En casa, su madre y sus hermanos lo esperan ansiosos porque los resultados de esa prueba son importantes para el futuro de todos, pues se ganó el apoyo de ellos diciendo que era capaz de resolver los problemas allí presentados y argumentó que no necesitaba grandes estudios o preparación, que todo era cosa de buena voluntad, de muchas sonrisas y de buenos amigos. Fuera de casa fueron muchos los que lo estimularon a presentarse al examen y le dieron y le dan consejos haciéndole muchas sugerencias que, más que permitirle responder coherente y efectivamente la prueba, lo tienen más aturdido que confiado. Estos dizque amigos esperan salir beneficiados con que realice la prueba. Saben que no dará para mucho, pero, mientras él esté dentro del salón, todos pueden ganarse la voluntad de los de adentro y afuera y, quién quita, entrar luego a hacer ellos mismos la prueba aunque no sepan nada de lo que allí se está preguntando. Él hace la prueba. Tiene comida gratis y muchos otros beneficios para él y los que lo ayudan, lo que hace atractivo entrar a pasarla aunque se tenga poca capacidad para responder la batería de preguntas de manera efectiva.
Al examinando le quedan aún largas horas ante el papel en blanco. Como sucede en las pruebas modernas, en este caso podría decirse que realiza una a libro abierto, lo que significa que puede salir al corredor a conversar con asesores, buscar en sus libros las respuestas, ir al baño y salir a comer golosinas. En este primer tiempo él ha hecho de todo. Se ha vestido de blanco e ido con sus amigotes a visitar a uno que en su salón está realizando por segunda vez la prueba, ya que en la primera salió con calificación de excelente. Aún no se sabe si los evaluadores fueron del todo objetivos o responsables, pero él ha tenido todo el apoyo para celebrar de blanco esta llegada de nuevo a hacer otra prueba y nuestro estudiante se muere de la envidia. A él le gustan esas salidas, ya que de gratis lo acompañan su esposa y sus hijos.
Nuestro estudiante sale también a consultar con sus amigos, quienes le dan palmadas en la espalda y le sugieren respuestas de lo más absurdas para los problemas que él tiene que resolver. En muchos casos, lo que sucede es que no llega a entender las preguntas, por lo que quienes lo aconsejan apenas si le dicen por dónde caminar y suponen las cuestiones desde sus propias perspectivas y sus propios intereses. Tiene, además, un arcoíris de colaboradores, cada uno con respuestas apegadas a su saber y entender, pero, al no haber estudiado juntos, estos no son capaces de ofrecerle respuestas coherentes y coordinadas, siendo las preguntas complejas, y no simples elecciones entre sí o no.
Al examinando le han hecho decir que cree que elevando oraciones al cielo todo se resuelve, así que, tomado de la mano de sus hermanos, trata de que las respuestas lleguen por milagro, en un abrir y cerrar de ojos, convencido de que, si Dios hace ricos a los que pagan los diezmos, a él, que tiene de amigos y confidentes a quienes los cobran, tendría que darle todas las respuestas.
Pero resulta que, en todo tipo de prueba, las respuestas no se obtienen con oraciones o con la repetición memorística de frases bíblicas. Se necesita conocer a fondo el tema, tener claridad de ideas y, en muchos casos, valentía para no hacerles caso a los que sin dar la cara pagaron sus derechos a hacer la prueba. Tiene que resolver problemas concretos, esos que muchos otros que han hecho la prueba simplemente han tratado periféricamente. Lamentablemente, él, sus asesores y sus hermanos no llegan a comprender que las oraciones solo sirven para tranquilizar el espíritu, que cuando mucho funciona para imaginar que se han borrado las culpas y que, llegado el momento de la muerte, se podrá alcanzar algo que describen como la gloria. No hay ninguna evidencia al respecto, pero cientos de miles de personas se aferran a ello para tener una vida mejor. Funcionan para dar tranquilidad, para creer que el mundo y las cosas son como uno quisiera que fueran, pero no sirven para resolver problemas ni en pruebas escolares ni en ninguna otra. No por mucho orar y repetir frases y versos las soluciones a los problemas reales llegan a producirse, y él, en el fondo de su conciencia e inteligencia, bien que lo sabe. Por eso se le quiebra la voz cuando habla del asunto. Lágrimas sinceras se asoman a sus ojos, y él se confunde al referirse al número de municipios que componen el país. Llega a considerar la multinacionalidad y el multilingüismo del país como obra de Satanás, y no como punto de partida para entender el país desde distintas perspectivas. Dada su formación ultraconservadora, lo que podría ser la clave para resolver muchas de las cuestiones de su prueba él lo ve como la dificultad para elaborar y ejecutar sus respuestas.
Sufre y se entristece porque, apenas empezada la prueba, descubre que comienza a padecer de calvicie prematura. ¡Él, que en su sonrisa y presencia tenía la base de su profesión! Sabe que le faltan muchas horas para resolver la prueba, que no puede salir corriendo y que, a pesar de su buena voluntad y de sus dulces sonrisas, los resultados de la prueba comienzan a ser desastrosos.
A él le dijeron que era solo de mandar y de ser obedecido, pero resulta que en esta prueba él tiene que unir opiniones y actuar con responsabilidad. Que tiene que responder con argumentos y fórmulas que a él nunca le han parecido, como aquello de que no todo es mercancía y de que los derechos a la educación y a la salud deben ser atendidos por el Estado. Él quisiera que en la prueba se aceptaran respuestas como «el que no tiene que se friegue», pero resulta que los evaluadores no aceptan eso, que su madre y sus hermanos, esos que tienen mucho, son los que no lo han dejado prosperar. En consecuencia, esa respuesta no es aceptada en el cuestionario.
El alumno de la prueba, lamentablemente, no se juega solo su futuro. Se juega el de muchos. Y por lo que parece, a pesar de sus lágrimas, oraciones y calvicie prematura, no encontrará las respuestas adecuadas, y todos saldremos perdiendo.
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