Textualmente indiqué: «Él es el reflejo de la absoluta pérdida del arte de gobierno y, por tanto, la mayor amenaza de consolidar mecanismos de represión y uso abusivo del poder».
En sus últimas apariciones públicas ante la prensa y desde el Palacio Nacional de la Cultura, el presidente ha advertido: «No voy a obedecer ordenes ilegales». Con eso parece referirse a que no cumplirá con las resoluciones de ningún juez. De hecho, algunos consideran que es el anuncio de que está dispuesto a desconocer al poder judicial o a la CC. En las mismas apariciones menciona «las instituciones fuertes».
Justamente en el abandono de aquella forma pastoral, mediante la cual se nos ofrece salvación, y siguiendo siempre la línea de análisis de Foucault, hemos iniciado el abandono de este para entrar en una forma de las razones del Estado, que se pueden explicar mediante la teoría del golpe de Estado y que encierran tres nociones: a) el acomodamiento de las leyes a los intereses del momento o el desconocimiento de estas de ser necesario, b) el uso de la violencia o la brutalidad y c) la teatralidad del golpe.
De ese modo, la reforma al Reglamento de la Secretaría de Inteligencia Estratégica del Estado del mes de agosto de este año (por medio de la cual se acomodan funciones para que el Consejo de Seguridad pueda emitir señalamientos contra personas de ser amenazas al Estado) y el uso fuera de contexto de los artículos 60 y 66 del Código de Migración demuestran cómo se presenta la primera noción del uso de la teoría del golpe de Estado para dar razones de por qué se actúa así. Esta noción se complementa con el obsesivo uso de denominar «orden ilegal» a las resoluciones judiciales, con todo lo cual ciertamente se advierte que utilizan el derecho según sus intereses y que, de no ser complacidos, lo desconocerán. En igual escenario se encuentra el Congreso, donde muchos legisladores crean comisiones ilegales de investigación y pretenden reformar leyes de manera antojadiza para salvarse ellos mismos de enfrentar a la justicia, es decir, para ganar impunidad y destruir la institucionalidad que los persigue.
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Con las acciones simbólicas de la primera de esas conferencias de prensa, como la aparición de militares vestidos con uniforme estratégico y la circulación de vehículos de operaciones militares, aunadas a la evidente destrucción de la PNC, el Gobierno lanza el mensaje de que está dispuesto a cierta violencia y brutalidad desde el Estado para hacer imperar sus ideas de Estado. Por supuesto que acá esto se entrelaza con la tercera noción, la de teatralidad, en la cual el presidente es experto y la cual se hace evidente cuando, en la conferencia de prensa del jueves 6 de este mes, aquel dejó que la canciller improvisara el guion, solo para que la funcionaria demostrara una vez más su incapacidad.
Ir contra las razones de un Estado fundado en la teoría del golpe de Estado lleva al presidente a señalar a las personas de sediciosas, pero esto está alejado de cualquier realidad, ya que la verdadera razón del Estado ya no es él en sí mismo, sino que dicha razón se funda en las personas y en sus derechos fundamentales. Una cuestión que es clave entender. Si seguimos preponderando el Estado, seguiremos concesionando su naturaleza a riesgo, incluso, de que los concesionarios argumenten que hay población que ya no existe. La razón, pues, no es de un Estado rico sin población, sino la felicidad de la población para un Estado estable. Parte de la felicidad es vivir sin corrupción.
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