Un árbol en medio de la calle continúa de pie sujetado firmemente a sus raíces que han quedado debajo de una capa gruesa de asfalto. Bajo esa capa pesada sigue habiendo tierra y eso también es un gesto de resistencia. Un pedazo de su corteza es toda la corteza del mundo, sus ramas siguen señalando el cielo y eso es todo. En sus silencios se reflejan las voces de quienes pasan a su lado, si acaso, alguien le escucha.
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Las hojas de los matilisguates caen y son depositadas en el suelo que ya no es gris, ahora es rosado, morado, ahora el suelo es también parte árbol. Nunca el concreto más fuerte ha podido contra la insistencia de la flor, nunca las hojas son iguales.
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El matilisguate es un pájaro detenido en el tiempo, una nube reflejada en el cielo, una abuela sentada en la puerta de su casa, el centro de un laberinto interminable, un hecho poético (sencillo y común) hombres y mujeres descubriendo las respuestas infinitas, manos que protegen la esperanza que se sostiene a pesar de todo.
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El ejercicio de mirar detenidamente los árboles que se resisten a ser aniquilados, contemplar sus robustas copas, verdes, moradas, rosadas, pensar en ellos como se piensa en el futuro o en la nostalgia del pasado, pensar en su sombra como el eco de una voz que desde algún lado resuena como un milagro, como una oportunidad, palabra que no es corroída por el odio.
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¿Lo ven? El árbol suelta sus hojas, esa es su verdad, su esencia absoluta.
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Una niña y un niño juegan en medio de la calle, recogen entusiasmados las hojas que se desprenden del matilisguate que además les regala algo de sombra, sus manos ahora también son hojas balanceadas por el viento.
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Las tardes de marzo suelen ser frescas y ocres, los rayos del sol caen lentamente sobre las ciudades y las montañas, los matilisguates son testigos silenciosos de nuestros miedos, nuestras luchas, sueños, cansancios y frustraciones, resguardan además la memoria del agua, del viento, del día y la noche.
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Las sombras de los matilisguates se dibujan sobre la calle, en los edificios, en las casas, sobre la gente, todo es absolutamente cuestión de la luz. Cuando se unen, luz y árbol estallan en imágenes que pronto serán recuerdos y olvido. En las diferentes horas del día se anula la ausencia, el vacío, la resistencia del árbol radica en su sombra: dibujo que encierra la belleza y el misterio frente a un mundo inundado por el odio.
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Pasará entonces el verano y sus días templados, llegará la lluvia con su naturaleza migratoria, las ciudades nuevamente quedaran con sus calles grises, amenazadas por la cotidianidad, los matilisguates dejarán de florecer, sus hojas quedarán como una promesa impostergable que la memoria guardará como una certeza de que, a pesar de todo, la vida vuelve a insistir en su ciclo impostergable.
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