Sentados en el restaurante, sobre la avenida Reforma, esperábamos con mi familia a que mi hermana pasara frente a nosotros, corriendo la maratón de los 21 kilómetros de la ciudad. Fue una mañana soleada, calurosa. Había visto la salida por la televisión, con mi hijo y luego quedamos con mi madre en ese sitio.
El primer grupo de corredores pasó casi de inmediato. Cuatro africanos que parecían volar. La gente aplaudía y más corredores fueron apareciendo entre esa enorme avenida arbolada, que ahora está más verde que nunca, gracias a las lluvias.
Me serví más café, mientras mi hijo destrozaba unos panqueques con crema batida y miel de maple. Empezaron a aparecer los corredores amateur. Se les veía concentrados, felices, dando mucho de sí. Es un ambiente que difícilmente se puede trasladar a otro sitio que no sea el momento de la carrera.
Hay tanta emoción que se contagia. Al punto que yo, un devoto del ocio y la relajación, pienso participar el año entrante. Claro que a estas alturas, comiendo panqueques con crema batida y fruta, parezco a tres galaxias de poder correr una maratón de veintiún kilómetros.
La carrera parte la ciudad en dos. Así que el día que compita, seguro tendrá que esperar un poco más hasta que la termine. Mientras tanto, antes de pensar en el entrenamiento que seguro incluirá bajar de peso, le doy vueltas a las cifras que Plaza Pública y Claudia Méndez Arriaza, para “Una vida es una vida” publicaron recientemente.
Lo que han hecho, es mapear los asesinatos por zona. En el sitio de la ONG han ido más allá: lo han hecho por hora en que ocurrió el asesinato, el arma utilizada, el día de la semana y el sexo de la víctima.
El sitio donde ha habido más asesinatos es la zona dieciocho, aunque claro, es donde hay más habitantes. Y también uno de los que posee mayor índice de pobreza, según algunas cifras de la ONU. También es ahí donde más asentamientos humanos existen. Le siguen en números rojos la zonas uno, nueve, cuatro y ocho.
Justo donde pasa la carrera. Y los asesinatos ocurren a plena luz del día. La mayoría entre ocho de la mañana y cinco de la tarde. Casi el período de tiempo que me tomará terminar la carrera si sigo en estas condiciones físicas.
Ahora me pregunto, ¿por qué los asesinos han escogido el sábado como el mejor día para matar? Primero pienso en la movilidad: el tráfico vehicular está casi igual, salvo en la tarde, cuando se libera un poco, lo que les permitiría escapar con mayor facilidad. El mismo número de policías y fiscales están trabajando para resolver el crimen, es decir, no es que consigan golpear cuando menos personal hay.
Sin embargo, hay algo que cambia drásticamente: la cobertura noticiosa. De ocurrir un hecho sangriento el sábado, éste será reportado el domingo, cuando nadie se entera de nada. Es más, casi no recuerdo haber puesto atención a los asesinatos el domingo, porque usualmente quiero saber sólo de desayunos a mediodía y la confortabilidad de una cama cómoda.
Es decir, puede que el asesino se beneficie de una cobertura noticiosa menor, lo cual asegura menor presión sobre las autoridades para que investiguen el hecho. Es más, de no ser por las cifras, jamás me hubiese enterado que los fines de semana ocurrían más asesinatos que entre semana.
Quizá quería creer que los asesinos se sentaban a mirar Sábado Gigante en el televisor, mientras se comían un tamal. Los datos son contundentes: tantas muertes en esas calles que este domingo, son tomadas por el entusiasmo de la gente.
Con estos datos, el trabajo de prevención policial tiene una herramienta poderosa. Le han hecho la tarea, seamos honestos. Al punto de indicarles dónde reforzar su trabajo: los asesinatos ocurren en su mayoría en la jurisdicción de la Comisaría 12.
Aunque claro, es una de las comisarías más conflictivas y con ello estoy utilizando un eufemismo para decir que en años recientes atraparon hasta el comisario por dejar libre a un detenido por el atentado a la misma sede policial. Ignoro cuántos efectivos tiene destacados, pero es evidente que en la ciudad es la que mayor trabajo policial necesita.
En fin, mi hermana pasa de vuelta. Tal como se lo prometí corrí con ella una cuadra, rociándola con agua, porque me parecía divertido y a mi hijo también. Me alegra que al menos este domingo, las calles con mayor incidencia criminal sean tomadas por la carrera. Me alienta a participar el año entrante.
Quizá hasta abra un blog. “Diario de un atleta gordito” podría llamarse. Ahí contaré cómo algo que hoy parece imposible, se va consiguiendo con el trabajo de día con día. Como la tarea que tiene el Ministerio de Gobernación al frente de la seguridad. Ya tiene la meta fijada: lograr que los índices de criminalidad disminuyan. Ya sabe dónde, ya sabe cuándo, ya sabe hasta a qué hora. Es asunto de que utilicen todos los recursos a la mano para incidir.
Mi hermana se hizo menos de dos horas para correr veintiún kilómetros. Espero hacer un tiempo decoroso. El último en llegar este año fue un hombre de sesenta y seis años. Se hizo casi seis horas. La gente le aplaudió al llegar, como si fuera el primero. Eso me da esperanzas.
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