El dicho «no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas» bien podría ser el lema de esta época que estamos viviendo. Indica la polarización completa de una sociedad que solo puede pensar en términos de estar bien y estar mal. Por supuesto, lo que yo pienso, mis creencias, mis convicciones, son todo lo bueno de este mundo. Tengo la calidad moral para juzgar a los demás, y cualquier hecho que indique una leve desviación está equivocado. Mis pensamientos no son prejuicios. Yo tengo la razón. Aunque mis razones se contradigan entre sí.
Cada vez estamos menos dispuestos a escuchar a la otra parte. Hasta la consideración de que es otra parte, de que es contraria a nosotros, nos aleja del punto de convergencia. Estoy de acuerdo en que hay valores que son absolutos, pero en ningún momento creo que yo sé la verdad absoluta de cómo lograrlos. Pongamos, por ejemplo, a los grupos de personas que están en contra de vacunar a sus hijos. El movimiento es grande y ha ganado aceptación entre gente educada. Hay toneladas de estudios que demuestran que las vacunas no están relacionadas con el autismo. Incluso, se demostró que el doctor que sacó el primer informe aseverando la causalidad entre unas y lo otro estaba mintiendo. Pero la conclusión a la que llegan estos grupos antivacunas es que se trata de un encubrimiento. Y aun en estas circunstancias extremas no podemos ponernos totalmente del lado de «gente irresponsable, malvados, tontos». Porque tienen casos comprobados de reacciones adversas en sus propios hijos, miedo, preocupaciones. ¿Y quiénes somos nosotros para juzgarlos tan radicalmente? Escuchar acerca y pavimenta el camino para llegar a objetivos comunes. Porque los objetivos (vida, prosperidad, felicidad) son comunes, y eso es lo que se nos olvida.
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Obviamente, la situación que tenemos encima, esta pandemia, nos tiene a todos como venados lampareados porque creemos que la humanidad nunca se enfrentó a una crisis semejante. Tal vez nos hace falta que existieran videos en IG de la peste en la Edad Media o de la viruela hasta el siglo pasado. La vasta mayoría de la población indígena en América se murió por virus traídos por los exploradores europeos. Esto no es nuevo. Sí es muy nueva la forma en la que se transmite la información. Por algo se les dice virales a ciertas piezas. Nos infectamos de una ola de opiniones que nos sobrepasan, que nos dejan de uno u otro lado del problema, juzgando a la otra parte, de nuevo, como ignorante, maliciosa, tonta.
La única manera de hacer que alguien cambie de opinión es escuchándolo primero. Es interesante lo que uno puede entender de alguien más. No es posible que creamos que somos dueños de la verdad y que nadie tiene nada bueno ni nuevo que aportarnos. Además, el respeto dado permite pedirlo. Y, aunque es cierto que no hay nada más férreo que una mente que no quiere ser transformada, el agua de a poco forja surcos en la roca.
Nadie tiene el monopolio de la verdad en la situación actual. Las razones primarias de todos son válidas y también sus preocupaciones. Tachar de malvados o de estúpidos a los del otro lado solo nos aleja y, hasta donde yo sé, deberíamos caminar juntos.
Temo que esta crisis sea nuestra forma de guerra mundial y que todos estemos reaccionando de más como respuesta a nuestro miedo. Porque eso es lo que tenemos: miedo. Y no vemos una forma de solucionar ni la incertidumbre ni el peligro ni la realidad. ¿Por qué quedarnos solo en nuestro lado de la calle, reforzándonos los sentimientos negativos hacia los demás, tomando del mismo fresquito de retórica de la gente que piensa igual que nosotros?
Al otro lado del argumento también hay una persona con ideas, emociones y valores. Y nosotros nos vemos igual de extremistas para ellos.
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