Aquello parecía, de cierto modo, una escena de Woody Allen. Un grupo de adultos sentados en una mesa, esperando a lanzarse con toda su voracidad contra una pila de libros colocada en la sala, mientras sosteníamos ansiosos, las copas de vino. Al final mi cacería tuvo resultados: conseguí una decena de libros relacionados con criminología. El más denso de ellos, llamado “Prison Masculinities” de Don Sabo, Terry A. Kupers y Willie London, es un extenso estudio elaborado por sociólogos, psicólogos y criminólogos sobre el género y la violencia. Para enriquecer la discusión, invitaron a los internos de las prisiones estadounidenses a que escribieran cartas, poemas, o cualquier texto que consideraran oportuno sobre su experiencia en prisión.
El resultado es devastador. Entre los primeros ensayos, está uno de mis favoritos. Basado en estadísticas del sistema penitenciario estadounidense y un profundo análisis sociológico; el ensayo demuestra que la violencia es una característica acentuada en el género masculino de nuestra especie. Es decir, la violencia tiene una relación con la masculinidad y con la manera en que se construye el hombre socialmente. Los análisis sobre la población carcelaria lo demuestran, tanto la masculina, como la femenina. Incluso las mujeres pertenecientes al servicio de guardia de presidios, manifiestan que han debido renunciar a cierta parte de su feminidad para sobrevivir en la prisión.
A qué va todo esto: si la violencia es un rasgo de la masculinidad, la prisión debería ser un rehabilitador de esas características negativas, y debería enfocarse en desarrollar las habilidades sociales en el interno. Sin embargo, pasa todo lo contrario. Una prisión es un maximizador de la masculinidad, como lo es el ejército.
Si no eres un tipo duro dentro de la prisión, los otros machos, que compiten por el poder, harán de ti su juguete. Porque entre violentos, se formarán jerarquías. He allí la razón principal de las violaciones sexuales de reos contra reos. Más que una búsqueda de satisfacer un “deseo bestial” al que intentan calmar con yodo en la comida, el reo busca demostrar que el otro interno es de cierta manera, su propiedad.
Ahí el fracaso de las prisiones. Sitios hostiles que aumentan la agresividad del reo, mientras el sistema lo permite y lo aplaude. Claro, la prisión se ve como parte de la venganza que exige la mayoría que el Estado ejerza sobre el criminal. Pero el Estado no va por la venganza, sino por la Justicia. La historia de Carlitos, el niño de Huehuetenango, quien murió a causa de los abusos que fueron cometidos en su contra, conmocionó a cierta parte de la población, al menos, la que puso atención a la noticia. Según entiendo, la gente de su ciudad incluso salió a exigir a las calles mejores medidas de protección para este tipo de abusos.
Todos coincidimos en que lo que le pasó a Carlitos es una atrocidad. No imagino el dolor que pudo haber sufrido, ni tampoco quiero pensar en lo bestial del acto de hacerlo estallar por dentro. Pero el problema es que la tragedia no queda ahí. Si a los dieciséis años una persona es capaz de cometer un acto de esta naturaleza, implica que ha estado sometida a un ambiente que le facilita esa hostilidad.
Una luz, podría ser la declaración de sus familiares cuando, a modo de justificar la conducta de sus hijos, dijeron que en realidad se trataba de una broma jugada al niño. No encuentro ninguna justificación en ello, sino todo lo contrario. El pensar que puede resultar gracioso un abuso sexual, sólo denota el ambiente donde han podido crecer estos adolescentes.
Ahora bien, si ya son capaces de realizar tales actos, habiendo fallado la tutela de los padres y familiares, ¿qué hará el Estado con ellos? Cuando se entregaron a las autoridades, la prensa les fotografió abrazando a sus padres, envueltos en llanto. Esa quizá sea la última foto de su humanidad. Ya se encuentran recluidos en un Centro para Adolescentes, donde seguramente estarán recibiendo un trato hostil.
Aquí comienzan las divergencias: para la mayoría esto es lo que debe pasar; pero eso significaría que en vez de existir una víctima, ahora habrá tres. El problema es que si seguimos esta corriente, y los adolescentes fuesen encontrados culpables, su máxima medida correctiva sería de seis años. Seis años de torturas diarias en un sistema que no permite la rehabilitación por hostil, sino más bien incrementa las características violentas del interno.
Es decir, nos devolverán unas personas destruidas. A menos que uno de los escasos programas haya funcionado y de alguna manera, les haga recobrar la humanidad que han perdido a tan temprana edad. Porque en teoría el sistema penitenciario debería ir encaminado a eso: a recobrar la humanidad de quien hace daño. El proceso penal también debe buscar como objetivo principal resarcir a la víctima.
El sistema correctivo de adolescentes en conflicto con la ley penal, debería además, proporcionar datos de en qué se está fallando al educar al adolescente para corregirlo de inmediato desde todos los ámbitos posibles: familia, escuela, salud, etcétera. Sin embargo, de momento esos alcances son nulos. Y con ello, lo que está pasando es que terminamos negándonos la posibilidad de redimir nuestros errores, obligando a quien cayó en alguno de ellos, en una marginalidad absoluta, desde donde la violencia encuentra su caldo de cultivo.
Entiendo la conmoción, yo mismo la siento. Pero creer que el mal se elimina asesinando a sus emisarios, es una postura bastante inocente. Y quizá lo que más me perturba del caso es la facilidad con la que damos por cerrada la discusión sobre estos temas: "se les capturó, deberían matarlos, ya no quiero saber más", dicen las voces en las redes sociales. Y creo que esa es la vía fácil. Porque la otra implica revisar a profundidad quiénes somos, nuestra capacidad de hacer daño y la forma en que hemos sido educados, sobre todo en qué significa ser hombre.
Cualquiera tiene miedo de hacerlo, porque las dudas serán corrosivas y seguramente atentará contra todo un sistema de confort, donde hay muchísimo intereses involucrados. Pero si queremos en verdad discutir sobre el futuro del país, he aquí un tema principal, al que se le sigue ninguneando: Niñez y Adolescencia. Y más temible aún: el papel de la masculinidad. Habrá que decidir entonces si queremos seguir jugando a cambiar las cosas o si de verdad las vamos a cambiar.
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