Según el Ministerio de Gobernación, doscientos cincuenta y nueve agentes policiales han sido capturados en lo que va del año. La noticia es un golpe con revés: anima enterarse que hay un proceso de depuración e investigación donde los operadores de justicia se investigan a sí mismos; pero también es desconsolador saber que se han encontrado evidencias para capturar a un número tan elevado.
El año pasado, las cifras de agentes policiales rondaban los 19,900 para los 12.7 millones de habitantes que tiene el país, según cifras de Prensa Libre. Eso quiere decir que a cada agente policial, le correspondería velar por la seguridad de 638 habitantes. Una aldea, digamos.
Eso de por sí ya es preocupante, sobre todo porque una buena parte de los casi veinte mil efectivos se dedica a labores administrativas y no a funciones de seguridad. Ahora, retomando el número de elementos capturados en lo que va de este año, la situación es aún más crítica: más de 165,000 personas se han quedado sin resguardo, por así decirlo.
Pero qué pasa con este tipo de noticias y qué impacto tienen en la gente: la mayoría de mis conocidos se alarman, justificadamente, al saber que agentes uniformados en vehículos de la institución se dedicaban organizadamente a asaltar a la población. Ya no hay en quién confiar, es lo que dice la mayoría.
Quizá tengan razón en una parte. Pero también hay que mirar el otro lado de la moneda: una buena parte del cuerpo policial efectúa con éxito sus labores. Hoy mismo, ha salido una noticia muy breve, en pocas líneas, en la que se relata cómo dos policías fueron heridos en un enfrentamiento con supuestos criminales, logrando herir a uno y evitar un daño mayor.
Este par de agentes han ofrendado su vida por su trabajo. Y así lo han hecho muchos, que ahora son recordados en un muro que está al ingreso de la Dirección General de la Policía Nacional Civil. El problema es que cada detenido dentro de la institución es un ataque contra el buen trabajo que ahí se hace, pues lo invisibiliza.
Durante los once años que llevo trabajando en el Ministerio Público, he conocido todo tipo de agentes. La mayoría han sido buenos trabajadores, algunos incluso brillantes. Eso con todo y que tienen que realizar su trabajo sin el apoyo de la comunidad y con muy pocas herramientas.
La situación en que se encuentran las estaciones policiales es desastrosa. Y ahí tienen que vivir durante ocho días, en condiciones deplorables. No hay suficientes patrullas, los recursos son insuficientes y hay muy pocos elementos. Así lo relata la nota de Ángel Sas sobre la situación en la zona dieciocho, una de las que posee una mayor tasa de asesinatos en el país. Alcanza para pocos patrullajes y los mismos efectivos tienen temor de perder sus vidas dado el escaso número de elementos que poseen.
Cierto es que el problema apenas se nos muestra con estas capturas. Seguramente habrá más bandas operando dentro de una institución que ha dejado en el abandono a sus agentes, haciéndolos vulnerables a las redes criminales.
También habrá que mencionar que la corrupción ha alcanzado a todo el engranaje del sistema judicial. Fiscales, jueces y la Dirección de Presidios también tienen que contarse las costillas con la misma determinación que se hace con los agentes de la Policía. Hay que comparar la velocidad con la que se enjuicia a un policía o a un fiscal con los procesos que se llevan contra los jueces que llevan años, si es que alguno tiene éxito; porque hasta la fecha no tengo noticia de un juez que purgue una pena.
Una ayuda invaluable será la de la comunidad. Que exija una mejor policía. Hay que aceptar es que ahí se genera parte de la corrupción, cuando preferimos un agente permeable al soborno para que nos deje pasar las violaciones a la ley “con un dinerito”. También cooperar con la institución. En el momento en que la damos por perdida, verdaderamente lo está. El otro día iba en una patrulla, junto a una persona que acabábamos de detener y mientras intentábamos abrirnos paso en el tráfico, había conductores que no cedían el paso y recuerdo especialmente a uno que nos gritó idiotas.
Seguro es un ciudadano feliz, yo que sé. Al final supongo que es cuestión de percepciones. Un asunto complejo la verdad; pero qué problema no lo es en la vida. Es tan sólo que nos empiece alguna vez a importar.
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