Algunos gritan para hacerse los duros. Otros, más acostumbrados al trámite, se ríen y esperan aferrándose a los barrotes, asomando la cara entre ellos.
Adentro del juzgado, todo es distinto al resto del sótano. Un sitio bien iluminado con el aire acondicionado manteniendo una temperatura constante; un frío que supongo ayudará a mantenerse despierto. Porque en los Juzgados de Turno no se duerme, se trabajan las veinticuatro horas continuas en relevos prolongados.
El motivo de mi visita, es gestionar algunos permisos judiciales que me ayudarán a avanzar en una investigación. Así que, solicito la audiencia y me siento a esperar.
El Secretario del juzgado me adelantó que quizá tenga audiencia hasta entrada la madrugada. Son las once de la noche. Así que tendré que entretenerme con algo.
Repaso el caso, memorizo datos y me distraigo mirando las audiencias que suceden tras la enorme vidriera. La sala de audiencias tiene varias filas de sillas donde el público puede mirar lo que pasa. Luego, tras una corta barrera, está el escenario como tal. El sitio para la Defensa y el procesado; y el sitio para la Fiscalía. Frente a ellos, sobre un estrado, el sitio del Juez y su oficial. Es un espacio teatral, nadie podrá negarlo.
Me aburro. Pasan las horas y permanezco sentado, mirando pasar a los detenidos uno tras otro, contando la misma historia en la detención. Ficción pura. Al parecer todos llegan a un acuerdo en la carceleta donde están detenidos. Digamos que crean una versión idéntica, que según ellos, los hará menos culpables o salir de ahí. Que la policía los tomó por sorpresa, que ellos venían caminando por una acera, en fin, a menos que todos hayan venido alegremente andando por la misma cuadra, la cosa no pinta bien en cuanto a credibilidad.
A ninguno le ha funcionado. A todos les han iniciado proceso, salvo uno muy joven que al parecer había tenido un percance vial. Llegó su madre a traerle y parecían todos muy asustados. Varias manchas de sangre le adornaban la camisa.
Cierro los ojos. Es la una y cuarenta y cinco de la mañana. Espero que me llamen pronto. No puedo dormir. Estoy en ese estado de vigilia, en el que la adrenalina me mantiene lúcido y preparado. Siendo fiscal, no eres precisamente el mejor amigo de los detenidos y estando en el sitio donde se agrupan, habrá que permanecer atento.
Escucho murmullos. Abro los ojos. Del lado izquierdo tengo la sala de audiencias del Juzgado de Paz Penal, el de asuntos menores. Tras la vidriera logro ver que hay mucha gente. Dos policías de una fuerza privada están prestando declaración, mientras dos tipos, delgados, huesudos y sucios están del otro lado, engrilletados.
Me asomo a la puerta de cristal y logro ver que algunos agentes de la policía toman una bolsa negra, de donde, por petición de la Jueza, extraen una enorme serpiente. Vaya, debo estar alucinando. Para asegurarme de que aquello era cierto y no una invención mía, entro a la sala y me entero del asunto.
Los dos tipos intentaban asaltar con la serpiente en los alrededores de la Universidad estatal. Al parecer no tuvieron mucha suerte. Fueron detenidos por los guardias del recinto. Como fracasaron y era una cuestión menor, la jueza les impuso una multa. Sin embargo, ordenó que la serpiente fuera trasladada al Zoológico. Es decir, la mandó presa.
Menuda cosa me tocó atestiguar. Pero vamos, el sistema judicial es extraño ya de por sí. Es una liturgia, en cuya formulación se ha intentado dotar de veracidad a una afirmación falsa. Me explico: pienso en un accidente de tráfico, como el del chico que acaba de ser liberado. Seguramente él tendrá una versión de los hechos. Mientras la víctima tendrá otra.
Indagar en un testigo es obtener una versión subjetiva de los hechos. Porque serán contados desde la perspectiva del testigo al momento en que atestiguó la situación, filtrados por su capacidad sensorial y explicados conforme a la capacidad de narrar del sujeto. Vaya. Aquí viene lo que me encanta del derecho, la ficción.
A sabiendas de esto, se profundizó en la criminología, para convertir en ciencia la investigación criminal. De qué va a esto: pues sencillo, que por ejemplo en un asesinato, al momento de la sentencia, el culpable no será declarado como tal porque el Tribunal lo diga, sino porque el informe pericial dice que él disparó el arma, que hay un cadáver, que esa persona murió a causa del disparo que hizo el responsable y que el arma precisamente existe y que tiene las huellas del criminal.
Es trasladar la responsabilidad a los objetos, no a los sujetos. Una justicia objetiva. Pero aún así, no deja de ser ficción, porque por más fe que se tenga en la ciencia, difícil es, afirmar que no habrá fallo en sus resultados, porque quien la opera es un humano.
La tarea del fiscal es entonces titánica y tiene mucho de ciencia ficción. El fiscal deberá crear una máquina del tiempo con las pruebas y trasladar al tribunal al pasado con ellas, justo al momento en que se cometió el crimen, armando un rompecabezas que siempre permanecerá incompleto.
Bárbaro. El medio para hilar esto, la gasolina de la máquina, son las palabras. El discurso de la acusación debe enlazar las pruebas y explicar el rompecabezas de pasado que tiene frente así el investigador. Luego está el escenario del debate, el teatro.
Es decir, el sistema de justicia penal hace lo mismo que los presos en la carceleta. Acordar una verdad útil. Igual que lo hace el tribunal junto a la defensa y la Fiscalía: acuerdan una versión de los hechos que se considere cierta; pero como tal, no es la verdad absoluta.
Extraño. Como la serpiente que ahora introducen en una patrulla y trasladan al Zoológico a las tres de la mañana. Como la gente que exige pena de muerte. Supongo que ellos tienen una fe absoluta en esta máquina del tiempo. Supongo que jamás habrán pensado en cómo funciona el sistema penal.
Entiendo que buscan el “resarcir el daño provocado”, pero vamos, cómo poder dormir pensando en que se ha condenado a morir en una camilla mientras le inyectan líquidos que colapsarán su sistema a alguien que podría ser inocente. O si esto de alguna manera hará que el dolor de la ausencia en los familiares se calme y, digámoslo sin tapujos, sea reemplazado por un sentimiento de venganza cumplida.
Todavía recuerdo la última vez que se televisó un fusilamiento. No fue hace mucho, quizá una década. Los dos hombres, amarrados a dos columnas de madera, bajo una galera, esperaban con los ojos vendados a que dieran la orden de fuego. Cuando el pelotón accionó los fusiles, ambos cayeron y uno de ellos continuaba moviéndose. Tenía espasmos; que sólo se detuvieron cuando se acercó un hombre con una pistola y les dio a ambos el tiro de gracia.
Claro que también recuerdo de qué se les acusaba: habían violado a una niña hasta partirla en dos. Pero no sé cuál espectáculo sea peor. El del crimen o todos los niños como yo mirando cómo le disparan en la cabeza a alguien que está moribundo, en vivo y a todo color.
Ha sido una noche larga, mientras espero la audiencia. Son las cuatro y veinte de la mañana. Es mi turno. El zoológico tiene un nuevo inquilino. Una serpiente que tendrá mucho qué contar.
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