Nuestras abuelas encontraron desde tiempos milenarios procesos para sanar el alma y el espíritu, se convirtieron en las encargadas de curar y de buscar el equilibrio de sus comunidades, de sus familias y de ellas mismas, así este conocimiento se ha heredado de generación en generación y a pesar de todo, se mantiene vigente de la forma más orgánica y cotidiana.
Una de las primeras veces que visité San Juan Comalapa, conocí el cerro Guadalupe y no olvido la escena: una familia completa curaba del susto a una niña. La abuela se arrodilló frente a un árbol y hacia una oración silenciosa pero que resonaba en todo el lugar, el resto de la familia encendía el fuego y preparaba la comida que compartirían cuando terminara el ritual, y así fue, colectivamente pidieron por una de ellos, la sanaron.
Hace algunos años en Nahualá ocurrió un accidente de tránsito que provocó la muerte de muchas personas. Al día siguiente, un grupo de mujeres llegó hasta el lugar en donde había ocurrido la tragedia y con ramas de árboles empezaron a chicotear el piso con el fin de que las almas de las personas que habían fallecido y el de las personas que sobrevivieron pudieran salir de ese traumático momento, llamaron las almas con autoridad y ternura.
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No hay nada peor que atravesar un trauma y continuar la vida sin solucionar la huellas que deja ese episodio, Guatemala es un país con muchos traumas y muchos sustos sin resolverse, nuestras comunidades, nuestros pueblos, nuestras familias y nosotras y nosotros mismos arrastramos traumas históricos y dolorosos que han dado como consecuencia todo el desequilibrio que vemos en las diferentes esperas de la realidad, no hemos comprendido que la sanación debe ser algo fundamental para seguir adelante.
Los rituales son prácticas sociales simbólicas que dan sentido a la vida, son actividades cotidianas y sencillas que dan identidad y que reúnen todos los valores y las creencias que un grupo social ha ido creando durante el pasar del tiempo y fuera de él. Ritualizar la vida es entonces dotarla de algo más, en un rito se reafirma la sabiduría, el amor y se puede entender con mayor profundidad un acontecimiento doloroso y sacar las lecciones necesarias que sirvan para una transformación real.
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Encender una candela, subir una montaña, hablar con las piedras, sentir la sanadora fuerza que tiene la ruda o la chilca, el baño para calentar los huesos, tirar flores a los ríos, hablar con el agua, interpretar los sueños o sembrar palabras bajo la sombra de algún árbol de cerezas en el Pa Lajuj No´j, es al final la verdadera poesía, el fenómeno poético que da sentido a la vida a pesar del dolor.
Mientras escribo estas palabras que también asumo como un ritual sanador, recuerdo a todas las mujeres curanderas, a las madres que intervienen por el bienestar de sus familias y sus comunidades, pienso en las manos que transmiten fuerza y paz, pienso en ellas como única posibilidad que ha tenido este territorio y nosotras y nosotros para continuar, pienso en el trabajo silencioso de cuidar cuando la tristeza acampa, pienso también en todas las personas que sufren y que aún no encuentran una respuesta, pienso en las personas que transitan el doloroso camino de la ausencia y el vacío. Que el fuego, que el ritual logre regresarles el espíritu y sanar sus almas, porque como dijo el poeta Otto René Castillo: «nada podrá contra la vida. Y nada podrá contra la vida, porque nada pudo jamás contra la vida».
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