Estas tres categorías se repiten en todas sus variantes: desde pócimas mágicas que demuestran cómo se recoge la piel hasta ofertas de ¡vestidos!, ¡bikinis!, ¡blusas!, a precios rebajados y vueltos a rebajar. Son el remedio para todo lo que me aflige: que estoy ganando edad, suponen que peso también, y me enseñan ropa que no puedo usar en el futuro previsible.
Basta con ver las vallas publicitarias para encontrar dónde falla nuestra sociedad moderna (vallas, anuncios en redes sociales, radio: todo es lo mismo). Estamos obsesionados con las cosas externas en un círculo vicioso inalcanzable. Porque sí existen personas que ponen de ejemplo, personas a quienes la edad parece no alcanzarlas jamás. Los hijos no dejaron su huella permanente en el cuerpo y siempre se ven impecables. Qué bien por ellos, pero muy mal por nosotros si creemos que esa es la realidad en la que debemos vivir.
Los que hemos pasado la mayor parte del tiempo en casa cuidando niños, ropa, comida y demás tenemos muy presentes todas las cosas que no podemos hacer ahora, como ir al cine, y todas las cosas que no vale la pena hacer ahora, como ponerse ropa incómoda y maquillaje. Poder comer todos los días y tener un lugar dónde cumplir con el aislamiento social pasaron de ser cosas en las que uno no se fijaba a los motivos de agradecimiento diario. Hacemos que no haya desperdicio de nada, tratamos de usar de forma más eficiente el tiempo y nos damos cuenta de dónde están los agujeros de las relaciones cotidianas por donde a veces se escapa el mal humor.
[frasepzp1]
La sociedad en la que vivimos padece de muchas enfermedades, aún más insidiosas que el coronavirus. Nos hacen creer que envejecer es un defecto y que el cuerpo debe mantenerse en un estado preservado a costa incluso de modificaciones quirúrgicas. ¿Cuántas veces no hemos visto a una actriz que ya no reconocemos luego de que pasó a mejorarse? Tenemos tablas de la proporción correcta de músculo, grasa y edad contra las cuales nos comparamos y para las cuales hacemos y tomamos cualquier cosa. Y anhelamos ropa que usamos poco y cambiamos con el próximo anuncio. O al menos eso quisiéramos. Todas las cosas externas que ahora, en medio de una crisis que nos hizo detenernos, no nos sirven de nada.
Necesitamos evaporar todas esas cosas superficiales y llegar a la esencia de nuestras verdaderas necesidades: salud física, que implica cubrir todo lo básico, como comida, techo, sustento. Aproximarnos al ejercicio como una forma de mantener la maquinaria funcionando bien, no como un concurso para poner challenges en Instagram y otras redes sociales. La salud mental, que abarca una cierta posibilidad de entretenerse, alimentarse de creatividad y realizarla, reír, meditar. Y, claro, una verdadera autoestima, esa que nos sirve para vernos en el espejo y pensar que nos gustamos, y no solo para buscarnos todos los defectos y carencias.
En un país donde el primero de los rubros no se cubre aún en circunstancias normales, los que tenemos tiempo de darnos cuenta de los demás somos inmensamente privilegiados. Y si salimos de esto con las mismas tentaciones de escondernos detrás de las meras superficies, tampoco habremos aprendido mucho y probablemente nos tocará repetir la lección.
No estoy despotricando contra la banalidad, porque soy la primera que flota felizmente sobre la balsa de lo liviano para poder vadear los ríos de pesadez que necesariamente son parte de la vida. Si no nos reímos, de nada sirve cualquier iluminación. Pero sí quiero creer que después de esto cambiaremos nuestro enfoque como sociedad y trataremos de reparar los agujeros que nos separan de las personas que tienen verdaderas necesidades.
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