No hay un «no grites, que tu papá está con un cliente», ni un «la clase va a comenzar y no puedes ver el video con las instrucciones para la tarea de mate». Estamos todos ocupando el mismo espacio, recibiendo el mundo dentro de nuestra casa, y hay que hacer lo que se puede.
Impensable hasta hace unos meses que todos trabajaríamos en la misma mesa (ya me resigné a que usen el comedor como centro de operaciones aunque de vez en cuando pida orden para no sucumbir entre papeles y marcadores) y haríamos juntos todas las comidas y que los niños podrían levantarse después que el sol. Igual de poco probable que el trabajo pudiera aguantar el maullido de los gatos al fondo y a los niños jugando en el jardín.
En estos meses se nos colapsaron las vidas con todo en compartimientos separados (uno para la familia, otro para los amigos, otro para el trabajo, etcétera) que podíamos mantener sin mezclarse por la distancia entre las actividades. Y todo está junto, hasta revuelto. Claro que al principio, por lo mismo de haber sido súbito e involuntario, tanta cercanía pegó como tren descarrilado. A nosotros nos ha tomado tiempo eso de convivir todo el tiempo. Y claro que hacen falta los espacios a solas, la posibilidad de ir a cualquier parte, el colegio para que los engendros estén libres de su capataz (yo) y ver a más gente que los cuatro micos que compartimos esta vida.
Aprender en estos meses que todo es parte de nuestra experiencia y que no está mal perder un poco de formalidad ante los clientes (como cuando, por ejemplo, se escucha en el fondo a alguien llamar a almorzar) nos recuerda que somos humanos, con más ocupaciones.
[frasepzp1]
Creo que lo más valioso que me está dejando este virus es la humanización. Ver a las personas no solo en la interacción que tengo con ellas en ciertos momentos, sino en su totalidad, porque es lo que traen. Aceptar que uno no puede dejar en la puerta los problemas de afuera porque son parte de uno, pero que también hay un espacio donde resolverlos. Apreciar a los míos, conocerlos mejor, hacer el esfuerzo por acercarme.
La pandemia nos está exprimiendo. Siempre lo que resalta primero es lo malo, lo difícil, lo precario. No puedo dejar de tenerle miedo a lo que venga en el futuro, pues la situación en la que quede el mundo entero va a ser todo menos estable. Y aún así tengo algo de felicidad por las cenas compartidas, el orden en los clósets, el volver a conocer a mis hijos.
Espero que, entre todo el desastre que va a ser recomponer las actividades de las cuales se alimenta el mundo, no olvidemos que tuvimos la oportunidad de vernos en nuestras casas, como personas completas, de mostrarnos nosotros mismos en otra luz. Tal vez logremos salir de esto dejando atrás muchas pretensiones de vidas perfectas, con la capacidad de pedir ayuda y de ponerle atención a lo que verdaderamente nos importa a cada uno. Y también, en algún futuro, podré volver a poner la comida en la mesa sin tener que quitar la tarea de idioma español.
Más de este autor