Los imperios nuevos se construyen sobre las ruinas de los anteriores, y la evolución cultural, que muchas veces se adelanta a la biológica, viene frecuentemente de razonamientos y experimentos sociales que no siempre terminan bien. Generalmente, estos cambios no vienen de la clase más oprimida de la sociedad, pues esta está más preocupada en sobrevivir que en manifestarse y proponer nuevos sistemas. Casi siempre viene de la clase justo abajo de la dominante, la que siente que casi tiene el poder y lo quiere.
Para que un movimiento tenga éxito, debe o romper definitivamente con el orden anterior o infiltrarse en el sistema hasta cambiarlo.
Creo que podemos estar todos de acuerdo con que el sistema de trato diferente entre hombres y mujeres está mal. La brecha salarial, que se creyó que iba a estar cerrada por esta década, acaba de alargarse por cien años más, las desapariciones de mujeres y sus muertes violentas siguen dándose sin mayores consecuencias para los agresores y se siguen diferenciando erróneamente las habilidades y posibilidades de ambos. Si no están de acuerdo conmigo, por favor díganme qué hombre heterosexual sale a la calle de noche, solo, con miedo a que no solo le roben o hagan daño físico, sino además a que lo violen o ultrajen de otra manera. Esto es una realidad que todas las mujeres conocemos y sentimos en el estómago de forma visceral cuando nos toca llegar a alguna parte a solas, a oscuras. La sombra del peligro es personal y viene por nuestra intimidad.
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Es comprensible que quien no experimenta esto no entienda la rabia que da ser manoseada en público sin poder reaccionar, el miedo que uno tiene al dejar a sus hijas fuera de la vista en cualquier situación, la normalización de medidas de seguridad que son duplicadas o triplicadas para las mujeres. Da cólera. Porque llevamos siglos en lo mismo y solo recientemente hemos acuñado términos como acoso callejero, algo tan elemental de respeto. Ni hablar de cuestiones más profundas como el reconocimiento de nuestros méritos, la inclusión en el trabajo o el desarrollo de todas nuestras habilidades.
Yo no participo en las marchas del Día de la Mujer porque no me identifico con muchas de las causas por las que se manifiestan. Y, sí, me sorprende la violencia, pero no puedo criticarla del todo. Porque hay mucha frustración acumulada y en esos eventos es fácil que se desborde. Viene de las denuncias puestas en la policía y denigradas o no escuchadas. De los procesos judiciales fallidos en contra de criminales a quienes se les excusa por haber sido provocados por una prenda de vestir, cual animales sin voluntad propia ni poder de decisión. De los ascensos no obtenidos porque se los dieron a un hombre con menos calificación que una mujer, ya que así se ha hecho siempre. Romper el techo de vidrio implica dejar escombros.
Ahora bien, si regresamos a las revoluciones, nos planteamos un evento único, devastador, total, que cambió para siempre el curso de la historia, para bien o para mal. Y me deja una duda el hecho de organizar marchas anuales por multitudinarias que sean: ¿no servirán solo como una válvula de escape que nos calma hasta la siguiente ocasión?; ¿qué obtenemos?; ¿hay un cambio en nuestros salarios después de pintar los monumentos?; ¿dejan de violarnos, de acosarnos, de manosearnos? Quisiera que así fuera, y es genial la solidaridad que surge entre las mujeres después de eventos así. Pero sería una tragedia que tanta energía se quedara únicamente en las calles y que regresáramos a lo de siempre solo porque ya sacamos toda nuestra frustración.
No propongo que desarmemos todo el mundo, pero sí que la energía rabiosa se nos convierta en fuerza para exigir cambios duraderos en nuestro entorno. Yo sí quiero poder caminar sola, de noche, sin miedo.
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