La importancia de este evento, realizado en Bruselas, Bélgica, en el cual participaron los jefes de los Gobiernos de los 27 Estados que integran esa unión, es que en él se aprobaron fondos especiales para que los países se recuperen de los efectos económicos negativos que la pandemia del covid-19 les ha provocado.
Finalmente, y después de complejos y duros estira y afloja, se aprobaron 750,000 millones de euros para repartir entre todos los países con el fin de atenuar los efectos económicos de la pandemia, de los cuales el 52 % serán subvenciones y el 48 % préstamos. El monto total se cubrirá tanto con las aportaciones de los países como con préstamos internacionales que todos ellos deberán pagar antes de que concluya el año 2058 y proporcionalmente a sus ingresos, tal como se asienta en las conclusiones de esa reunión.
No se puso, pues, a trabajar la maquinita para emitir más moneda, sino que saldrán juntos a conseguir préstamos que obtendrán en el mercado internacional de divisas. Es decir, serán agencias y fondos financieros privados o semiprivados los que engordarán sus ganancias con los préstamos europeos. Cierto, Europa no es Argentina, por lo que los llamados fondos buitre no se pintarán de negro para succionar los recursos de los europeos ni sus gobiernos están tan cínicamente a favor de la evasión de divisas como el de Macri en Argentina o el de Moreno en Ecuador, pero, de cualquier manera, los grandes inversionistas ya estarán felices porque sin moverse de la mesa ni del refrigerador engordarán sus ingresos con el esfuerzo de los trabajadores europeos.
Era, la cuestión de los préstamos para financiar las ayudas, una de las causas que hacían cuestionar esos montos totales a los países que en los últimos meses se dio por llamar frugales. Países Bajos (Holanda), Austria, Suecia y Dinamarca, con la participación a veces de Finlandia, optaron por cuestionar la supuesta flexibilidad y bondad con la que estos fondos, y esta deuda, beneficiarían a países que ya en años anteriores fueron denominados PIGS (acrónimo de los nombres en inglés de Portugal, Italia, Grecia y España, y que en ese idioma significa cerdos). Si ellos dicen entre amigos y demuestran con hechos haber hecho muy bien sus deberes neoliberales, acusan a los otros de no haber cumplido la receta y, en consecuencia, no serían los ciudadanos neerlandeses, austríacos, suecos y daneses quienes deberían pagar los préstamos de los que gozarán más los españoles, italianos, griegos y portugueses.
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Y si esa frugalidad de la que hablan bien podría estar asociada a su influencia protestante, siguiendo en ello un poco las explicaciones weberianas, en realidad lo que han hecho en las últimas tres décadas es continuar cuidadosos, aunque sin hacer ruido, el cumplimiento de los principios neoliberales: reducción del Estado, transnacionalización, liberación de responsabilidades a los dueños del capital y, en consecuencia, reducción del estado de bienestar.
Cierto, como las conquistas sociales en varios de estos países, en particular Suecia y Dinamarca, fueron significativas en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX, desmantelarlas no ha sido tarea fácil. Sin embargo, la privatización de los servicios ha sido cada vez mayor. Si, a pesar de los intentos, solo una parte de las jubilaciones se privatizaron, estas son cada vez más reducidas en términos reales, por lo que los trabajadores prefieren que se alargue la edad laboral a tener que vivir apenas con sus jubilaciones. Educación, salud y atención a ancianos, aunque siguen siendo pagadas por el sector público (Estado o municipalidades), son, cada vez más, ofrecidas por empresas privadas que ya en su mayoría son multinacionales, centradas solo en la ganancia.
No es, pues, una cuestión con tintes ideológicos partidarios, ya que, mientras Países Bajos y Austria tienen gobiernos clara y abiertamente de derechas, en Suecia y Dinamarca gobiernan, supuestamente, partidos socialdemócratas.
Pero esto no debe llamar a engaño, pues los socialdemócratas nórdicos están mucho más próximos al ala moderada del Partido Popular español o al sector liberal de los democristianos alemanes, y aun así tienen sus matices. Mientras la danesa Mette Frederiksen se orientó a hacer un gobierno en solitario con el apoyo abierto de las izquierdas, al estilo del portugués Antonio Costa, pero sin tocar la agenda económica impuesta por las derechas, el sueco Stefan Löfven optó apenas por los verdes como aliados, haciendo público rechazo del apoyo de la izquierda, a pesar de que este partido está muy lejos de ser un Podemos Español o un Bloco portugués, y aceptando de cabeza agachada aplicar, casi al 100 %, el presupuesto de los partidos de la derecha, que al final de cuentas gobiernan a través de la socialdemocracia.
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Resulta así que eso de la frugalidad no es más que la insistencia en no afectar más a las grandes empresas de sus países, y no en defender la seguridad de sus trabajadores, pues estos ya están expuestos a una intensa y permanente reducción de los beneficios que de su trabajo obtenían.
Pero ha sido también un golpe de mesa de pequeños países que, siendo beneficiarios netos del mercado europeo, les venden más de lo que les compran a los otros 25, pues con Alemania son todos deficitarios. Quieren seguir en esa condición, pero sin aportar mucho para que eso suceda.
Los frugales, en consecuencia, apenas si lo son con su masa de trabajadores, pues sus economías se han centrado en proteger los intereses de las grandes empresas, las que, a decir verdad, como es el claro caso de los Países Bajos, cada vez son más transnacionales y le dejan cada vez menos al fisco de sus países, con lo cual afectan grandemente a sus vecinos.
A Europa le falta mucho para ser el continente de la responsabilidad y de la solidaridad, pues desde sus orígenes su base ha estado en el mercado y en el beneficio individual, y no en la solidaridad y en el beneficio colectivo. De ahí que la escandalosa cantidad de muertes de personas mayores de 70 años bajo responsabilidad del Estado, pero bajo el cuidado directo de empresas privadas, esté siendo tratada con pinzas para no afectar esa gran industria, que en las últimas décadas ha dejado grandes beneficios a sociedades anónimas. Solo en Suecia, donde la situación ha sido mucho más trágica, al 29 de junio el 84.6 % de los decesos por causa del virus eran personas mayores de 70 años y el 54 % de ellos estaban bajo cuidado de centros asistenciales que de una u otra manera eran responsabilidad de empresas privadas.
Solo con este hecho ya es posible entender de qué frugalidad se habla y hacia dónde camina Europa de no modificar sus valores y conductas.
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