Rayuela cumple cincuenta años. Una novela que rompe y que gusta, dos cosas que difícilmente se dan al unísono. Con su aniversario, era de esperarse que viniera la oleada de felicitaciones, alegría, remembranzas, post enormes contando de cómo fue la primera vez que se leyó, con quién, cuánta nostalgia nos dan las palabras de Cortázar aún hoy.
Todo eso debe ser cierto. Todo eso debe ser celebrado. Pero atención, alejad de mí este cáliz, que sí que Rayuela me gusta y que la leí una vez y que porque me gusta no pienso volver a ella. Que porque cada vez que alguien vuelve a leer en voz alta el capítulo siete es como si tomara su alma, porque quienes leen el capítulo siete con fervor en voz alta, esperando que me conmueva, tienen alma y en ese momento es como si estuviera posesa.
Es un consejo que deben tomar, quienes lo quieran así: no salgan con lectoras fervorosas del boom y menos si el boom lo reducen a García Márquez y Cortázar, a lo lejos saben de Fuentes y nada de Onetti, que no sepan de Onetti lo dice todo. Recibirán el beso de la mujer araña de Puig, olvidado, bailarán con la muerte mientras Lispector pone un disco en la sombra.
No me lean el capítulo siete de nuevo que cuando lo hacen yo escucho romperse un caramelo y de su centro sale miel, una manada de ponis es liberada del cautiverio y un arcoíris nace de una fuente de chocolate sin fin.
No me cuenten las proezas de Márquez diciéndoles que el amor hay que esperarlo hasta la muerte porque está casado con otro o con otra y mientras tanto aguantar al cadáver odioso que vive con uno y apesta cada día más en una larga condena de matrimonio.
No esperen que me vea en la literatura que me vi de joven. No esperen que me encuentre en la Latinoamérica de hace cincuenta años. La guardo como un tesoro, le guardo respeto como lector, como escritor, una generación salvaje merece un trato más digno que ponerlos junto a los calcos de la Hello Kitty.
No vengan a decirme que la industria editorial de hoy no es capaz de publicar una Rayuela. No vengan a mostrarme que le han dado la espalda a la literatura desde que salieron del colegio o la universidad.
Escúchenme bien: las lectoras del boom cortazariano pronto los harán oír trova en el auto y cantarán, porque las que escuchan trova cantan, que el unicornio azul se les perdió y cerrarán los ojos, lo cual es muestra que no quieren encontrar el unicornio sólo quieren cantar acerca de animales mitológicos y pitufos mientras estos cabalgan lejos.
Es cierto, habrá testigos que dirán que me han visto en lugares de trova, pero desde ya les digo que solo han sido momentos de debilidad, intentos de apareamiento exitosos al momento pero a largo plazo, mis queridos, todo ha sido un desastre cuando abren sus libros de la Mamá Grande o vuelven a decir Yolandaaaaaa mientras la noche cae en sus dormitorios con fotos del Ché.
Yo estuve ahí, Eros sabe cuánto amé a las lectoras del boom, pero también amé Comala y aprendí que ahí no hay que volver. Dejen vivir al boom en paz. Lean a Onetti. Lean a Fuentes, lean por el amor de Zeus a Donoso, déjense caer en ese abismo. Sufran con Asturias. Si se atreven, amen a Borges; y si no es mucho pedir, lean lo que América Latina ha escrito en los últimos cincuenta años, que no ha sido silencio. Enormes novelas los están esperando.
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