Achiote, semillas de ajonjolí, canela, pepitoria verde, pimientas, clavos, maíz, verduras, entre otros y muy variados ingredientes se van moliendo e integrando para convertirse en masas, recados, salsas. Vaya sagrado ritual el de cocinar. No es lo mismo, dicen las abuelas, moler en ellas que en esos utensilios de metal o plástico que trajo consigo la modernidad y transformó nuestra relación con la alimentación.
Sus orígenes están en Paxixil o Pa Tzok´b’al, montañas cercanas a Nah...
Achiote, semillas de ajonjolí, canela, pepitoria verde, pimientas, clavos, maíz, verduras, entre otros y muy variados ingredientes se van moliendo e integrando para convertirse en masas, recados, salsas. Vaya sagrado ritual el de cocinar. No es lo mismo, dicen las abuelas, moler en ellas que en esos utensilios de metal o plástico que trajo consigo la modernidad y transformó nuestra relación con la alimentación.
Sus orígenes están en Paxixil o Pa Tzok´b’al, montañas cercanas a Nahualá y antes de ser talladas son piedras enormes que han convivido con los árboles y la tierra de aquellos lugares desde tiempos muy lejanos. Guardan su memoria (una memoria mineral que es visible en su textura), pequeñas fisuras que atraviesan cada lugar de su ser como huellas que conservan la esencia de su naturaleza.
En idioma k´iche´ se les nombra ka’. Las piedras de moler son de los elementos más importantes en las cocinas mesoamericanas, el sonido que causa el maso cuando choca contra la piedra y lo que se está moliendo podría parecerse al estrepitoso retumbo que producen los volcanes o las fallas geológicas. Suena la piedra, piedra contra piedra, energía en la que converge la del ser humano y la tierra.
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En mi niñez, recuerdo la casa de mis abuelas y sus cocinas con la leña apilada y una plancha en la que el fuego brillaba incandescentemente al mismo tiempo que dotaba de calor a todo el lugar. Recuerdo los costales apilados en las esquinas con granos de maíz amarillos, blancos y negros, las recuerdo arrodilladas en un silencioso diálogo entre ellas, la piedra de moler y la comida. También recuerdo la detallada forma en que después de haberla usado, se colocaba nuevamente en su lugar y la manera en que agradecían por su energía y por haberse dejado trabajar.
Las piedras de moler son reliquias que pasan de generación en generación, son objetos que las familias resguardan, generalmente son heredadas de madre a hija como un mecanismo para transmitir conocimientos y saberes ancestrales. Con esto se garantiza que los sabores, los pequeños detalles de una receta o algún secreto se salvaguarde para que perdure en el tiempo y en el espacio.
Hace algunos días mi abuela me heredó su piedra de moler. Estuvo en sus manos durante más de cincuenta años y ahora está conmigo, en mi cocina. Descansa silenciosa mientras espera de nuevo el momento en que a través de ella sean hechos los sabores como un ejercicio de permanencia. Ahora es mi turno de alimentar su memoria para que así, el conocimiento y las emociones que en ella habitan sigan con vida. La piedra de moler me habla y yo la escucho.
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