Pérez Molina (y lo que con él representaron la decena de exmilitares y civiles detenidos a causa de los distintos escándalos de corrupción recientes) fue mediáticamente construido por la inmensa mayoría de medios de comunicación afines, incluido, claro está, el medio escrito, que luego denunció todos sus atropellos y toda su corrupción. El general era la encarnación perfecta de todas las supuestas virtudes que el país debería ver en sus gobernantes: decidido, de voz fuerte, autoritario y exitoso en los negocios. Nadie se preguntaba de dónde procedía su riqueza, así como nadie se preocupó por indagar los porqués de los oscuros atentados padecidos por sus familiares cercanos. Nadie se preguntó tampoco cómo hizo una abnegada maestra de párvulos para financiar por largos años la estancia de sus hijos en Estados Unidos, a quienes mensualmente les enviaba la módica suma de 200 000 quetzales. Mucho menos indagaron esos medios en su historia de represión y violencia, como tampoco lo hicieron para desentrañar el golpe de Estado que comandó contra un vicepresidente legítimamente electo.
Los empresarios fueron llegando dispuestos a financiar campaña tras campaña, sabedores de que los réditos serían enormes, por lo que, si Castillo Sinibaldi no resultó eficiente para atraer a la vieja ultraderecha con sus riquezas amasadas en oscuros negocios durante el conflicto armado, Baldetti Elías le puso ese sabor de entre adulterio y jovialidad que a la hipócrita moral conservadora tanto le gusta. El general era exitoso hasta entre las mujeres. Y ella era el símbolo de la mujer dinámica, agresiva e irreverente que había destronado a Nineth Montenegro como cabeza de la lucha contra la corrupción.
En el Congreso de la República hizo tronar su voz exigiendo transparencia y encontrando malos manejos donde solo había acciones públicas novedosas. Si con Berger fueron misericordiosos y hasta ciegos por cuestiones de alianzas financieras, con Colom fueron drásticos e incansables. Combatieron día y noche las transferencias condicionadas, pero cuatro años antes habían dejado pasar el oscuro subsidio a los lecheros con la supuesta entrega de un vaso de leche (rebajado a más del 40 %) a los niños de las escuelas públicas. Se cebaron en los asesinatos de conductores y en la proliferación de las extorsiones, defendieron con ahínco la pena de muerte y pasaron a ofrecer mano dura contra asaltantes y extorsionistas, pero resultó que quien extorsionaba a privados de libertad y a sus familiares fue uno de tantos financistas y asesor en temas de seguridad.
El glorioso gobierno del cambio se deshizo como castillo de naipes, y sus promotores, defensores y electores, poco a poco y sin pedir disculpas, tuvieron que ir dejando el barco y lamentando entre dientes, y solo para sus adentros, el error cometido. Las denuncias y acciones de la Cicig y el MP los obligaron a dejar la tibieza y salir a las calles a pedir la renuncia de aquel que habían llevado a las alturas como el transformador de la vida política nacional.
Si en el primer turno de las elecciones de 2007 Pérez Molina obtuvo en el distrito central (la capital) el 26.5 % de los votos válidos, frente al 15 % de Álvaro Colom, en los municipios del departamento de Guatemala (donde Mixco y Villa Nueva pesan abrumadoramente) el militar acaparó el 27 % y Colom solamente el 20 %. En el segundo turno, el apoyo masivo al ahora detenido en prisión preventiva se transformó en el 65 % de los votos válidos en la capital y en el 54.2 % en los departamentos. La presión de los medios sobre la población metropolitana no fue suficiente para impedir el triunfo de Colom Caballeros, pero se había hecho patente que la simpatía por el general y su discurso clientelar y autoritario era abrumadora en esta región del país.
El acoso y la persecución al gobierno de Colom fueron constantes y duros, con Baldetti y sus supuestas denuncias como personajes principales, potenciados a diario por la mayoría de los medios impresos, radiales y televisivos. Pero en ninguno de los casos se convirtieron en denuncias, mucho menos en persecución judicial contra el presidente, su entonces esposa o sus funcionarios.
Pero la campaña resultó eficiente. Y en la elección de 2011, el éxito fue total y rotundo en el departamento que concentra el 25 % del electorado nacional (13 % la capital y 12 % los otros municipios). Si en el primer turno el general obtuvo el 40% de los votos en ambos distritos y su contendiente el 11 % en la capital y el 19 % en los otros municipios, en el segundo turno el triunfo fue arrollador, con el 78 % de los votos de la capital y el 53 % en los municipios. Fue el departamento de Guatemala, pues, el que convirtió a Pérez Molina en su héroe y líder. Fue este electorado, mayoritariamente de clase media, el que aceptó el bombardeo mediático de sus promotores sin oponer resistencia.
Y resultó lo que ya todos sabemos: el general, más que un estadista, resultó el líder de una gavilla de delincuentes.
De cara a una nueva elección, y presas de nuevo del estímulo mediático (que ahora quiere hacer de un oscuro actor un estadista), estas clases medias pueden ser quienes impongan al presidente. Irresponsable sería que esta tercera vez lo hicieran a ciegas, confiadas en el mágico sueño de que quien no sabe gobernar puede aprender a hacerlo y de que quienes lo rodean son apolíticos. El futuro del país está en sus manos, y sería claramente reprochable que de nuevo, incapaces de comprender la importancia de los programas sociales, le impusieran al país a un grupo de militares oscuros que, sin haber demostrado capacidad, sí muestran ya sus claros vínculos con los dirigentes más conspicuos de la corrupción patriota en los departamentos.
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