuéramos un solo cuerpo. Busquemos de aliados a aquellos hombres que estén dispuestos a dar esta batalla con nosotras. La meta es una: debemos descoñonizarnos.
Porque es cierto que tenemos coño, sí. Y que existen muchos coños hechos de pura alegría, como dijo Henry Miller. Pero también tenemos cerebro, sentimientos, liderazgo, valentía, fuerza, sensualidad y un largo etcétera. Somos mujeres hechas de barro, de fuego y de tempestades. Seres únicos que llevamos dentro «un taller de seres humanos». Nuestro cuerpo está moldeado de montañas y valles, de hondonadas y cauces, de «las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días, / por las que me levanto orgullosa / todas las mañanas / y bendigo mi sexo», como dijo Gioconda Belli.
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