Hace medio año tuve el honor de participar en un debate en vivo con el columnista Pedro Trujillo. Dado que entendemos los problemas de pobreza y delincuencia juvenil de formas muy distintas, quisimos compartir nuestro intercambio con una audiencia de estudiantes para provocar plática. Y es que en un debate no gana nadie si no ganamos todos: la idea es construir desde la honesta contradicción. A pesar de la distancia entre Pedro y yo, fue una conversación más o menos buena.
Pues esta semana Trujillo se enfrascó en otro debate, no muy disímil en su naturaleza. Le dedicó una columna de reprimenda al director del Icefi, Jonathan Menkos, por hacer un análisis, en su propio espacio de opinión, del pacto económico dominante.
En su afán por regañar a Menkos, Trujillo convirtió un debate técnico en una guerra de comida ideológica. Terminó por meter a Reagan y a Pinochet en el equipo de los buenos recordando aquella célebre frase de Friedrich von Hayek en la que él prefiere dictaduras liberales antes que democracias sociales. Y en el equipo de los villanos puso a Menkos, Castro, Chávez y ¡Hitler!
Se queda uno con cara de tonto. ¿Qué tiene que ver una crítica al capitalismo con el nazismo?
Verán. Hay quienes se dedican —por encomienda o por costumbre— a defender el estado de las cosas existentes, lo cual no es nada nuevo. Como nada nuevo es identificar debilidades en el modelo económico neoclásico aplicado a la administración pública. Menkos no es el primer analista en notarlo. Tampoco acuñó él ese término: neoliberalismo. La palabra fue usada por primera vez en público por la Mont Pellerin Societey, que buscaba reivindicar la lógica liberal clásica del siglo XVIII en la década socialdemócrata de 1930. Y aunque ahora los neoliberales rehúyen el vocablo acuñado por los principales autores del legado liberal, neoliberalismo es un concepto plenamente aceptado en espacios académicos independientes y apolíticos.
La necesidad de superar los límites del capitalismo —como modelo de política económica y filosofía de vida— es ya un consenso en todo el mundo. Ahora no se discute la validez del llamado, sino la obligatoriedad de articular modelos alternativos de economía y de democracia.
Desastres ecológicos, tierras cultivables a la baja, extinción de especies de animales y plantas, carencias generales de insumos básicos, crecientes brechas de desigualdad socioeconómica, exclusión política institucionalizada, masificación de patologías psicoemocionales, polarización multidimensional, etcétera. Políticos, académicos, científicos y artistas de todo el mundo reconocen que nuestras estrategias de desarrollo necesitan revisión.
En Europa, en 2011, los investigadores Kate Pickett y Richard Wilkinson trajeron el tema de la desigualdad económica al centro del debate sobre la salud pública y la viabilidad social. Desigualdad que vincularon con el capitalismo tardío. El economista francés Thomas Piketty expandió el comentario sobre la concentración de riqueza tres años después y lo introdujo al círculo económico profesional. Capitalistas sociales como Robert Reich en Estados Unidos y Muhammad Yunus en Bangladesh creen que las expectativas de prosperidad y democracia, fijadas desde Reagan y Thatcher, se han quedado en promesa. Poskeynesianos, ecomarxistas y anarquistas críticos se hacen viejas preguntas desde nuevos ángulos. Otros, como el último nobel de economía, Richard Thaler, nos llaman a reformar el pensamiento económico incorporando elementos explícitos de la psicología social para abordar los problemas irresueltos por la ortodoxia neoliberal. Se atreve a denunciar, incluso, «esa criatura mitológica que conocemos como Homo economicus», que, según él, «rara vez toma decisiones racionales».
Hay quienes reinventan el modelo desde la raíz en atención a la sostenibilidad ecológica o las necesidades humanas fundamentales. Y hay también quienes incorporan el elemento espiritual al discurso desarrollista. ¿Y qué de las voces de los pueblos indígenas del mundo, que nos enseñan a bien vivir y a recordar tiempos más armónicos y gentiles?
Este debate no se inventó ayer ni surgió por capricho. Evidentemente.
Un problema grave, sin embargo, es que en Guatemala estamos desactualizados. Todavía estamos en si Estado o empresa. Si libre mercado o socialismo. Y Pedro Trujillo, aparentemente, está en si Reagan o Hitler. En otros lados ya hablan de familia y vecindario, propiedad comunal, empresa y Estado en funciones solidarias, no excluyentes entre sí. Cuando Trujillo intenta meter miedo invocando a George Orwell, a la Revolución cubana o al Holocausto en un debate tan serio, pareciera que escribe en 1990.
El analista honesto pregunta cómo podemos configurar economías que nos permitan florecer independientemente de los indicadores del PIB. El activista responsable llama a que reaccionemos ante la erosión de los activos democráticos. El ecologista consternado nos recuerda que, sin un planeta sano, todo lo demás importa poco.
¿Qué jocotes tiene eso que ver con Adolfo Hitler?
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