Me explico: durante décadas los guatemaltecos han construido un sistema judicial diseñado para no funcionar. Un sistema, como dijo un amigo, que es una máquina trituradora de pobres. Donde quienes pueden, gracias a sus influencias, poder o capacidad económica, son capaces de salirse con la suya. Sean reiteradas faltas a la ley laboral, matar a golpes a la esposa* u horribles violaciones a los derechos humanos, la ley pesa distinto según a quién se le aplique.
Y por eso resulta peligroso. Porque hasta ahora el sistema había funcionado más o menos así: El estado identifica a un enemigo, declarado o potencial, lo sataniza con el apoyo de los medios de comunicación y lo elimina. Sean comunistas o mareros. Y luego, el Estado premia a los héroes con menciones favorables en los libros de historia y, si juega sus cartas bien, hasta resulta electo diputado y preside el congreso cuatro años. No con un juicio.
Y verlo allí, acabado, pidiendo justicia, no venganza da que pensar a quienes apuestan por la salida rápida al problema de la delincuencia, los narcos, la subversión, los peludos, los huecos, los mariguanos y las chavas medio-putas.
Así, Ríos Montt sentado en el banquillo es un mensaje para quienes se apunten a salvadores de la patria. Los chapines son desagradecidos con sus héroes, si no miren como tienen refundido al Tecún Umán de La Aurora.
Y por eso resulta interesante la pregunta de Mann Pellecer. El Doctor Mann, de quien yo siempre pensé que era un personaje inventado por algún ultraderechista para llamar todos los días a radio Sonora, hizo una pregunta que resume el problema.
Así como quien dice que ya cosechó los nabos de su FarmVille o que a su chilpayate le están saliendo dientes de leche, el Doctor Mann preguntó en Facebook: ”Que pasaría si en este gobierno desaparecieran a todos lo mareros y en unos años. Sus familias lo señalan como crimen?…” Las cursivas son mías, la puntuación de él.
Y eso es lo peligroso. Porque los autores de estas violaciones a los derechos humanos, viejas y nuevas, actúan bajo la premisa que jamás tendrán que responder por sus actos. Si, después de todo, desde su perspectiva, lo que hicieron ensuciándose las manos con sangre de criminales es un sacrificio por la patria.
El Doctor Mann no es un personaje inventado. Es real, es odontólogo y, sí, por sus comentarios deduzco que debe ser ultraderechista. Pero eso es otro tema.
Mi punto es otro. Lo que quiero decir es que en el centro de esa pregunta está un dilema que enfrenta la sociedad guatemalteca desde antes que ocurrieran las masacres.
¿Qué hacemos con los enemigos del estado, de la sociedad, ya sean percibidos o reales? Esa es la pregunta.
Nadie va a discutir que la guerrilla actuó al margen de la ley. Ya negar eso sería como decir que no hubo masacres.
Está claro que secuestraron gente, quemaron fincas, atacaron al ejército de Guatemala y -lo más grave, desde mi punto de vista- recurrieron a verdades a medias para llevar a la población civil a la lucha armada, que eventualmente suscitó la desmesurada y demencial respuesta del Estado. También masacraron -mucho menos que el ejército, pero nadie dijo que esto fuera concurso- y cometieron un sinnúmero de crímenes. Es cierto que a la luz del marco legal vigente entonces y ahora, sería justo considerados enemigos del estado. Después de todo, querían derrocar al gobierno y cambiar la constitución. Ya si el gobierno era legítimo y la constitución justa es otra discusión.
Y es cierto que había una guerra y que los guerrilleros no disparaban claveles.
Pero, me pregunto, ¿no estaba el estado de Guatemala en capacidad de enfrentar el problema de otra forma? ¿Era la desaparición de miles de personas en la ciudad y masacrar a cientos de miles de personas en el campo la mejor respuesta? ¿No estaba el estado en capacidad de juzgarles, de declararles culpables de los crímenes que a los ojos del gobierno les hicieron merecedores de la muerte?
¿O es que ya de plano lo mejor era tomar la opción más fácil y agarrar parejo? Desaparecer a los comunistas y todo lo que se le pareciera; arrasar en el campo con las aldeas de los colaboradores de la guerrilla.
Y sí es cierto que yo no estuve allí. No puedo decir que sepa qué es luchar contra un enemigo invisible, que salta de la oscuridad, pega y desaparece. Tampoco puedo decir qué es vivir en un barrio donde hay que pagar renta a los mareros.
Ahora bien, el Estado estuvo en capacidad de buscarlos, detenerlos y tener suficientes elementos de convicción como para matarlos. Y no solo entonces, ahora, hace cuatro, cinco años, también estuvieron en capacidad de buscarles, detenerles y estar lo suficientemente seguros de su culpabilidad como para matarles.
¿Por qué no les dio un juicio, una oportunidad de defenderse?
Ha de ser el mismo motivo por el cual Erwin Sperissen, Carlos Vielmann y Javier Figueroa andan en Europa viendo a ver qué tan largos son los brazos de la justicia. Porque en tiempos de Ríos Montt como en los de Berger, la salida más fácil era agarrarlos y lanzarlos en una fosa común en Comalapa o dejarlos tirados en una cuneta.
Y ahora, viendo a Ríos Montt en tribunales, ligado a proceso, acusado de genocidio, con riesgo de pasar los últimos años de su vida en prisión me pregunto si no tendrá razón el Dr. Mann.
¿No será esta una llamada de atención para quienes piensan que lo mejor es hacer justicia por propia mano? ¿Podrá verse Otto Pérez en el espejo del otro general, de ese general de quien heredó el título de tipo duro de la política nacional?
Probablemente. Pero eso suena muy bonito.
La verdad es que pasaron 30 años para que pudieran sentar a Ríos Montt en el banquillo de los acusados. Y para quienes piensan que podría verse en un espejo más reciente, en el Vielman, Figueroa y Sperissen, las cosas no son mucho distintas.
Los tres andan, campantes. Vielmann, en España. Figueroa en Suiza y Sperissen, viviendo en la casa de su papá, que paga el estado de Guatemala. Sin poder volver a Guatemala, eso sí. Pero viendo como están poniéndose las cosas, tampoco es que eso sea mucho castigo para ellos.
Después de todo, quizá no son tan desagradecidos los chapines con sus héroes. Después de todo, quizá no resulte tan peligroso llamar a Ríos Mont a declarar.
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