Existe un cuento[1] que, con fines pedagógicos y comparativos, relata la historia de unos gemelos de diferente género, pero idénticos como dos gotas de agua. Ambos disfrutaban de las mismas actividades y de los mismos gustos y tenían las mismas esperanzas. En la escuela les iba muy bien, pero entonces la hermanita dejó de hacer las tareas y empezó a reprobar los exámenes, mientras que su hermano era mucho más dedicado y cumplido. La diferencia yacía en que ella, además de estudiar, diariamente debía tortear, lavar ropa, juntar fuego y cuidar a sus hermanitos. Exhausta, lógicamente se dormía en clase. En el cuento, los padres la retiraron de la escuela y posteriormente ella quedó embarazada. Es la historia de nuestras niñas en las comunidades rurales.
En cada esquina encontramos que las niñas son víctimas de desventajas que no tenemos capacidad de identificar. Aprendimos a vivir con esta diferencia, especialmente en el campo, donde se toma con absoluta normalidad. Vivimos en una sociedad pseudoigualitaria, que no reconoce explícitamente al género masculino como superior, pero que lo trata como tal.
El relato ficticio de los gemelos toma vida en una historia real: la de Merci, una chiquilla de Purulhá que a los 12 años decidió estudiar agronomía. Al proponerlo en casa, su padre le negó rotundamente la oportunidad y señaló que lo único que conseguiría sería deshonrarse en un espacio reservado a los caballeros. La ventaja de Merci es que ya estaba decidida: se negó a renunciar, ya que ella sabía reconocer sus propias capacidades. Se preparó en vacaciones para conseguir por sí misma una beca en la mejor escuela local de formación básica. En la marcha encontró personas que creyeron en ella y que asistieron su formación allanándole el acceso a algunas oportunidades. La chica consiguió el ingreso y alcanzó, además, superar los resultados académicos que anteriormente habían conseguido los mismísimos varones de su familia. Un par de años después aprobó su admisión a la mejor escuela regional de educación media en su género, donde ha destacado como una de las mejores alumnas. Actualmente se prepara para solicitar el ingreso a una de las mejores escuelas de enseñanza superior de agricultura en Latinoamérica.
Su hermana y yo conversamos acerca de cuál habría sido el destino de esta maravillosa niña. Sabemos que, si hubiera atendido la censura paterna, que menospreciaba sus capacidades, no habría emprendido esa cruzada por el acceso a todas las oportunidades que consiguió. Concluimos que tampoco habría podido llegar tan lejos, ya que, en esta localidad, las niñas — indígenas la mayoría— crecen enfrentando una situación de sometimiento tan grave que les impide tomar decisiones, salir de casa, trabajar o incluso merecer una herencia familiar. Por si fuera poco, sus sueños se ven truncados por el simple hecho de vivir en el interior del país, donde resisten condiciones de extrema pobreza, violencia física y psicológica, violaciones y a veces hasta la muerte.
Debemos reconocer que socialmente consentimos que niñas y niños tengan una formación desigual, una función distinta y, por lo mismo, un disparejo sentido de vida. En octubre de 2016, en conmemoración del Día Internacional de la Niña, Ban Ki-moon, entonces secretario general de las Naciones Unidas, señaló:
Invertir en las niñas es una decisión correcta y a la vez inteligente, que puede tener poderosas repercusiones en todas las esferas del desarrollo e incluso en las generaciones futuras.
Entonces, es acertado sugerir que aspiremos a dar oportunidades especiales a las niñas para que, en honor a la equidad, puedan mejorar su calidad de vida y participar de forma activa en la sociedad. Esta práctica se conoce como discriminación positiva y consiste en aplicar medidas y acciones que tomen en consideración las diferentes situaciones que las hacen vulnerables.
Qué bello sería vivir en una sociedad equitativa, que favorezca que niñas como Merci tengan oportunidades justas.
[1] Mateo y Matilda, impreso por Plan Internacional.
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