Contar con relativa salud en lo económico nos ofrece un margen relativamente bueno de maniobra para que nosotros y otros países de la región aseguremos mejoras sustanciales en el bienestar de la población. Pero las oportunidades no se convierten en resultados de manera inmediata. Asegurar que este desempeño positivo temporal se convierta en un motor de crecimiento sostenible requiere pensar en el largo plazo y asumir los retos que enfrentaremos próximamente.
Trump y Centroamérica
El primer y más inmediato desafío tiene nombre y apellido: Donald J. Trump. Próximo a ser investido como presidente de Estados Unidos, su política comercial apunta menos a un régimen diplomático que a un nacionalismo torpe. Su administración buscará castigar a quienes busquen exportar a Estados Unidos y no produzcan localmente (¡en plena era de la globalización!). Y su política migratoria amenaza con complicar aún más la situación de miles de centroamericanos en territorio estadounidense al limitar potencialmente el flujo de remesas a nuestros países.
Ante esta situación es importante ser proactivos. La región cuenta con diversas ventajas (acceso preferencial a Estados Unidos por vía del Cafta, una posición estratégica y costos relativamente bajos en cuanto a mano de obra) y podría aprovechar sus nexos con economías asiáticas para fomentar un mayor grado de inversión en el sector industrial y manufacturero.
Si entre los mismos países de Centroamérica ya comercializamos bienes con mayor valor agregado que los que enviamos a terceros mercados, podemos consolidar este desarrollo en industrias de mayor valor agregado y, mediante la transferencia de tecnología y capacidades, participar en sectores más rentables y resilientes a los bandazos en precios internacionales que las materias primas.
Hacerlo supondría una capacidad más elevada de exportar a otros mercados, como Canadá y la Unión Europea, incluso a América Latina. Pero para garantizar que esto ocurra es necesario plantear una visión global, que marque la ruta y aliente al sector privado a invertir en áreas prioritarias, así como facilitar los trámites para el comercio y la inversión con nuestros países.
Crecimiento poblacional
El segundo reto es el llamado bono demográfico: la población en edad productiva está aumentando en toda la región, un fenómeno que se prolongará hasta 2035 en la mayoría de los países y continuará en Guatemala hasta 2050. Aquí hay un potencial de impulsar el desarrollo de una población con capital humano activo y emprendedor, pero, en la medida en que esta población tenga a su disposición servicios básicos de salud y educación y sea capaz de encontrar trabajos dignos, esto requerirá un rol más proactivo del Estado. Sin él, el crecimiento poblacional de sectores excluidos amenaza con convertirse en caldo de cultivo de mayores niveles de pobreza, migración y violencia.
Mejor gobernanza
Para atender estos retos debemos instituir sistemas públicos que permitan gestionar esta serie de demandas. Entre tanto, los esfuerzos por implementar necesarias políticas públicas en nuestra región muy a menudo son socavados por servicios civiles obsoletos y politizados.
Pero aún más importante es que la institucionalidad adopte una perspectiva de largo plazo, que nos permita anticiparnos a las grandes tendencias presentes y futuras e identificar políticas para hacerles frente con mayor efectividad. ¿Podemos hacer frente a los desafíos de la automatización aun cuando no hemos transitado de la economía agrícola a una industrial? ¿Podemos participar en la economía del conocimiento con una inversión risible en educación y servicios básicos? Preguntas como estas no tienen respuesta fácil, pero el solo hecho de introducirlas en el debate debería forzarnos a discutirlas y formular mejores políticas públicas de cara al futuro.
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