“La mujer que tiene dos hombres es una gallina, el hombre que tiene dos mujeres es un coche” y cosas así. No recuerdo si el viejo fue el plato principal de ese mítin en Huehuetenango, no recuerdo bien si fue La Democracia o Colotenango. Debe de haber sido Colotenango, porque hacía dos o tres meses que los patrulleros de autodefensa civil de Colotenango habían llegado hasta la cabecera departamental a romper las puertas de la cárcel local para rescatar a sus colegas acusados de, creo, una masacre.
Si no fue el viejo, el plato fuerte del discurso fue el Pollo Ronco. Normalmente no recuerdo las fechas con mucha precisión. De esta sí me acuerdo, era 1999. Lo tengo bien presente porque hacía tres o cuatro meses que Arzú, El General Ríos, el Cacif y todos quienes se precian de ser conservadores en Guatemala le habían dado un machetazo a la consulta popular.
Me acuerdo porque el fotógrafo con el que andaba en ese viaje no paraba de hablarme de Zury, la hija del General Ríos. Para ese entonces, la hija del General Ríos ya había aprendido a gesticular y gritar como papá.
Ese día, no sé por qué, supe que iban a ganar la elección. Hay un colega acá que dice que uno puede saber quién va a ser el ganador de una elección solo con ver a los candidatos. “Míralos y pregúntate quien tiene cara de perdedor”. Esa vez, con solo verlos, uno podía ver que Óscar Berger no tenía pinta de ganador.
Y, no sé, de verlos entonces bajo el sol de mediodía, enérgicos, triunfantes, arropados por las masas de simpatizantes que llegaron allí por obra de algún candidato a diputado que prometió almuerzo, jornal y algún proyecto para la comunidad a verlos bajo la lluvia en unas fotos que publicaron este fin de semana, me da un no sé qué.
Supongo que debe ser esa sensación que nos invade a los humanos cuando vemos caído a alguien que se pensaba invencible y todopodedoroso. Supongo que debe servirme de reflexión sobre lo efímero de mis éxitos y la inminencia de la catástrofe.
Pero supongo que debe de ser la impresión que me causa estar viendo a Zury Ríos, ya mayor, más mayor que entonces por lo menos. Viéndola, cómo cada día se va pareciendo más a su mamá doña Tere de Ríos, me cae el veinte que han pasado 13 años desde entonces y supongo que yo también debo estar experimentando los últimos estertores de mi primera juventud.
No termino de entender el motivo de la marcha en la que salieron el domingo. Que los militares acusen a todo el que no piense como ellos de comunista, izquierdoso, comanche, guerrinche y comunista no es nuevo. Que todos, absolutamente todos a quienes ellos señalan, les hayan asignado un pseudónimo, lo tuvieran o no, un nom de guerre, a nadie sorprende. Y que sean los coroneles y generales junto a sus esposas e hijos los que vayan a reivindicar el papel del ejército, tampoco es novedad. Después de todo es a ellos a quienes más benefició la institución armada. Es cierto que todos combatieron, es cierto que todos corrieron graves peligros en su lucha. Pero a la hora de partir el pastel, la repartición fue tan guatemalteca como los chuchitos de chipilín. Tan guatemalteca como la forma en que la ex guerrilla repartió los beneficios que recibió durante la guerra y después.
A mí más me queda la idea de que era una catarsis para ellos mismos. Una forma de decirse entre ellos: “miren, muchá, por lo menos estamos haciendo algo”. Hoy, que los tienen acusados, que los tienen presos a algunos, que para El General la cárcel es una posibilidad real, supongo que podría decirse que la causa de los derechos humanos ha ganado.
Pero en estas cosas las victorias rara vez son absolutas. No suele haber knock out. Es más como cuando en el boxeo hay decisiones divididas y knock outs técnicos. Y acá, cada día que pasan El General y sus amigos sin enfrentar la justicia, cada recurso que interponen sus abogados para comprarle meses de vida fuera de la cárcel es una victoria. Se mantiene en pie para pelear un próximo round. Vive para luchar un día más. Y a su edad es cuando los plazos dejan de medirse en años o meses.
Supongo que a la hora de hacer cuentas, debe de resultar buen negocio enfrentar los pequeños inconvenientes de pagar abogados e ir a la corte cada cierto tiempo, si uno se hizo millonario a costa del estado, si esas inconveniencias sirven para evadir dar respuestas de por qué hubo tantas masacres durante los años que estuvo a cargo del país.
Ayer, estaba hablando con un chavo acá en El Paso a quien, para mejorar los resultados de los tests del distrito escolar, lo expulsaron de su escuela. Básicamente, lo borraron del sistema para dejar solo a los mejores estudiantes y asegurarle al superintentende del distrito escolar un jugoso bono por rendimiento.
Lo echaron, ya no pudo seguir estudiando y ahora enfrenta un futuro como zapatero o trabajador en la construcción. Y, ahora que el superintendente está preso, le pregunto si hay justicia.
“¿Justicia? No. Apenas está preso, eso a mí no me sirve de nada. Yo quiero graduarme, quiero mi futuro de vuelta, quiero que esto no vuelva a pasar”, me dice bastante encabronado.
Y supongo que lo mismo se puede decir para quienes fueron víctimas de una desaparición, de una masacre. Meter preso a El General y sus amigos, si es que algún día pasa, será apenas eso, meterle en la cárcel.
Para ellos, supongo, justicia sería darles su futuro de vuelta, asegurarnos que esto no vuelva a pasar.
Rios Montt: El proceso from Plaza Pública on Vimeo.
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