El sábado 13 de febrero de 1982, Pedro Cruz había amanecido muy temprano en su aldea, Chisís, departamento de El Quiché, para dirigirse de compras al cercano municipio de Cotzal. Quería aprovechar el día de plaza, tenía 14 años y era el mayor de 8 hermanos.
Al regresar a su comunidad, después del mediodía, no pudo reconocer a su poblado que, en el lapso de una mañana, fue reducido a cenizas. Se encontró en el medio de un insoportable olor a carne quemada, rodeado por perros y zopilotes que empezaban a acercarse a los restos de los cadáveres tirados en las calles o carbonizados en sus viviendas. Tal como los demás sobrevivientes de la masacre -salvados por el simple hecho de no estar presentes en la comunidad en esa trágica mañana- no entendía por qué el ejército hubiera podido realizar semejante matanza en su aldea.
No había razón para asesinarlos. En la comunidad ya estaban organizadas las patrullas de autodefensa civil y, a pesar del conflicto con la guerrilla, el ejército tenía control. No importó, los militares también acabaron con la vida de los 20 jóvenes que, en ese momento, estaban de servicio en su labor de patrullaje.
En el lapso de pocas horas, Pedro Cruz había perdido a sus padres, cuatro hermanas y tres hermanos, toda la familia. Se hundió en una depresión severa y empezó a beber. Se volvió, a sus 14 años, un alcohólico vagando por las calles de Cotzal.
En 1987, apenas cumplida la mayor edad, Cruz encontró una salida a sus necesidades económicas incorporándose en las filas del ejército, volviéndose soldado en el destacamento de Chimaltenango. Fue la única forma para seguir adelante, ganar algo de dinero y poder regresar, dos años después, a Cotzal, donde se estableció definitivamente y se casó.
![En su casa, Pedro Cruz, 51, parado frente a los 9 ataúdes de sus familiares, atiende a los visitantes llegados a velar a los miembros de su difunta familia Simone Dalmasso](https://www.plazapublica.com.gt/sites/default/files/inhumacion_cotzal_16.jpg)
El miércoles 27 de noviembre pasado, Pedro Cruz pasó toda la mañana en el patio del Ministerio Público de Nebaj, esperando, paciente, la entrega de los restos de sus 9 familiares exhumados en 2013. Los exámenes forenses de ADN lograron identificar solamente a su padre, Antonio Cruz Velasco, su hermano Juan y su hermana María. Junto con él, Andrés Sambrano, de 65 años, acompañaba a su esposa, Juana Pérez, esperando la entrega del fémur de Magdalena, su cuñada, el único pedazo de osamenta que los antropólogos lograron identificar de la difunta. También estaba presente el hermano de Juan Sambrano, quien fue asesinado en aquella ocasión a la edad de 19 años. Sin embargo, hubo un grupo de restos óseos, también velados el resto del día, que nunca pudieron ser identificados como propios de su familiar.
Durante toda una tarde y noche, en tres casas de Cotzal se velaron los restos de 13 personas, víctimas de la masacre de Chisís. Sólo 4 de ellos fueron identificados por los exámenes científicos de ADN. Del total, se contabilizaron 7 osamentas correspondientes a restos de niños, 2 adolescentes, 2 adultos y 2 pequeños cúmulos de fragmentos óseos más cuyas edades no pudieron ser establecidas.
Según la Comisión de Esclarecimiento Histórico, que relata el caso de la masacre de Chisís en el tomo VII de la investigación Guatemala, Memoria del Silencio, la matanza es “ilustrativa de la aplicación de la política de tierra arrasada en el área Ixil, concebida para el aniquilamiento de todas las poblaciones consideradas afines a la guerrilla. Esta política no sólo consistió en la eliminación física de los presuntos colaboradores de la insurgencia, sino también en la destrucción de todos los bienes y cultivos. Esta consideración coincide con un informe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) del Gobierno de los Estados Unidos: A mediados de febrero 1982 el Ejército de Guatemala reforzó su presencia en la parte central del Departamento de Quiché y lanzó una operación para barrer el triángulo Ixil. Los oficiales de mando de las unidades involucradas han sido instruidos para destruir todos los pueblos y aldeas que se encuentren cooperando con el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y para eliminar todas fuentes de resistencia”.
![El homenaje a las víctimas de masacres y desapariciones del genocidio ixil en una pared de la iglesia de San Juan Cotzal Simone Dalmasso](https://www.plazapublica.com.gt/sites/default/files/inhumacion_cotzal_17.jpg)
El testimonio directo de un alto mando del ejército, recogido en el memorial de la CEH, corrobora este análisis: “Chisís para mí fue un objetivo militar, porque Chisís tenía un simbolismo especial para la estructuras organizativas del EGP y era desde Chisís donde se habían planeado, dirigido las principales operaciones que el EGP había realizado en la región de Chajul, Cotzal, Nebaj, Santa Avelina, San Francisco Cotzal, Cajixai, Namá, Chichel y todas las aldeas periféricas”.
En los albores de un nuevo proceso por genocidio, que ahora apunta al gobierno del difunto presidente Fernando Romeo Lucas García y los responsables del alto mando del ejército de esa época, y al margen de las presuntas razones de Estado que pudieron justificar un conflicto armado fratricidas, en el área ixil permanece una desesperada ansia de sanar heridas, elaborar lutos, cerrar duelos. Es tanta la necesidad al respecto que puede llevar a una mujer de 78 años, Manuela Solano, a llorar enfrente de los restos de un esqueleto no identificado, toda una noche, en su casa, reivindicándolos como las osamentas de su amado hijo Juan.