Vengo de una familia que perdió su casa y desde entonces nos ha tocado vivir en diferentes lugares. He perdido varias casas, la de mi niñez era una pequeña en la que se veía perfectamente el volcán Santa María, tenía una ventana en la que esperaba desesperadamente la llegada de mi madre y de mi padre, vivimos felices por algún tiempo pero luego nos tocó dejarla, la abandonamos, pero sigo creyendo que buena parte de nuestro espíritu sigue ahí.
Me ha tocado vivir en cuatro casas más, todas ellas fueron poco a poco llenándose de nuestra energía, nuestros sueños, miedos, alegrías y tristezas, porque así es la vida, una casa vacía que de a poco se va alimentando de objetos que pasan inadvertidos por la cotidianidad y hasta que toca dejarlas cobran otro significado, como el cuadro medio torcido, la escoba verde, la maceta de albahaca o las cortinas cafés.
Una casa debería una certeza, un lugar para convivir y hacer buenos recuerdos, una casa debería ser para siempre, pero la vida nos enseña a veces a la fuerza que eso no es así y por eso cuando hay que mudarse, debe hacerse con gratitud y amor. Nadie debería irse de su casa a la fuerza ni obligado, nadie debería atravesar esa dolorosa experiencia.
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Yo imagino una casa grande, llena de luz, una casa en donde los gatos caminen serenamente entre las libreras, pienso en una casa en donde hay una cama caliente y una cocina con lo suficiente para preparar un buen almuerzo, que huela a frijoles recién cocidos y en los que resuene por todos lados un saludo, un abrazo, el chasquido de un beso amoroso, una carcajada o simplemente el silencio anidado por todo los rincones, una casa llena de cuadros y de luz, una casa habitada por la gente que uno verdaderamente ama.
Mientras escribo estas palabras pienso en todos los espacios que me ha tocado habitar, en las paredes que he pintado, en el piso que he barrido hasta el cansancio y siento gratitud por esas casas que ahora solo existen en mi memoria y configuran esto que intento ser. Una casa no debería ser herida, ni mal recuerdo, mucha gente vive a diario con la incertidumbre de un lugar para habitar, caminan buscando alquileres o simplemente no tienen en dónde echar a andar sus sueños, pero pensándolo bien, la casa, la verdadera casa, está en el corazón.
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