La Española es la isla que comparten Haití y la República Dominicana. En la isla viven unos 20 millones de habitantes, y su historia es similar a la de Guatemala, incluyendo dictaduras, guerras, explotación, injerencia extranjera, corrupción y un accidentado camino en busca de la democracia. Hoy en día, la República Dominicana tiene un índice de desarrollo humano (IDH) de 0.715, que resulta alto en los cuartiles que clasifican ese indicador. Haití tiene un IDH bajo, de apenas 0.483. Y Guatemala está en el medio, con un IDH de 0.627 (datos de 2015).
En La Española y en Guatemala se observan modelos de acumulación similares, ambientes naturales sometidos a una enorme presión y una institucionalidad estatal insuficiente. En ese marco, la pobreza extrema también es cercana para los tres países: Guatemala aumentó al 23 % en 2015 (Encovi), Haití mostraba un 24 % en 2014 (Banco Mundial) y la República Dominicana tiene un 20 % de su población en pobreza extrema (Cepal, 2015). Asimismo, la mano de obra barata y la posición geográfica nos hacen competidores en áreas como la manufactura ligera. La lista continúa con el auge de los monocultivos, la inversión turística, las empresas extractivas, las Iglesias neopentecostales y la constante migración a los Estados Unidos.
En ese contexto, Haití sufre los mayores problemas, y solo Guatemala se le compara en este hemisferio en temas como el analfabetismo y la mortalidad materno-infantil. En la República Dominicana, sectores como la construcción, la agricultura y el trabajo en casas particulares dependen de la mano de obra haitiana, que también somete los sistemas de salud y de educación dominicanos a una enorme presión. Y como un paréntesis, pese a sus problemas, el Gobierno dominicano está llevando a cabo una revolución educativa que incluye duplicar las aulas existentes y extender las jornadas para que las niñas y los niños tengan educación de calidad.
Sin aspirar a un análisis exhaustivo, es justo reconocer que en la isla coexisten diversas formas de exclusión. La pigmentocracia de Lipschutz se puede observar tanto en La Española como en Guatemala, y, salvando las distancias, tenemos problemas muy similares. Ser llamado indio o india en Guatemala tiene connotaciones muy similares a ser haitiano o haitiana en la República Dominicana.
En suma, en La Española existen dos países con realidades contrastantes e interdependientes. Guatemala parece un calco de esa isla en ocasiones. La diferencia es que la Guatemala excluyente no parece reconocer un país interior pero ajeno, parecido a Haití en sus indicadores, y que se evidencia en barrancos, en esquinas de semáforo, en el trabajo doméstico en casas particulares y, por supuesto, en las áreas geográficas que concentran la pobreza.
La brecha entre las Guatemalas crece día a día gracias al modelo de acumulación neoliberal. Esa brecha, entonces, no puede abordarse con símbolos patrios y juramentos, pues el problema no es actitudinal, sino económico y social.
¿Por qué no explorar otras formas de identidad en torno a la diversidad cultural, la inclusión, la protección del ambiente o la construcción de la democracia? Tal vez allí encontremos más puntos de consenso para plantear un proyecto de nación incluyente.
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